Opinión

No, bonita. No

Se empieza apropiándose del patrimonio de los derechos de la mujer y se termina defendiendo la inocencia o la condición de víctima de una mujer dependiendo de su credo, su raza o su pensamiento ideológico. Coger ese camino es peligroso porque nos regresa al pasado. Los derechos fundamentales no deberían tener género ni ideología. Hombres y mujeres deben ser iguales, independientemente de su raza, religión, nacionalidad e ideología. Lo contrario es un rancio apartheid de género que, enarbolado en la boca de una mujer y ministra de Igualdad, rechina. Estamos acostumbrados a que politicen la violencia de género, la salud, el derecho a la vida y a la muerte, la educación, e incluso la razón, la credibilidad y la inocencia. En un mundo que camina hacia la inclusión, lapidar los logros conseguidos por la sociedad con piedras de exclusión fabricadas por políticos, es obsceno. Carmen Calvo miente. El feminismo es de todas, y debe ser de todos. El feminismo es la igualdad entre el hombre y la mujer, con todos los derechos y las obligaciones que ello engloba. Y sería conveniente que esa igualdad se hiciera por la parte alta de la tabla, no para igualar el encefalograma plano de algunos hombres, ni para ser igual de bocazas, sectarios, partidistas y machistas. Igual que es incierto que el dinero público no sea de nadie o que todas las mujeres digan la verdad, también que el feminismo no sea de todas. Lo es, incluso de la feminista de izquierdas Victoria Kent, que se opuso al sufragio femenino ante una anonadada Clara Campoamor, feminista liberal. El relato de los hechos tiene su contexto, pero no título patrimonial. No, bonita. No. Y esta vez, también, no es no.