Opinión
Exijo Justicia
He mantenido mi silencio durante cincuenta años. La timidez y la prudencia me recomendaron el mutismo. Durante cincuenta años no he podido dormir tranquilo. Hace cincuenta años perdí mi inocencia cuando fui acosado por mi profesora de remo sobre piragua. Se llamaba Roser Calderet de Bonmatí y creo que es de rigor que se acepte mi denuncia.
Yo era joven. Rubio y espigado. Viajaba todos los lunes a Sitges, donde Roser Calderet de Bonmatí tenía su escuela de remo. Eligió la profesora una piragua de dos plazas. Yo ocupaba la proa y ella la popa. Y remábamos al unísono acompañándonos de voces de ritmo y alegres canciones. Recuerdo aquella de «La gaviota vuela, la/ en busca de un pececillo/ pero la pobre no puede, de/ porque no es nada sencillo». Días de deporte y esparcimiento.
Finalizada la sesión de remo, acudíamos a su gimnasio. Y ella me tocaba los muslos en sus precisos masajes. Un día, así, de aquella manera, disimulando, me rozó el pirindolo. Me llevó a la sauna, me obligó a desnudarme, y pasó lo que pasó. Me sentí humillado, vejado, y poseído mediante el engaño. Intenté olvidar el suceso, y mis padres invirtieron una importante cantidad de dinero en psicólogos. Aquel joven sonriente y amable se convirtió en un ser desconfiado y turbio. Y no aguanto más. He decidido denunciar a Rosa Calderet de Bonmatí por un delito de acoso, abuso sexual y culminación del acto. No soporto ni un día más la humillación del silencio. Porque, para empeorar las cosas y sangrar aún más mi resignación, debo ser respetuoso con mi sinceridad y reconocer públicamente que Rosa Calderet de Bonmatí no me gustaba nada, que le faltaba un diente por un golpe con la paleta del remo, que no sentí placer alguno y que , para colmo, me cobró el curso de navegación sobre piragua.
De ahí que exprese mi solidaridad con la bruida periodista Karmele Merchante, que ha reconocido con parecida extensión del tiempo de mi tragedia, que Plácido Domingo intentó abusar de ella después de que le hiciera una entrevista cara a cara y sin testigos. Lo ha narrado con su proverbial hondura en «elnacional.cat», un medio de imprescindible lectura y enorme prestigio. «Plácido Domingo se acercó a mí más de la cuenta y me invitó a su hotel». No a un hotel cualquiera, sino a un lujoso hotel de Nueva York. Según parece, la esposa de Plácido Domingo se enteró del proyecto de travesura de su marido, y monto en cólera. Historia terrible que supera, por la importancia de uno y de otra, mi triste experiencia con Roser Calderet de Bonmatí, que al fin y al cabo no era más que una profesora de remo sobre piragua y yo, un humilde y desconocido alumno de su escuela.
Pero el drama vivido por Karmele Merchante, con la que me solidarizo plenamente, ha destapado una cualidad de alta categoría artística del malvado acosador Plácido Domingo. De todo el mundo es sabido que su voz es prodigiosa y que está considerado como uno de los cinco mejores tenores –y también barítono–, de la Historia. Lo que nadie se figuraba es que Plácido ha actuado y emocionado en los mejores y más exigentes teatros de Ópera superando un grave problema de visión. Que ha pasado por las mejores salas de concierto del mundo, simulando las limitaciones que la invidencia impone. No me atrevo a poner en duda la veracidad de las palabras acusadoras de Karmele Merchante, periodista de profundos conocimientos culturales y precisión cirujana. Pero tampoco se puede dudar de la escasa visión del genio, al menos, en los momentos del fracasado acoso. Una mácula, quizá un derrame efímero tras el cristalino, posiblemente una catarata en estado de crecimiento... Porque si Plácido está siendo acusado con cincuenta años de retraso de acosar a bellísimas mujeres, ya me dirán qué hacía invitando a un hotel de Nueva York a Karmele Merchante, de la que valoro más la belleza de su contenido que la de su continente. Esta narración a destiempo –y disculpo su tardía denuncia por haber sido protagonista de mi silencio en el caso de la profesora de remo–, demuestra claramente que la figura de Plácido Domingo como acosador sexual es fantasía o metáfora, porque un profesional de los acercamientos e intentos de caricias a las mujeres jamás habría elegido para ello a Karmele Merchante, a no ser que estuviera afectado momentáneamente de un problema ocular.
A lo que sí está obligado el prestigioso portal «elnacional.cat» es a investigar a fondo el comportamiento con menores del Duque de Berwick, que en el sitio de Barcelona, al mando de las tropas de Felipe V, tuvo sus más y sus menos con una joven de Lloret de Mar, Marieta Guardiola Bordalás de Bordaló, que le ofreció al Duque sus encantos a cambio de una cesta de «moixernons». Indignante.
Hemos llegado a un punto de no retorno.
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