Opinión
El orfeón
La familia del barón Von Trapp creó un ejemplo y marcó una época. Cantaban divinamente. Huyeron de los nazis, que pretendían incorporar al leal barón y marino austríaco a la Armada alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Escaparon a los Estados Unidos después de superar los Alpes hasta Suiza. Y triunfaron plenamente en la libertad americana. Se produjeron dos películas narrando su aventura. «La Familia Trapp» y «Sonrisas y Lágrimas», que cumplieron con su objetivo desde una medida cursilería. Eran seis los componentes del conjunto coral, el barón, la baronesa y sus cuatro hijos, a saber, Georg, Johannes, Rosmarie y Eleonora. Ésta última, para matarla. En las dos películas añadieron a la familia unos hijos que no existieron. Ninguno de ellos desafinaba.
En España, en el decenio de los ochenta, y con el ejemplo fascinante de los Trapp, se creó un similar conjunto familiar que cantaba en bodas, bautizos, primeras comuniones y funerales. La Familia Pirolvet, él de Lérida, ella de Almería y los hijos, vaya usted a saber. Su trayectoria artística fue corta, porque desafinaban bastante y seleccionaban con inexcusable torpeza las canciones a interpretar. Una calamidad.
Para una boda eligieron «Hacía Ti, Morada Santa», pieza fúnebre, y en un funeral interpretaron la más incalificable versión de «Las Mañanitas», felicitando el día de su santo a la fallecida. Por otra parte, la épica de la fuga para no ser capturados por los nazis, que no se produjo, restó prestigio al simpático conjunto coral.
Los Pirolvet sí eran ocho. De haber sido vascos habrían formado un «Ochote». Su referencia era el conjunto «Viva la Gente», mucho más numeroso y decididamente delictivo. Junto a Walt Disney, fundadores del buenismo, una pandilla de lerdos. En España estamos a punto de celebrar la creación de un nuevo conjunto canoro familiar, «Los Iglesias». No se trata de un dúo –Pablo e Irene-, sino de Julio Iglesias, su mujer Miranda, y los siete hijos, a los que se ha sumado un octavo, según sentencia –recurrible-, de un Juzgado de Valencia. El nuevo niño ha cumplido los 43 años, se llamaba Javier Sánchez Santos, y a partir de ahora, y con la autorización de su señoría, tendrá derecho a denominarse Javier Iglesias. Según parece, las pruebas son irrefutables y agotados los recursos, Julio Iglesias tendrá que aceptar que Javier se dirija a él con el cariñoso apodo de «Papá».
Lo malo es el contagio. El propio Julio Iglesias, reconoció en un momento de euforia que se había acostado con culminación de fornicio con tres mil mujeres, aproximadamente. Y ya han surgido proyectos de imitación. Si ha aparecido Javier con elementos de probada verosimilitud, muy pronto surgirán nuevos pretendientes a formar parte de la familia Iglesias. En tal caso y prevista tesitura, el conjunto de los Iglesias se convertirá en un orfeón, si bien jamás capacitado para competir con el Orfeón Donostiarra, compuesto por un centenar de voces que cantan de verdad. Pero las giras por el mundo del Orfeón Iglesias prometen ser apoteósicas, aunque forme parte del conjunto Julio José. En el coro del Antiguo de San Sebastián, que cantaba las misas dominicales de las 10 de la mañana en su parroquia de la calle Matía, figuraba el hijo de un protector del conjunto que generosamente financiaba los desplazamientos del coro a cambio de la pertenencia al mismo de su vástago, carente de voz y de oído. El reverendo padre Urreiztieta, diocesano, músico y director del coro, para no herir al benefactor llegó a un acuerdo con el hijo del mecenas: «Usted mueva la boca y no emita sonido alguno, porque de hacerlo, nos quedamos sin feligreses». Algo similar tendrá que hacer, aunque resulte doloroso, el futuro director del Orfeón Iglesias con Julio José.
No hay mal que por bien no venga, y ese dicho popular, tan discutible como todos los refranes, podría servir de bálsamo al atribulado Julio Iglesias, que se va a pasar el resto de su vida –se la deseo larga y feliz-, haciéndose pruebas de paternidad. Porque la negativa a someterse a la prueba, incita a los jueces a situarse del lado del demandante y aspirante a hijo reconocido, y de aquí en adelante le van a llover pretendientes de niños abandonados. Que de las relaciones con 3000 mujeres sólo haya sido engendrado Javier es motivo de duda estadística, en mi humilde opinión.
Al fin tendremos en España unos Iglesias programados para el éxito. Si Julio fuera generoso, admitiría en el conjunto a sus lejanos primos Pablo e Irene, que aportarían al orfeón la gracia y el donaire que Dios les ha dado.
No todas son malas noticias.
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