Opinión
Supervivencia y vanidad
Pablo Iglesias está superando, con holgura, la más alta cota del ridículo. Su obsesión por ser nombrado vicepresidente o ministro del Gobierno de la nación que aborrece, sólo tiene una interpretación. La supervivencia personal interesada exclusivamente en la garantía de su futuro y el cumplimiento de su arrogante vanidad. Se estercola de emoción soñando su entrada en la sede de la vicepresidencia del Gobierno, y que los guardias civiles o policías nacionales que custodian el edificio, los mismos que años atrás disfrutaba imaginándolos con la cabeza abierta a manos de los manifestantes de izquierdas, se cuadren a su paso, lo saluden y le ofrezcan novedades. «Sin novedad, señor vicepresidente». Y ya en el despacho, la primera llamada a su madre: –Mamá, ¡al fin lo he conseguido!– .
A Iglesias, unas próximas elecciones, lo atemorizan. Es carne de descenso. Se siente acosado y acobardado por la posibilidad de su desaparición política. Lo escribí años atrás, con una capacidad de visionario imprevistamente adquirida. «A Iglesias le van a dar la patada los suyos». Al paso que lleva Podemos o Unidas Podemos, o Podemos Unidas, la única que podrá darle la patada será su portavoz en el Congreso, esa gran mujer que se lo ha ganado todo y sin ayudas desde el más bajo lugar de la revolución obrera. Sucede que si Iglesias desaparece de la acuarela política, ella lo hará también, y no es recomendable un intercambio semiconyugal de patadas. – Pablo, que hoy no han venido los guardias civiles que nos mandaba Marlaska–; –Pablo, que me dice la «Salus» que esta noche no puede venir porque tiene un «cumple»–; –Pablo, si no fuera por el pastón que he heredado de papá, estaríamos en la calle–. Y todo eso.
Sánchez, que es más rencoroso que un elefante de bajo estrato social, todavía recuerda el «no» de Iglesias a su fallida investidura. Por otra parte, su gurú, que para su fortuna no es como Arriola, le ha mostrado unos gráficos ilusionantes con caídas estrepitosas de Podemos, Ciudadanos y Vox. A la gente no le gusta que la engañen tanto con sus votos. Y Sánchez no soportará una segunda investidura fallida. Elecciones en enero, y que cada palo aguante su vela. ¿Qué le aporta a Sánchez, ya de por sí infectado, una infección permanente con Iglesias en plan bacteria? Nada de nada. De satisfacer su vanidad, Iglesias se mantendría más o menos estabilizado. Sería el último sorayista en mantenerse en el poder, porque vamos a dejarnos de sandeces. Iglesias no es consecuencia de un descontento general, sino de una estrategia demencial surgida del Gobierno de Mariano Rajoy, ideada por Soraya y el quiromante Arriola para debilitar al PSOE. «Son cuatro pardillos», le dijo Arriola a la albóndiga de Pucela, y les salió mal el cálculo. No eran cuatro, pero si pardillos, como ha demostrado a lo largo de los años el melancólico y vengativo coletas. Sánchez no sólo no desea a Iglesias de vicepresidente, ni de ministro, ni de subsecretario. Lo más que le ofrecería, para las próximas elecciones municipales, sería la cabeza de lista por Galapagar, con el único fin de que se diera el morrón definitivo.
Sánchez está jugando con Iglesias porque puede hacerlo gracias a los estúpidos comportamientos de Ciudadanos y de Vox, que por brillante que haya sido su irrupción en Andalucía, ha decepcionado e indignado a muchos de sus votantes con sus pactos y abstenciones. Vox no puede olvidar que es un recién llegado, un recién bien llegado. Ha sido insultado por Ciudadanos, pero esos piques personales no los entienden los electores. Tienen –o quizá no–, cuatro años para estabilizarse desde la humildad. Y Ciudadanos cuenta con el mismo tiempo para mostrarse ante los españoles como lo que es, que tampoco lo saben en Ciudadanos. El PP será el gran beneficiado del constitucionalismo, siempre que Casado no se empeñe en merendar tan habitualmente con Aznar, que van a terminar pareciendo dos marquesas de Embassy. Y entre tanto batiburrillo, Sánchez le dice una cosa a Iglesias hoy, y mañana se lo niega, y así está el pobre vanidoso de las crines culares, que ha perdido la orientación. Está como el soldado que intentó desertar en plena batalla, y en lugar de avanzar hacia las posiciones enemigas lo hizo a toda pastilla en pos de la retaguardia. El teniente reparó en el desajuste. –Martínez, ¿Dónde va? ¡El enemigo está enfrente y no detrás!–; –perdón mi teniente, es que he sufrido un proceso de desorientación–.
En fin, que vislumbro borroso el sueño de Iglesias. Ni cartera, ni sillón, ni saludos de los agentes de Orden Público, ni llegada al despacho, ni llamada por teléfono. Lo hará desde su casa, y de esta guisa. –Mamá, otra vez se han cachondeado de mí–.
Políticos.
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