Opinión
Vuelo seductor
Hoy –para el lector–, 6 de agosto de 2019, se cumplen 51 años –cifra redonda– de un acontecimiento deportivo y social que ha marcado mi vida. Había cumplido veinte años, y terminaba de ser abandonado por mi primera novia, Elena Vergarajáuregui, harta de mi resistencia para examinarme del carné de conducir. Lo cierto es que aquello fue una excusa. Tuve un acné juvenil tardío. A los 19 años, mi rostro no presentaba granulaciones, pero a los 20 mi barbilla reunía un reclutamiento de granos de muy complicada admiración visual. Tenía a dos primas espectaculares para elegir a una de ellas, Macarena y Teresa Álvarez-Pickman, pero por nefas o por fas, ninguna deseó arrinconar nuestro parentesco en busca de un veraneo romántico. Y de golpe conocí a la maravillosa Pilar Choperena, de ocho apellidos vascos. Pili Choperena, Aizpúrua, Ubiría, Beristaín, Ochoteco, Añorga, Oñaederra y Basurto. Una mujer prodigiosa que convirtió en un higo chumbo mi infeliz corazón.
Frecuentaba la piscina del Real Club de Tenis de San Sebastián. Y pertenecíamos a la misma pandilla. Pero mis pústulas y diviesos faciales no ayudaban a que se fijara en mí. Juventud durísima la mía, como la del pobre Lord Fauntleroy. Adquirí en el «Fancy» de Biarritz un traje de baño color mandarina extraordinariamente bello y brioso. Y puse en su llamativo color todas las esperanzas para salvar mi honra mancillada.
La piscina del Tenis tenía trampolín y palanca fija. La segunda, de diez metros de altura. Mañana de calor con leve surada. Ella y sus amigas se sentaban en el lado opuesto a la gran palanca, de tal modo que después de calcular los pros y los contras de mi arriesgado proyecto, decidí llevarlo a cabo sin ningún tipo de prudencias. Me lanzaría al agua haciendo el ángel desde lo alto de la palanca, y emergería del líquido elemento donde se hallaban las chicas. Cuando una mujer de sensibilidad media advierte que por ella un joven impetuoso con un traje de baño color mandarina se eleva, vuela, rompe el agua como un clavo y emerge como si nada en su cercanía, por lo normal, se enamora locamente del seductor volador. Y así lo hice.
Tomé carrerilla por la superficie de la palanca, me elevé un metro sobre ella, abrí los brazos en el aire, alcé la cabeza, y cuando la ley de la gravedad me impulsó hacia el agua, coloqué mi cuerpo en modo cormorán, adelanté los brazos y me sumergí sin levantar ni una gota de espuma. Salto perfecto, olímpico. Me apoyé en el fondo y emergí airoso a un metro de Pilar Choperena y sus amigas. Cuando yo esperaba que todas ellas estarían aplaudiéndome, o felicitándome, o simplemente mirando al delfín que había surgido del agua, comprendí que el cálculo había fallado. Ni ella ni sus amigas habían reparado en mi salto. La voz de la mujer soñada se oyó fría y distante. –De acuerdo, mañana vamos a la Playa de Hendaya, porque hoy no puedo. He quedado con Chomin Gaiztarro para ir a Lasarte, a las carreras de caballos–.
A partir de aquel momento, supe que mi destino en la vida estaba en el sufrimiento. A Dios gracias, ya superado el tiempo –inolvidable–, de la Mili en Camposoto, conocí a una Pilar maravillosa, Hornedo Muguiro, con la que tuve tres hijos y siete nietos. Y no necesité de saltos al agua con trajes de baño color mandarina. Fue mucho más natural y sencillo, si bien tengo que reconocer que los granos de la cara me habían desaparecido por completo.
La piscina desapareció, o eso creo. El que fuera gran presidente del Tenis y del Náutico de San Sebastián, Xavier de Satrústegui, quiso inmortalizar mi salto heroico con una placa, pero en la Junta General del club los socios votaron en contra de la propuesta por entender que mi vuelo seductor había carecido de mérito, y que se lanzaban al agua desde la palanca cada día, cien socios más. El presidente intentó salvar la propuesta recordando que yo había efectuado el peligroso vuelo del ángel, pero no logró convencer a la parroquia. Lástima, por cuanto quien firma y saltó, redactó el texto a grabar en la placa. «Aquí, en esta piscina del Real Club de Tenis de San Sebastián, el día 6 de agosto de 1968, con veinte años recién cumplidos, el joven y heroico socio de este Real Club don Alfonso Ussía Muñoz-Seca, se lanzó al agua desde 10 metros de altura, en posición de ángel, sin conseguir su propósito, lo cual hace aún más digna la peligrosidad de su valiente acción. En memoria de su acto. El Real Club de Tenis de San Sebastián».
Lo narro tal como ocurrió con la finalidad de impedir que los jóvenes de hoy protagonicen las mismas tonterías que los jóvenes de ayer.
Hoy se cumplen 51 años –cifra redonda–, de aquel vuelo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar