Opinión
Rosaleda de sangre
Con la misma cursilería sectaria y mentirosa de la película producida por Cerezo «Las Trece Rosas», Sánchez escribe un mensaje en las redes sociales que, de entender el español, le produciría un ataque de alipori al mismo Richard Gere, el de los paquetes de «Bimbo» al «Open Arms». «Hace ochenta años –escribe Sánchez–, trece mujeres fueron fusiladas en Madrid por defender la democracia y la libertad. Que los nombres de las 13 Rosas nunca se borren de la Historia». La emoción ha erizado mis vellos y se hallan en punta. Me pinchan y no sangro. Me tortura un chino cosquilleando mis pies y apenas siento el cosquilleo.
Recién terminada la Guerra, con la victoria de quienes la tuvieron perdida, y gracias a la disciplina y los ideales la ganaron contra quienes teniéndola ganada la perdieron por sus odios internos y su desbarajuste jerárquico, no corrían tiempos para tolerar conspiraciones y terrorismo, aunque fuera un terrorismo cateto. Las 13 Rosas fueron juzgadas, quizá con severidad, condenadas a muerte y fusiladas. Lo lamento profundamente, como siento la muerte de los seis mil asesinados en Paracuellos del Jarama por el Frente Popular, con algún oficial de las Brigadas Internacionales al mando de los pelotones milicianos de ejecución, muy eficientes en la pericia del tiro de gracia a los inocentes moribundos, y las 7.000 Rosas martirizadas y exterminadas por los republicanos por haber cometido el delito de creer en Dios, llevar hábitos y haber entregado a los demás todo el sentido de sus vidas. Entiendo que es más sencillo producir una película sesgada sobre el dramático fin de 13 chicas del comunismo, que de las salvajadas previas a los crímenes de 7.000 religiosos a manos de los bondadosos republicanos. De un lado, 13 Rosas y del otro toda una inmensa Rosaleda de sangre inocente. No hay dinero –ni posible subvención–, para producir una película con las 7.000 Rosas religiosas de protagonistas. Se necesitarían muchos actores, actrices y centenares de kilómetros de celuloide. Pero la Ley de la Gamberrada Histórica no contempla el martirio, el sacrificio, las violaciones, las torturas y la muerte de 7.000 religiosos masacrados por el Frente Popular de socialistas y comunistas. Con respeto a la exactitud o su proximidad en las cifras, 4.184 sacerdotes y novicios, 2.361 frailes y 283 monjas y novicias, entre ellas, Hermanas de la Caridad, Hermanas de los Pobres, y encargadas de paliar los sufrimientos de los enfermos y heridos en diferentes hospitales. También, peligrosísimas monjas de clausura dedicadas al rezo y la contemplación, con sus misales, rosarios y cilicios como únicas armas. Y familiares de religiosos, que no entran en la estadística de la Rosaleda de Sangre. Los padres jesuitas Ramón y Rafael Ceñal, supieron del asesinato en Oviedo de cuatro de sus hermanos varones, el menor de 13 años – como las Rosas, qué casualidad–, arrancados a su madre en una noche de diversión asesina. La madre enloqueció y sus hermanos jesuitas jamás emitieron un sonido de odio o de venganza. Y como los Ceñal, miles de familias con un religioso entre sus miembros, fueron «paseados» hasta las tapias de los cementerios para recibir en sus cuerpos la ligera y agradable penetración de las balas republicanas. Claro, que Richard Gere no había nacido todavía y no pudo intervenir a favor de los 7.000 religiosos asesinados, como tampoco ha considerado conveniente instalarse en la frontera de Estados Unidos y México para entregar paquetes de pan de molde a los que intentan, sin éxito, encontrar su futuro en la gran nación de la libertad, la suya. El Presidente y amigo de Gere, Bill Clinton y su sucesor, también amigo de Gere, Barack Obama, levantaron el muro que hoy separa, en un amplio tramo, las líneas de la frontera. Trump será lo que sea, pero no ha puesto todavía ni un ladrillo. Propongo a Gere a la candidatura del Nobel de la Paz con la seguridad de que los idiotas que conforman el Jurado de Oslo se lo concederán en la próxima edición.
Pero bueno es retroceder al principio de este texto. Hace ochenta años 13 militantes comunistas fueron severamente juzgadas y todas ellas condenadas a muerte. Las responsabilidades en las acciones terroristas que protagonizaron se valoraron por igual, y el veredicto fue el mismo para todas. Pero la Guerra Civil no se resume en las 13 Rosas. La ministra de Justicia, de quien depende la aplicación de la Ley Gamberra de Zapatero, respetada por Rajoy y empeorada por Sánchez, no está en su derecho de silenciar la muerte de 7.000 religiosos indefensos asesinados por socialistas y comunistas en sus festejos de los amaneceres de sangre. Triste el final de las 13 Rosas, pero aún más triste el martirio de la inmensa Rosaleda de los religiosos martirizados.
La Historia no puede borrarlo, como bien escribe Sánchez. Pero entre 13 y 7.000 es más difícil olvidar lo segundo, que es lo que se pretende con la Ley de la Mentira.
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