Opinión
Rey y filete
Apenas tres días después de ser intervenido de un preocupante desajuste patatero, el Rey Don Juan Carlos pasea por su habitación de la Quirón-Pozuelo, supera el tostón del post-operatorio y come filetes de ternera. En «El País» están asombrados. «Los muertos que vos matáis gozan de buena salud». Y para fastidiar a los cotillas y pedorros de las tertulias rosas y amarillas, todos sus familiares, desde el Rey Felipe a los hijos de la Infanta Cristina, le visitan diariamente. Una auténtica catástrofe que afecta a los antipornomonárquicos de las izquierdas capitalistas. Entran y salen los Reyes Felipe y Leticia –perdón, pero me molestan las faltas de ortografía–, la Reina Sofía, las Infantas Elena y Cristina, la Princesa de Asturias, la Infanta Sofía, Felipe y Victoria Marichalar y todos los Urdangarín. Una agresión calculada y cruel contra los transportistas de las húmedas con cianuro, desde La Beni a la Merchante, que insiste en recordar el excesivo acercamiento de Plácido Domingo en Nueva York, como si Plácido Domingo en Nueva York necesitara para algo a Karmele Merchante.
Cuando el Rey padre ingresó en la clínica, saludó a los periodistas y fotógrafos allí reunidos con un castizo «nos vemos a la salida». Y ahora come filetes de ternera. Desconsolador. Esa proclividad española a disfrutar con las tragedias personales es muy de chachas de la mitad del siglo XX. Enfermó de difteria una niña de familia muy conocida, y la totalidad del servicio doméstico se manifestaba compungido en contraste con la serenidad de los padres de la enferma. El médico, que le atendía, después de observar la evolución positiva de la niña, dio a los padres la mejor noticia posible. –La enfermedad ha hecho crisis y el peligro ha pasado–. Los padres se abrazaron jubilosos y en privado – las manifestaciones anímicas en público son consecuencia de una gran ordinariez de origen–, y el padre, que tenía un gran sentido del humor le comentó al doctor: –A ver quién es el valiente que se atreve a decirle al servicio que la niña no se muere–. Porque en el fondo, todas esas cosas que se dicen, se oyen y se murmuran en los platós de las cadenas de televisión públicas y privadas, son muy de chachonas del siglo XX. De Chachos y chachas, escrito sea para equilibrar la igualdad de género en el chacherío.
A mí, personalmente, un Rey que tres días después de experimentar una operación quirúrgica a corazón abierto se mete entre pecho y espalda un filete de ternera, me inspira admiración y confianza. Ahí, además de una constatación dinástica de siglos, hay mucho de marino y legionario. El vizconde de Pomís de Albarás se hizo objetor de conciencia para no hacer la Mili. Merendaba con su madre y unas amigas de la edad de su madre en «Embassy» cuando se atragantó con un piñón. Llevado a Urgencias, se le practicó una traqueotomía y le sacaron el piñoncete. A partir de aquel episodio, se alimentó con sopas y purés, hasta su temprano fallecimiento cuando fue atropellado por una Vespa al cruzar presuroso y precipitado la calle de Ayala porque llegaba con retraso a la merienda con Mamá y sus amigas en «Embassy». –Señora, nos informan que su amado hijo el señor vizconde de Pomís de Albarás ha fallecido atropellado por una Vespa–. Y la madre, que guardaba en el fondo un poso de dignidad, comentó mientras ultimaba su emparedado de pollo y ensalada: –Eso le ha pasado por tonto y por nena–. Y siguió con la merienda. En cambio, el Rey, que lleva al menos 65 años de Mili, después de una operación de caballo y al serle ofrecido un tarrito de yogourt, reaccionó de esta guisa: –¡Quiero un filete!–.
Es la diferencia entre un Rey-Soldado y un vizconde objetor de conciencia, al que deseo –con permiso de «El País»–, un feliz descanso eterno.
Aparte de bromas y disparates, bueno es celebrar que el Rey Don Juan Carlos haya superado con tanta desfachatez lo que algunos creían que era su final. Tengo con Su Majestad un mus pendiente, y es asunto de alta prioridad. Cuando el Rey Jorge VI de la Gran Bretaña, haciendo caso omiso a las bombas volantes que Hitler le enviaba a Londres, recorrió entre explosiones y terror los barrios más afectados, Winston Churchill comentó: –Nuestro Rey es de verdad, porque ha demostrado tener lo que diferencia a un Rey de un panoli–. Más o menos, porque la voz «panoli» no era frecuente en los escritos y palabras de Sir Winston. Nuestro Rey Juan Carlos I, Padre y no Emérito, ya demostró a los españoles que tenía en su sitio lo hay que tener para distinguirlo de un panoli. La Transición, la Constitución, el 23 de Febrero, la libertad, los derechos humanos, su representatividad en el mundo, la abdicación, la higa que dedicó a los batasunos que lo insultaban, y ahora, el filete de ternera después de una operación a corazón abierto.
Pues ya está. Es momento de pedir otro filete, Majestad.
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