Opinión
Chivite
Apellido navarro ennoblecido en la aragonesa Egea de los Caballeros. Conozco a diferentes Chivite. Los de Cintruénigo, grandes bodegueros. Tuve un compañero de colegio, pamplonés, apellidado Chivite, hosco y distante. Algunos Chivite de ahora escriben su apellido apayasado en falso vascuence, el «eúskaro» sabiniano y el «euskérico» de Garaicoechea, que es esposo de una Mina, la familia navarra del «foiegrás» Mina que tanto y tan ricamente consumimos los de mis años. Estos Chivite colonizados por el nacionalismo vasco se dicen «Txibite», si bien la nueva presidenta de Navarra, que está a un paso de hacerlo, mantiene la grafía de origen hasta que su jefa pro-batasuna Barkos –Barcos–, le anime a pasar la línea de la ridiculez. Los nacionalistas gustan mucho de cambiar los nombres y la Historia. Me preguntó un periodista catalán, creo que de una emisora de Godó, si me sentía molesto cuando la Avenida Joan de Borbó de Barcelona cambió de denominación por decisión de Colau, el montonero importado Pisarello y los concejales independentistas. Le respondí que no me sentía nada molesto, porque no había tenido la oportunidad de conocer personalmente a Joan de Borbó, que aún ignoro quién era, qué era y a qué se dedicaba. Hay por ahí un majadero que se apellida Fernández con acento francés, con tilde grava, es decir Fernàndez, que gracias al cambio de la orientación descendente del acento, deja de ser un apellido español –Fernández, hijo de Fernando–, y pasa a formar parte de los apellidos catalanes. Como el pobre Damián Conejo, un amable lector que me envió una carta maravillosa en la que renunciaba a llamarse como le había ordenado su jefa en una fábrica de cartonaje. «A partir de mañana, usted pasará a llamarse Damiá Cunill» ; «no me da la gana»; «pues a la calle». Y terminaba su misiva: «Y en la calle estoy».
Esta Chivite que va a gobernar Navarra con el cálido apoyo de los herederos de la ETA y la fuerza moral que Pedro Sánchez le procura, tiene el dibujo estético de las mujeres navarras enjutas, secas, bien plantadas y de perfil acusado. En Pamplona existía un maravilloso restaurante «Las Pocholas» regentado por una interminable ristra de hermanas que respondían a esas características físicas. Claro, que si «Las Pocholas» vivieran, la Chivite no volvía a comer en su prodigioso local, colmena de abrazos en las fiestas de San Fermín. «Las Pocholas» eran navarras, orgullosamente navarras, y nada comprensivas con los vecinos vascos que se dedicaban a asesinar, chantajear, secuestrar, herir y mutilar a quienes no estuvieran de acuerdo con ellos. Muchos socialistas como la Chivite, fueron víctimas de aquellos terroristas, y resulta paradójico que la Chivite y Sánchez, que sigue tarumba después de su segundo ridículo, prefieran el apoyo para gobernar Navarra de los que asesinaron a compañeros socialistas que a los que guardan memoria y respeto a los socialistas asesinados. De acuerdo en eso de que la política es muy caprichosa, pero de caprichosa a asquerosa media largo trecho, tan largo como el que separa a Sánchez de Winston Churchill, que es tramo de considerable longitud.
El problema de Chivite viene ahora. Su poder sólo es mayoritario con el apoyo de los independentistas vascos que han colonizado Navarra, y de los asesinos de inocentes navarros, inocentes vascos e inocentes del resto de España. Los navarros de verdad que se sienten navarros y españoles han ganado las elecciones, pero les ha faltado ese ramillete de votos infectados, podridos y sangrantes a los que Pedro Sánchez y la Chivite se han agarrado para gobernar el Reino del Honor. El día a día va a hacerse muy tenso y denso, y como navarra, Chivite sabe cómo las gastan los navarros firmes cuando alguien intenta entregarlos caprichosamente saltándose a la torera su Historia y su identidad. Y esa es la cuestión. También en el Viejo Reino han florecido los paletos acomplejados y cegados por las mentiras del nacionalismo vasco, que no es un nacionalismo tan tonto como el catalán, sino más paciente y rico para lograr su sueño. Sin Navarra no hay sueño. Navarra es la despensa. Navarra es la extensión territorial. Y el PNV sabe que en Navarra hay mucho socialismo resentido, Chivite más o Chivite menos, y que la victoria sólo se alcanza con paciencia. Los proetarras que apoyan a Sánchez y Chivite, también conocen sus futuros beneficios. Cuando la política es consecuencia de la sangre derramada de los inocentes y las víctimas, la política se desmorona en beneficio de las cloacas y las alcantarillas.
Pero el culpable es Sánchez. Que no ceja –quizá por vanidad mal asumida–, en pasar a la Historia de España como el tonto o traidor que a España deshizo. Con ayuda de los cómplices de turno.
✕
Accede a tu cuenta para comentar