Opinión

Malditos odiados

Muchos de ustedes pensarán que el título de este «Cuartel emocional» de hoy les recuerda la inolvidable película cuasi homónima de Tarantino «Malditos bastardos», y no van descaminados. Lo que pasa es que, por no dañar susceptibilidades, he cambiado la segunda palabra, ya que en estas líneas se leerán nombres y apellidos, y no sea que a alguno no le guste lo de la bastardía. ¡Qué gozada de cinta, de actores y de venganza! Dicen que el ojo por ojo y el diente por diente no es de buenos cristianos, pero qué gusto ver tomar a los nazis la misma medicina que ellos dieron a los judíos. Aunque dejémoslo ahí para no destriparla, por si alguien no ha tenido aún oportunidad de verla, porque merece la pena.

Vayamos con los odiados. José Guardiola, no el cantante que cría malvas desde hace tiempo, sino el entrenador del Manchester, otrora entrenador del Fútbol Club Barcelona, ha dicho una frase que se me ha grabado, como la peli que antes mencionaba: «Necesito enemigos, gente que me odie». Y desde arriba, el misericordioso San José de Nazaret, padre adoptivo de Jesús de Nazaret, escuchó sus súplicas y le lleva concediendo el honor años y años.

Hubo un tiempo en que periodistas, humoristas y escritores se reunían en el programa de Luis del Olmo y hacían un «debate sobre el estado de la nación» muy peculiar y, sobre todo, descacharrante. Una vez al año concedían el premio «tonto contemporáneo» a un personaje público. Recuerdo, sin que desaparezca la sonrisa de mi boca, que un año se lo otorgaron a Jesús Aguirre –a la sazón Duque de Alba consorte y académico de la RAE–, y de la misma decidieron denegárselo «porque no era contemporáneo». Al pobre duque-cura (había sido jesuita en otro tiempo), no le quedaba otra que aguantar estas mofas cuando contrajo nupcias con la inolvidable Cayetana, aunque iba sobrado de cinismo y todo le resbalaba. Él también fue un maldito odiado. Ivanka Trump también lo es, por ser hija de su padre y por tratar de aparecer cuando no debe. El otro día, en la cumbre del G-20, intentaba ligar conversación con Theresa May ante una despectiva Christine Lagarde. Daba un poco de vergüenza ajena, pero sería injusto marginarla por ser quien es y no tener en cuenta sus valores, que, por cierto, ignoro cuáles pueden ser. Todo el mundo merece una oportunidad.

Malditos odiados, y no faltan razones para ello, son los miembros de Vox, que están entorpeciendo el normal desarrollo político del país, con caprichos, condiciones inaceptables y hasta insultos que impiden pactos para formar gobiernos coherentes en distintas regiones de España. Si uno de cada cinco votantes de Ciudadanos está arrepentido de su voto, ¡cómo será la pesadumbre de quienes depositaron su confianza en el partido de Abascal!

Malditas odiadas son dos mentirosas compulsivas, como la Celaá y la Calvo, que garantizan que el Partido Socialista nunca ha pactado con los nacionalistas catalanes cuando la investidura de Sánchez, y que, ahora, los socialistas de Navarra tampoco han pactado con los bilduetarras. Estas pretenden negar la evidencia, cuando la tenemos delante de los ojos, tomando por estúpidos a todos los españoles.

Y para endulzar tanta bilis el recuerdo de Ainhoa Arteta (felicidades belleza), quien hace un par de años emocionó a todo un público devoto, envuelta en un mantón de Manila y cantando «de España vengo, de España soy». Ella, que es vasca de nacimiento, de 30 apellidos vascos, presume de vasca y de española por encima de todo. Esa es la gente que me gusta. Odiar es una pereza, pero no nos dejan muchas opciones.