Opinión

Vaya, vaya

Vaya vaya, vamos vamos. Me han contado que tenemos un ministro del Interior experto en desparramar odio. Como poco, se trata de una originalidad. El ministro ha dibujado la línea roja del movimiento ese tan multicolor. Los homosexuales del PP, Ciudadanos y Vox, no tienen derecho a ser homosexuales, y menos aún, a asistir a la traviesa y magna manifestación. Los políticos de Ciudadanos que se presentaron a hacer el canelo en la concentración rosa, fueron insultados, zarandeados y humillados por los únicos homosexuales con derecho a carné –a carne y carné, simultáneamente–, que son los de izquierdas, como el ministro del Interior. El máximo responsable del mantenimiento del respeto ciudadano y el orden público, se dedica a meter mostaza por el culete a los que no comparten su ideología. Claro, que también hay que preguntarle a Inés Arrimadas, que no es marica, ni lesbi, ni transexual, ni bisexual, qué porra se le había perdido en la magna concentración del falso orgullo. El año que viene, en casita, tronqui.

Son muy entusiastas. Una cosa es que sean respetadas y hasta veneradas sus libres inclinaciones sexuales, y otra muy diferente, que dejen las calles de Madrid como una insoportable pocilga. Tengo entre mis viejas y nuevas amistades –más las primeras que las segundas–, a un buen número de homosexuales que no tiran un papel al suelo, que aguardan en caso de necesitar deshacerse del envoltorio el encuentro con una papelera para depositarlo con mucho cuidado en su interior, y que no abandonan en las aceras y las calzadas botellas de plástico, basuras de cristal o memorias de preservativos usados. Ser LGTB o como se diga, no exime al L, al G, al T ni al B, de sus obligaciones cívicas. Las toneladas de porquería que ha tenido que recoger el servicio de limpieza de Madrid demandan un futuro compromiso de lealtad con los millones de madrileños y visitantes que no se comportan como jabalíes y jabalinas cuando se reúnen para celebrar cualquier acontecimiento. Los noventa mil espectadores que acuden a un gran partido de fútbol en el Bernabéu se comportan como suizos comparados con los chicos, chicas, chiques y chiquis del Orgullo.

Si el mimo a la homosexualidad, el odio a la heterosexualidad y el sometimiento al feminazismo entran en las normas obligatorias de lo políticamente correcto, sean cumplidas esas normas. Pero sin ensuciar tanto los ambientes y las calles. Creo que la gran fiesta del Orgullo Gay tendría que ser ambulante. No es justo que los manifestantes se vean obligados a viajar hasta Madrid, cuando hay tantísimas ciudades y localidades interesantes para albergar el multicolor espectáculo. Luego hablan del maldito centralismo. Por otra parte, los trabajadores del Servicio de Limpieza del Ayuntamiento de Madrid están en su derecho de descansar, al menos, con una cadencia alterna cada dos años. Cuando más de dos millones de personas se reunieron para manifestar su dolor por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, tiroteado en la nuca a un metro de distancia después de dos días de angustioso secuestro a manos de los socios del PSOE en Navarra, lo hicieron cívicamente, sin dejar las calles y avenidas de Madrid como restaurantes de lujo para las ratas. La muchedumbre no siempre es infecta en su proceder. Y fueron dos millones los que se juntaron para recordar a Miguel Ángel Blanco, brutalmente asesinado para vengar la liberación de Jose Antonio Ortega Lara, el héroe que resistió en un zulo inmundo casi seiscientos días de secuestro por parte de los chicos de Otegui, el de Televisión Española.

La contemplación de las imágenes –que los medios de comunicación impresos han suavizado y los informativos y tertulias de televisión, omitido–, del estado putrefacto de las calles y plazas de Madrid que sirvieron de escenario a la gran marcha del Orgullo Gay, resultan estremecedoras, de vómito. Quizá, al señor ministro del Interior, tan dado a hacer declaraciones que alimentan la animadversión hacia los manifestantes que no militan en las izquierdas, le habría venido como anillo al dedo reclamar civismo, educación, urbanidad y limpieza a los allí reunidos como señal de respeto a los millones que no se reunieron pero viven y respiran en la Capital de España. Pero nada, vamos, vamos, vaya, vaya.

A mí, que con sus partes y sus pompis hagan lo que quieran todos los pertenecientes a los diferentes grupos del supuesto orgullo. Lo del pompis viene a cuento para recordar al gran maestro don Camilo –Cela, claro–, que decía que el pompis lo tenían los niños y las niñas hasta los diez años, y que a partir de ahí, lo que se tiene es culo. Bien, escrita tan acertada sentencia, sólo me cabe decir que un ministro del Interior no puede alterar los ánimos hacia el odio, que dejar Madrid como una cuadra no puede ser consecuencia de orgullo alguno y que ya está bien de buenismo y carantoñas de aquellos políticos que no son de esas tendencias y creen que su presencia donde no les llaman lo compensan con votos que no les llegan.

Madrid, c´est fini, y a ver si el año que viene cambiamos de ciudad y somos más limpitos, aseaditos y respetuositos.