Opinión

El Día guapo

Ayer se celebró el Día de la Virgen. El Día guapo. De Nuestra Señora en mi valle de los laureles. Misa grande con el Himno Nacional en la elevación. En San Sebastián, el 14 por la tarde, la Salve de Réfice, cantada por el Orfeón Donostiarra. Aquí, la maravillosa habanera en honor a la Virgen de los Remedios, «Y tu nombre repiten montes y valles». La postal de mi juventud preferida, con la bahía de San Sebastián navegada por barcos y lanchas engalanadas, y entre ellos, el Norte V, el balandro más bonito de la costa vasca, con mi padre al timón, Agustín y Loncha, y la sirena sonando a la altura de nuestra casa, llena de flores, santo de nuestra madre, que se llamó Asunción hasta los 5 años, cuando un ama de Motrico le puso «Pochola», mote que le horrorizó de por vida. Nuestro padre, el Patrón, seco, vasco y austero. Nuestra madre, alegre, habladora y con un gran sentido del humor. «Soy vuestra madre todos los días del año menos el Día de la Madre, que es un invento de los grandes almacenes para sacarle el dinero a la gente». Ese día, el de la Madre, no podíamos sus hijos dirigirnos a ella como tal, y lo hacíamos muy respetuosamente como «señora». –Buenos días, señora–, –buenos días, buen hombre–, nos respondía.

La salve de Réfice no está bien vista por los bestias, aunque el mal llamado «nacionalismo moderado», el del PNV, la ha asumido por pragmatismo. Fue un encargo de la Reina María Cristina al compositor italiano, que lo bordó. Ahora preside la Salve el obispo Munilla, y Dios atiende con mayor emoción la prodigiosa interpretación del Orfeón Donostiarra que en tiempos de Setién y Uriarte, dos obispos de muy complicada definición. Bueno, complicada no, facilísima, pero dejémoslo estar.

En Ruiloba fiesta sobre fiesta. El barrio de la Iglesia abarrotado, la Misa grande y la Virgen guapa. Y en Madrid, la Virgen de la Paloma, que es devoción antes que formidable zarzuela. «Ustedes por ahí, los otros por allá, ni “usté” aquí toca el pito, ni “usté” aquí toca “na”». Bailan los Picayos las danzas ancestrales de los tolanos, temidos por su bravura en el retorno de Flandes. Se dice que en tiempos de los romanos, de aquí se llevaban a Roma los laureles para trenzar las coronas de sus héroes. Valle de una belleza casi intacta, con olor a heno, maíz, hierba y limón, que de Ruiloba y Novales se nutrían los barcos del marqués de Comillas para luchar contra el escorbuto de los embarcados. El camino hacia el barrio y el Santuco de doña Amanda, entre la Iglesia y Sierra.

El 15 de agosto, ayer mismo, establece la frontera entre el veraneo creciente y el veraneo menguante. Se pasa el verano en el sur y el Mediterráneo, y se veranea en la cornisa cantábrica. Veranear, eso es, huir del calor. Cuando Alfonso XII conoció y disfrutó de los baños de ola del Sardinero, ordenó que le fueran llevados a Riofrío barriletes con agua del mar. Entre encinas y gamos, aparecía el Rey tapón y patilludo con su «maillot» a rayas, y dos guardias Reales fornidos le lanzaban el agua para refrescar su real «body». También se bañó en Comillas, aunque en tiempos del segundo marqués, el baño se consideraba lo más cercano al pecado.

Hoy, 16 de agosto, muchas familias cuentan al revés los días que les restan antes de retomar el tostón de la gran ciudad. Los árboles lo saben, y algunos amarillean. A finales de octubre y primeros de noviembre, los meses o lunas que los antiguos vascos llamaban «Urrillá» ó «Bildillá», mes de la escasez y del acopio, o «Cemendillá» y «Azaruá», mes del monte claro o de las simientes, se tiñen de oros y sienas los bosques del norte, robledales y hayedos, preferentemente. Y así hasta alcanzar diciembre, «abendubá», el mes del bosque detenido. Muchos muertos queridos se han marchado este año y siento prevención cuando pienso en el próximo otoño y el futuro invierno. En Sierra Morena, la primera berrea sin Luis, y en los Montes de Toledo, los suelos primeros sin los galopes de Paco. Pero en Andújar seguirá Emilio vigilando los campos como si fuera a llegar cualquier tarde el jefe. Nostalgia de bahía, sin el Norte V engalanado, la caña sin patrón y la sirena callada a la altura de Ondarreta.

Es el día de los recuerdos y las memorias, los rezos y las esperanzas. El día más guapo del año, en el que se olvidan las aristas y las esquinas de quienes viven sujetos a la envidia o la amargura. Volarán muy pronto los ánsares de Rusia rumbo a Doñana, y los vencejos, abejarucos, oropéndolas y golondrinas hacia las nubes de África. Las cigüeñas, no. Son las más inteligentes y se quedan a invernar en España, Cataluña incluída, claro está.

El día de la belleza y la melancolía.