Opinión

Bestia medieval

De golpe, una bestia medieval, una fusión patética de machista, hiena y dromedario. El feminismo calla y nadie se atreve a denunciar a una televisión pública que ofrece imagen y palabra a un mamarracho islamista del siglo XII. Se trata de un imán de Melilla que en la hermana Ceuta ha repartido todo el veneno de su realidad contra la mujer. Se llama Malik Ibn Benaisa, y es español. Cada vez que leo las barbaridades de un superviviente del medievo contra la mujer, me acuerdo, admiro y me enorgullezco de ser descendiente de Don Pelayo. Le preguntaron en los días de la transición a un presidente autonómico socialista –probablemente maestro de la ministra Calvo Poyato–, su opinión acerca de la figura del gran Rey que principió en las montañas de Asturias y en las cántabras de las Asturias de Santillana la reconquista. Y el sabio socialista, que no tenía bien aprendida la lección de don Pelayo respondió con gracejo y oportunismo. –¿Don Pelayo? ¡Joder qué tío! ¡La madre que lo parió!–.

El imán Malik Ibn Benaisa, de los Ibn de toda la vida y los Benaisa de siempre, ha llamado fornicadoras y putas a casi todas las mujeres que he querido, amado, respetado y admirado a lo largo de mi vida. Ha dicho en una televisión pública española que toda mujer que se perfume es una fornicadora. Y lo mismo de las mujeres que lleven la cara y las manos descubiertas, zapatos de tacón y pantalones vaqueros. Para el Imán Malik Ibn Benaisa, la mujer está obligada a deambular íntegramente oculta por un burka o un hiyab, con un velo interior y otro exterior que cubran en su totalidad su pecho, y pasear por las calles de la ciudad de una nación libre, como es España, con sumisión total a su esposo y la cabeza baja porque el marido, si es celoso, está en su derecho de causar problemas. En mi caso, y lo adelanto, ningún problema, porque mis ojos jamás se detendrán ante una mujer tapada por muy celoso que sea el cabrón de su marido.

Respecto al perfume, que no soy partidario de la mayoría de ellos, prefiero que la mujer que lo dosifica en su cuerpo desprenda el sano aroma de un Chanel número 5 a que huela a rayos y a sudor de cabrito desangrado. Y no son fornicadoras las mujeres que se perfuman. La cultura asiática y occidental de siempre ha admitido y procurado que sus mujeres huelan a dulce de membrillo, se laven adecuadamente y sean tan limpias como los hombres. No pretendo señalar a los yihaidistas y alqaideanos de cochinos. El árabe siempre fue aseado y cuidadoso. Y también perfumado. Esas especias tan aprovechables. Pero nada tiene que ver el perfume de una mujer occidental a la fornicación, al puterío, la prostitución y la degradación. Degradado es el que lo piensa con la mentalidad cerrada de la Edad Media, de la resignación que una cultura que se quedó anclada, de la interpretación violenta de un supuesto libro sagrado, de la intolerancia y el machismo abominable y por ende, del infame desprecio a la mujer en la decadencia musulmana. De ahí que vuelva mi mirada siglos atrás, y me encuentre en las montañas astures y cántabras con el perfil de Don Pelayo, el gran aglutinador, y de cuya figura histórica no va a producir con dinero subvencionado ninguna película Almodóvar o Trueba, pero sí Mel Gibson, apostando su propio dinero. Gibson ha revelado que pocas figuras históricas son tan grandiosas como Don Pelayo, cuya epopeya culminaron los Reyes Católicos, si bien no del todo, porque en Melilla quedaron, respetados y libres, como el resto de los españoles, los antecesores del asno de Malik Ibn Benaisa, el que llama putas a las mujeres españolas que no son de su rebaño de esclavas. A la abrumadora mayoría.

Las feministas no abren la boca, porque de hacerlo pueden ver rebajadas las generosas retribuciones anuales que reciben de un Gobierno que prefiere a Ben Yussuf que al Cid, a Almanzor que a Don Pelayo,a Otegui que a Ortega Lara, a Stalin que al Rey Juan Carlos y a Puigdemont que a Josep Pla. El feminismo español es una interminable fila de gallinas cluecas que renuncian al cacareo a cambio del buen vivir. Por culpa de ellas y de los Gobiernos –tanto del PP sorayista como del PSOE–, en España hay mujeres que pueden ir tapadas del moño a los pies, pasando por lo que rima, ser esclavas de sus dueños, vivir sumisas y sin libertad, recibir castigos corporales y sufrir de lapidaciones secretas por usar perfumes y cepillarse a un rubiales que les resulta apetecible. En España, el feminismo y una buena parte del retroprogresismo socialista, comunista y progresista, tolera la esclavitud en territorio nacional.

De ahí, que ante las barbaridades medievales de ese imán machista y peligroso, vuelva mis ojos al trasanteayer de nuestra Historia y le muestre mi admiración y gratitud eternas a Don Pelayo, el pionero de la cultura humanista y cristiana que no va a rendirse ante mamarrachos con joroba del islamismo español. Sí, español, lo han leído bien, para nuestra desgracia.