Opinión
Dos nacionalismos
Existen dos modelos de nacionalistas vascos. El perverso y el humorístico. Perversidad es, y podrida, la que termina de consumar el PNV apoyando que un tal José María Carrere, de EH Bildu, y por ende, heredero de la ETA, presida la Comisión de Derechos Humanos y Cultura Democrática de las Juntas Generales. Una incoherencia, un insulto a las víctimas del terrorismo, una estupidez y una monumental cabronada. Perversidad es, y podrida, como se refleja en el libro de Memorias de Juan María Bandrés, las visitas que rendía al sur de Francia Javier Arzallus para pedir a la ETA «más acciones» en pos de negociar con el Gobierno de España más y mejores transferencias. Perversidad es la de establecer equivalencias entre las víctimas y los verdugos. Y perversidad con el sagrado símbolo de la Cruz utilizado para extender el odio, la de aquel párroco de Hernani que en un informativo de TVE, preguntada su opinión acerca de los disparos en la nuca de inocentes por parte de los terroristas etarras, mostrando ante la cámara una beatífica expresión de bondad, respondió. «No me terminan de convencer los disparos en la nuca, pero si estos chicos los hacen, algún motivo tendrán». El obispo Setién no se inmutó.
Pero también, y con la Iglesia vasca de por medio, existe un nacionalismo humorístico de alto valor, por cuanto se trata de un humor involuntario. En 1972, un sacerdote diocesano de Guipúzcoa, expuso en la prédica de la Misa dominical, en la atalaya del púlpito, su teoría de la raza. «Los vascos somos diferentes en todo a los maquetos y los españoles. Y formamos parte de la raza superior que Dios creó para dominar a las etnias inferiores». El obispo de marras, que no era Setién, desterró durante un año al autor de la sentencia, el padre Ignacio Lecumberri Astuy. Y ocupó, con el permiso del obispado de Burgos, la plaza vacante de párroco de Honrubia de la Cuesta, límite de las provincias de Burgos y Segovia. En lo alto de la Cuesta de Honrubia, ya en Segovia, se alza una iglesia románica armónica y prodigiosa. Castilla es la lujuria del románico, la maravilla de la estética mística.
Era muy burro, y el primer domingo de septiembre, el padre Lecumberri Astuy, preparó a su manera la homilía. Ante su persona, centenares de fieles secos y austeros de la Castilla Alta, la Vieja, muchos de ellos vestidos de negro y todas ellas con un velo sobre la cabeza. Y soltó lo que sigue: «Amados Hermanos. Hoy toca hablar de castidad. Y para facilitar vuestra comprensión, que es limitada, os voy a poner un ejemplo práctico. Faldas de Igueldo o de Ulía en San Sebastián. Un maizal. Ahí recoge el maíz Pachi, vasco alto, rubio, de comunión diaria. El calor le ha recomendado quitarse la camisa y su bello torso está desnudo y brillante de sudor bueno, de sudor vasco. Por el sendero que transcurre junto al maizal, con una cestita para coger moras y hacer con ellas mermelada, baja Nekane, vasca, alta, rubia, de comunión diaria. Pachi y Nekane se miran, sonríen, surge entre ellos la debilidad del pecado, se abrazan, se besan y no sigo porque hay menores. Y yo me pregunto: ¿Si Pachi y Nekane, vascos, altos rubios y de comunión diaria, pierden la moral y la decencia ante el deseo carnal, qué no haréis vosotros, castellanos mamarrachos, y perdón por si alguno se siente ofendido? ¿Qué no haréis? Y ahora, recemos en voz alta el Credo». El Padre Lecumberri Astuy, fue devuelto inmediatamente a Guipúzcoa como desecho de tienta.
En una taberna de pinchos de Oyarzun, avispero radical y violento, se promocionaban los pinchos en un gran cartel sito a la entrada del local. Uno de los pinchos más famosos era el de tortilla de patatas, tortilla española, y el nacionalista humorístico, el que cree que protagoniza un heroísmo de identidad en lugar del ridículo, escribió lo que sigue: «Pintxo de Tortilla Estatal». Y ahí entraban los habituales. –Oye, Loren, dos chacolís, dos de atún de Guetaria, y dos estatales». Y tan contentos.
Este nacionalismo es gracioso porque no pretenden la gracia ni el humor. Es consecuencia de la cerrazón mental y la inteligencia asnal de los recalcitrantes. Pero el otro, el perverso, es singularmente peligroso, cuando proviene de un partido político que, desde su fundación, es presumiblemente cristiano, afín a la Iglesia y conservador hasta extremos rayanos con el supremacismo nazi de su fundador, Sabino Arana. Sus dirigentes son universitarios, muchos de ellos doctores y licenciados en Deusto, holgados económicamente y de misa y comunión diaria, como Pachi y Nekane. Y éstos votan a favor de un heredero de la ETA para que presida la Comisión de Derechos Humanos y de Cultura de las Juntas Generales.
¿Perversidad? Mucho peor que eso.
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