Opinión

Atroz

Llevo tres horas enmudecido. Me han mostrado la imagen del desnudo de Monedero, y no he sabido reaccionar. No es apta para menores. Lo cierto es que tampoco es apta para medianos y mayores. Sucede que no existe una norma, un valor universal que se atreva a distinguir la belleza de la fealdad de manera definitiva. A mí, personalmente, los animales que más me gustan son la jirafa, el hipopótamo y el jabalí. Me critican por ello. Y entre las aves, el pato mandarín, el reyezuelo y la perdiz roja, la nuestra. No me queda tiempo en la vida para cruzar de acera y solicitar mi ingreso en el universo homosexual. De haber sido más osado, quizá lo habría intentado, pero si en el centro de la calzada, rumbo a la acera rosa, me hubieran mostrado el desnudo de Monedero, está claro que el susto me habría devuelto a la acera primitiva. Perdón si daño con mis palabras a gentes buenas que no lo merecen. Para mí, la belleza es transitar de punta a punta por el Parque de El Buen Retiro, por las dehesas movidas del nacimiento de Sierra Morena, por la plaza del Obradoiro con el suelo mojado por el orbayo, o por los jardines de Pereda en Santander o de Alderdi Eder en San Sebastián con sus bahías clavadas en mi mirada. Por otro lado, y con todo el respeto, la fealdad la representa el tramo del AVE que transcurre por Puertollano, los alrededores de Manchester, Manchester superados los alrededores, y la urbanización del Pocero en Seseña. Pero respeto a quienes sostengan que esos dibujos son maravillosos. Sevilla en su totalidad, exceptuando a su horrible torre, es un prodigio, del mismo modo que se me antoja difícil de explicar el desasosiego que siento cuando paso por Rentería. En fin esas manías y cosas.

No me fijo en demasía en los cuerpos masculinos. Me fijo en el mío, y por ello, lo oculto y cubro convenientemente. Pero admito que Brad Pitt me supera con holgura en torso y espalda. No así, Monedero, que me ha inyectado la ilusión de recuperar mi belleza perdida. A pesar de los años que me separan del poeta del Orinoco, mi cuerpo supera en belleza y elasticidad a lo que Monedero nos ha enseñado con su patético desnudo. En Sevilla vivió un valiente incomprendido y genial. Era homosexual. Puso letra y vida con sus poemas populares a centenares de canciones, y su poesía culta, primorosamente reunida en la Antología que reunió Antonio Burgos, nos ofrece el arte de la defensa de la identidad. Los más bellos versos escritos por don Rafael de León y Arias de Saavedra, Marqués del Valle de la Reina y Conde de Gómara, están dedicados a sus amores masculinos. Mucho celebro que don Rafael nos haya dejado con anterioridad a la visión del desnudo, nada higiénico por cierto, de Juan Carlos Monedero, el poeta del Caroní. Jamás habría escrito don Rafael ante el torso del poeta podemita: «Viniste sobre el ala terrible del verano/ con una Andalucía llorando entre tu risa». Y menos aún: «¿Cuántos pétalos tiene la rosa de los vientos? ¿En qué idioma se besan los peces en el agua? ¿Por qué camino verde se llega hasta la luna? ¿Y de qué la veleta se queja del lucero?». Federico García Lorca se habría deprimido ante el espantajo frontal del cuerpo de Monedero. Y Vicente Aleixandre, Y el portuense Rafael Alberti, que simultaneaba el pelo con la pluma. Toda una generación asombrosa derruída por la cochambre de la desfiguración y la mala facha.

Creo que Monedero se ha equivocado. El cuerpo humano dice mucho de la sensibilidad de quien lo lleva. Foxá era elegante con su traje manchado de whisky y de ceniza. Bebía y fumaba sin descanso. Era friolero y no tenía abrigo. «Puedo comprar o hacerme un abrigo a la medida, pero no tengo dinero para mantenerlo». Y reconocía la fealdad de su cuerpo, y aprovechando que el Tajo pasa por Toledo, arreaba con la provocación. Que de ésta manera le preguntó Alberti: «Agustín, ¿Por qué eres tan de derechas?». Y Foxá le respondió: «Soy Conde, soy gordo, soy diplomático y tengo dinero. ¿De qué coños quieres que sea?». Curzio Malaparte estaba enamorado del talento, que no del cuerpo de Foxá. «Agustín, si no fuera Malaparte me gustaría ser Foxá»; «Curzio, si no fuera Foxá, me gustaría ser Bonaparte». Se desnudaban de ingenio y palabra, pero no mostraban sus deficiencias físicas ni la goma publicitaria de sus «braslips».

Pocas cosas tan feas he visto en mi vida, ya larga y disfrutada. El que así se expone, tiene muy poco que decir. En Irán lo colgarían, en Cuba lo encarcelarían y en Caracas lo torturarían. Me lo contaba un ardiente procurador de tribunales que intentó, por ganar un pleito a su cliente, seducir a la señora juez. Cuando vióla desnuda, sin el carisma de la toga, emitió un «¡OOHHHH!», abandonó la estancia y su cliente perdió el pleito. Hay que tener muy mal gusto para mostrarse de esa guisa. Dios creó la fealdad para estimular a la belleza.

Visión atroz.