Opinión

El papi y la nena

Creo recordar que Pipi Calzaslargas era sueca. De familia regular tirando a mala. No era de una familia bien venida a menos, sino de una familia mal ida a peor. Insoportable niña, aunque sus tonterías nórdicas y sandeces escandinavas carecían de trascendencia. Por otra parte, su padre la tenía medio abandonada y no abusaba de ella para vivir. Un miembro del Jurado noruego que concede los Nobel de la Paz tardó un decenio en descubrir que se trataba de un personaje de ficción y en ese plazo de tiempo la propuso para el Nobel. Más tarde votó a favor de Pérez- Esquivel, el mamarraché, que ha desaparecido del mapa. Los viquingos no saben tratar a los niños, lo que no quiere decir que no sepan explotarlos, que es muy diferente. Ahora, Donald Trump ha hecho una oferta para comprar Groenlandia, que es territorio danés. Los daneses son, quizá, los menos escandinavos de todos y por ende, los más sensatos e inteligentes. Hasta cierto punto. El insuperable obstáculo que consideran los daneses insalvable para acceder a negociar la oferta de Trump no es la riqueza pesquera de Groenlandia, sino la casa natal de Papá Nöel. Se trata del principal reclamo turístico de la gran masa prepolar. Colas de niños con sus padres aguardando a que Papá Nöel los reciba. Cuando lo hace, después de visitar a unos renos con expresión de infinito hastío, Papá Nöel los abraza y besa en su casa de madera, y en lugar de hacerles un regalo, invita a los padres a pasar por la tienda anexa al hogar del insufrible gordinflón donde se venden recuerdos y juguetes que los niños, entusiasmados, reclaman a sus mayores. De tal forma, que el que tiene que regalar se forra con el dinero de los presumibles regalados. Sólo en el norte de Europa se concibe que los adultos crean más en Papá Nöel que sus hijos.

Pero en Escandinavia, los Derechos Humanos son intocables y las leyes se cumplen a rajatabla. También tienen muchas cosas buenas los daneses, los suecos, los noruegos y los finlandeses, sin olvidar a los islandeses que presumen de ser los auténticos viquingos. Muchos años atrás estuve tres días en Islandia y allí conocí la tristeza. En las miradas de sus ovejas. Cuando un pequeño autobús nos trasladaba a un grupo de españoles desde la capital a Keflawik, que huele a ballena y donde se ubica el aeropuerto civil y militar con destacamentos de la OTAN, unas ovejas cargadísimas de lana nos pedían con lágrimas en los ojos que nos las trajéramos a España. Dentro de la tristeza habitual y comprensible de las ovejas, la de las ovinas islandesas es la más acusada.

Pipi Calzaslargas ha dado el relevo en Suecia a una niña de verdad que ha montado una farsa multimillonaria. Se trata de Greta Thunberg, la reivindicadora de un mundo más limpio y saludable. Ahora navega hacia América para presentar su proyecto a bordo de un gran velero y con el fin de no contaminar el ambiente con el combustible de un avión, pero volverá en avión, porque la niña y su papi no tienen ni un pelo de tontos. Papi, que responde al nombre de Svante es el gran beneficiado de la insólita popularidad entre la retroprogresía mundial de Gretita. Me los figuro, pasados unos meses, a bordo del «Open Arms» con la prensa socialista española – casi toda–, enloquecida de ilusión y de entusiasmos. De no mediar denuncia por abusar de una menor –no en el terreno sexual sino en la parcela financiera–, Svante se va a forrar con la nena, que tiene dos tortas bien dadas. Porque Pipi Calzaslargas, su antecesora en la ficción, era un tostón de niña, pero simpática. Y esta Gretita, a sus 16 años, es más antipática que Gromyko, el ministro de Exteriores de la URSS, conocido en el mundo como «Mister NO», porque la negativa era su norma. Pero la niña no es la principal culpable. Es la marioneta, el juguete, el muñeco del guiñol siniestro de la gran farsa, en la que intervienen, además de Papi y Mami, toda suerte de organizaciones y asociaciones de las llamadas «verdes», financiadas por descomunales idiotas, que hacen creer a los ingenuos que Gretita va a limpiar al mundo de impurezas. Es decir, que con una sola mirada de la mema, el agujero de la capa de ozono disminuirá de inmediato. Y que en la isla Mauricio, cuando la nena se lo proponga, reaparecerá en abundancia el pájaro Dodó, extinguido a finales del siglo XVII no por culpa del calentamiento global, sino de los naturales de la Isla Mauricio, que se los comieron asados, fritos o en pepitoria. Gretita, sus padres y demás beneficiarios de la farsa, serán recibidos en Nueva York y la sede de la ONU por los políticos necios y populistas. Y el negocio aumentará considerablemente. Decirlo así, crudamente, puede ser considerado hoy rayano en el delito, pero no hay vuelta de hoja. Lo que necesita esa niña es un par de sopapos o sendos azotes en cada nalga. Y los padres, una querella criminal por abusar de la niña para vivir del cuento.