Opinión
Farsa de pocilga
El supuesto encontronazo parlamentario de Sánchez e Iglesias se me antojó falso, melodramático y pactado. Una farsa de pocilga. El dirigente del PSOE, el perdedor más votado en las últimas elecciones generales, es muy capaz de aceptar la imposición de nombrar vicepresidenta del Gobierno de España a quien ha amenazado al Rey con la guillotina y ofrecérselo a los tiburones, y de encomendar una cartera ministerial del Gobierno –insisto-, de España a un indeseable montonero que vejó y humilló a la Bandera de todos desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Reconozcan, al menos, que hay rareza y villanía en esas posibilidades.
Todo está pactado. «A última hora, en el último segundo, hemos llegado a un generoso acuerdo con nuestros compañeros de Podemos para formar un Gobierno estable y progresista». Palabras de Sánchez. «Agradecemos al presidente Sánchez su flexibilidad y que haya aceptado nuestra presencia en el Gobierno de izquierdas que iniciará muy pronto su andadura. No podemos olvidar el apoyo de los republicanos de Cataluña, del siempre leal PNV y de nuestros hermanos de Bildu, que confían en nosotros como nosotros confiamos en ellos». Palabras de Iglesias, que en un momento dado las interrumpirá con emoción para dedicarle unas palabras a su churri megachurri: «Irene, gracias a tu constancia, por vez primera en la Historia de la Humanidad, una cajera de tienda de electrodomésticos va a vicepresidir el Gobierno de una nación europea». Emoción desbordada.
Hoy, por ayer, no tendrá Sánchez los apoyos necesarios. Mañana, jueves, los obtendrá sin esfuerzo, con la mayoría simple que precisa. La farsa en la pocilga de Adriana Lastra y Echenique constituirá un éxito y será largamente aplaudida por quienes no tienen otro objetivo que imponer una dictadura comunista en España, fulminar la Constitución de nuestra libertad, eliminar la Monarquía Parlamentaria, prohibir la disidencia, y sustituir los símbolos históricos. Seremos apoyados por Venezuela, Irán y Cuba, preferentemente. Se recuperará la censura en la información y el Código Penal contemplará las sanciones y penas que caerán sobre quienes osen criticar desde la libertad al nuevo sistema. Lo escribí hace un año y lo repito. Me pido el penal de Santoña. Desde las celdas del piso superior, se pueden admirar las salinas, la ría y un triángulo del puerto donde se desembarcan las mejores anchoas del mundo. Estoy seguro de que seré educadamente torturado y que Rufián, desde su nuevo país, no se interesará por mi estado de salud. Claro, que previamente a la tortura de los escritores y periodistas adversos al sistema, serán encarcelados Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Almunia, Joaquín Leguina, Javier Solana, Nicolás Redondo, Javier Fernández, José Luis Corcuera, Julián García Vargas, Susana Díaz, José María Fidalgo y demás políticos fascistas. La heterosexualidad se considerará delito, y el Estado será el encargado de educar a los niños. Las Fuerzas Armadas desaparecerán como tales –somos ciudadanos de una nación de flores y no de armas–, y la Guardia Civil y Policía Nacional serán puestas a las órdenes de la Ertzaina y Los Mozos de Escuadra de las naciones vecinas. Por decreto-ley, el Fútbol Club Barcelona ganará en el campeonato de Liga Ibérico –Portugal seguirá siendo Portugal, claro está–, y los Premios Goya y Nacionales de Literatura se repartirán entre los Bardem y los García Montero con carácter bianual. Se recurrirá, en casos extremos, a la aplicación de una recuperada pena de muerte, y los perros, gatos, loros, cerdos de Vietnam y demás mascotas podrán solicitar el documento nacional de identidad. Los sacerdotes y las iglesias serán incinerados, según la costumbre social-comunista, seremos expulsados de Europa, y nuestra moneda pasara del euro al nuevo rublo.
Los argentinos que acrediten su condición de marxistas no tendrán que someterse a votación alguna. Serán elegidos automáticamente miembros del Consejo Nacional de Legislación. Las víctimas del terrorismo etarra serán obligadas a compartir talleres y excursiones con los «gudaris» que asesinaron a los suyos, y tendrán que elogiar públicamente, con cadencia trimestral, al hombre de paz Otegui.
Parece una barbaridad, una pesadilla, pero una sociedad que admite con normalidad a una vicepresidenta que amenaza al Rey y a un ministro argentino separatista catalán que humilla públicamente la Bandera de España, es capaz de cualquier cosa.
Sánchez, por favor, Santoña.
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