Opinión
Noche de Reyes
Algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande». Lo escribió Shakespeare en «Noche de Reyes», y podría volver a rubricarlo cada vez que estamos a las puertas de una nueva investidura. Cada sesión de investidura es precisamente eso, una Noche de Reyes, pero la literaria del dramaturgo inglés, no la onírica de los tres Reyes Magos que vienen de Oriente, aunque ambas veladas compartan celadamente expectativas y sueños. Algunos están viviendo su particular Noche de Reyes y deben de estar nerviosos por saber si se colmarán sus deseos, si les traerán lo que pidieron, lo que llevan esperando hace mucho tiempo. Como en toda Noche de Reyes shakesperiana que se precie, se asumirán disfraces, aparecerán falsas identidades y se enredarán en juegos de palabras. Todo está escrito. Lo escribió Shakespeare. Enamoramientos efímeros, engaños, traiciones, mentiras, malentendidos, inseguridades, medias verdades, naufragios, rescates, confidentes, mensajeros, pasiones fugaces, enredos, bodas secretas, amoríos, cruce de parejas, promesas a media noche e incluso bufonadas del reino. Ahora solo falta saber quiénes son los actores y el éxito que cosechan con el guión entregado. Está a punto de comenzar todo un baile de máscaras en el que no nos costará distinguir a Viola, forzada a vestirse de hombre para hacerse pasar por el joven paje Cesario, a su hermano mellizo Sebastián, al bufón Feste, a Lady Olivia y al mal encarado, recto y amargado criado Malvolio. Empieza la comedia, que como buena obra shakesperiana, tendrá sus tintes trágicos y sus giros dramáticos. Y disculpen el spoiler shakesperiano, pero la cosa acaba en boda, al menos, en petición de mano.
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