Opinión

Monárquica Joraichita

Aquella Teresa Rodríguez que irrumpió en la política de Andalucía de la mano de su novio, el Kichi de Cádiz, ha cambiado mucho en su estética con el paso de los años. Como se dice por los lares norteños, ha hermoseado. Aquí, en el tramo que abarcan los verdes enfrentados entre Alfoz de Lloredo y Unquera, que da el relevo a la asturiana Bustio, cuando alguien engorda se le aplican cariñosas equivalencias porcinas. El chon es venerado en las familias en memoria de los antepasados, que hacían la matanza del cerdo en enero y los productos elaborados del chon duraban hasta entrado el verano. No es despectiva sino elogiosa la comparación. «Te has “puestu” como un “chonucu”» es piropo y no insulto. No me atrevo a escribir que Teresa Rodríguez se ha puesto «chonuca» porque no somos amigos, jamás hemos compartido un café y lo único que nos une es el amor por Andalucía y los sentimientos monárquicos, si bien no coincidimos en las dinastías preferidas. La mía es la que nace en los Reyes de Castilla y de Aragón, se une en Isabel y Fernando, y hasta hoy, con Felipe VI. Teresa Rodríguez reivindica la dinastía de los Omeya en perjuicio de los racistas Reyes Católicos, a los que tuvo que conocer muy bien para calificarlos de esa guisa. Es por lo tanto la brava capitana de Podemos en Andalucía una monárquica de los Omeya, que reinaron en la invadida y violada Córdoba entre los años 756 y 1031, amables reyes que cortaban manos y lenguas, decapitaban a los disidentes y lapidaban a las cordobesas que habían yacido con varones no recomendables. Omeya, el fundador de la dinastía preferida de Teresa Rodríguez pertenecía al clan de los Joraichitas, el clan de Mahoma, nada más y nada menos.

De Mahoma contaba Jaime Campmany una divertida anécdota colegial. En su colegio de Murcia, en el primer año de bachillerato, compartía pupitre con el hijo de una muy alta autoridad local de indolente afición por el estudio. Pero en los exámenes orales de Historia, el profesor le preguntaba con bondad infinita. –A ver, Moranchel, responda a esta pregunta. ¿Qué navegante genovés en nombre de los Reyes Católicos descubrió América?–. Y Moranchel respondió: –Eso lo sé de corrillo. Fue la Mahoma-; –¿La Mahoma? –musitó entre lloros el profesor. –¿No se le ocurre una barbaridad mayor?–; –sí–, dijo Moranchel. –Que se vaya usted a hacer preguntas difíciles a su puta madre–. El día que aparecieron las notas, Moranchel había aprobado.

Me congratula la imprevista pasión monárquica de Teresa Rodríguez, si bien me tranquilizaría que nos ofreciera un soporte argumental e histórico de mayor calado. Es más, tengo para mí que de los Omeya nunca más se supo, y que los adversarios de los Reyes Isabel y Fernando en Andalucía, verían con muy buenos ojos –siempre que admitan la igualdad de derechos del hombre y la mujer–, que Teresa se erigiera en la candidata pretendiente al trono de los Omeya Joraichitas, con el Kichi cumpliendo el papel de Duque de Edimburgo, pero con menos clase. No se trata de una quimera. La situación de esquizofrenia colectiva por la que España transcurre, mezclada con la incultura y burricie de una buena parte de su clase política abren los espacios para la más insólita barbaridad. Doña Teresa sería una reina mora de muy buen ver, hermoseada por los tocinos de cielo de Alcalá de Guadaira, y las tortitas de camarones de su Cádiz natal. Eso sí, como reina no podría llevar burka, por razones de protocolo internacional, y por ende, el burka tendría que ponérselo el consorte, o lo que es igual, el Kichi, que haría su papel divinamente.

País maravilloso, donde el estalinismo, harto de su aburrimiento, se decanta por la monarquía de los Omeya Joraichitas que se marcharon a toda pastilla cuando presintieron nubarrones en su siglo definitivo, el undécimo. Ahí se ancló su futuro para siempre. Lo cantó en una preciosa ««soleá», un terceto culto, el gran poeta quiromántico Fernando Villalón, marqués de Miraflores de los Ángeles. «¡Islas del Guadalquivir,/ donde se fueron los moros/ que no se quisieron ir!».

De las mejores y más tranquilizadoras noticias del verano. Teresa Rodríguez se ha manifestado abiertamente a favor de la Monarquía. El siguiente paso será reconocer que todas las burradas que dice se las debe a la Constitución que se promulgó en España en 1978 con el impulso del Rey Juan Carlos I, padre de Felipe VI. Porque lo de los Omeya me parece muy bien, y más aún si son Joraichitas de la secta de Mahoma. Pero tiene que soportar nuestra reina mora que los descendientes de los «racistas» Reyes Católicos son los responsables de su plena libertad, que incluye abandonar el burka en casa y lucirse en pelota picada en la playa de Zahara de los Atunes. De monárquico a monárquica, ¡Gracias, Tere!