Opinión

Huevos

Las feministas del sector podemita feminazi quieren prohibir el consumo de huevos. Eso de la belleza y la fealdad es muy subjetivo, y como todo lo subjetivo, respetable. Lo dijo un día el bueno de don Joaquín Ruiz Giménez, que ceceaba: -Zoy absolutamente objetivo-. Antonio de Senillosa, el gran Seni, lo corroboró: -En tal caso, Joaquín, eres igual a un cenicero-. El sujeto y el objeto. Para mí, que no para otros, las dos feminazis que han separado a las gallinas de los gallos para que éstos no procedan a violarlas son bastante feas. Fea era Golda Meir además de una mujer admirable y profundamente inteligente. El problema de las salvagallinas es que además, son tontas. Rechazan el consumo de huevos y se los devuelven a las cacareantes para que con su pan se lo coman. Mejor. Tocaremos a más huevos por cabeza. A este paso, sólo los cerdos estarán autorizados a comer jamón y chorizo, y los patos, pato a la naranja. También las vacas. «Nadie se acuerda de que son madres», han dicho las tontas. Con el permiso de las feministas, mi admiración y respeto por el sentido de la maternidad de las vacas es algo que he admirado desde mi infancia. Cuando los terneros son destetados, ni ellas vuelven a mirar a los terneros ni los terneros a sus madres, pero todo tiene más de una solución. Lo complicado es encontrarla. Y no es justo olvidarse de los sapos. Retorno al espacio subjetivo. Para un sapo macho nada hay más hermoso sobre la tierra que un sapo hembra, y lo civilizado es respetar su concepto de la hermosura. El sapo macho viola al sapo hembra, sus huevos son fecundados y nacen los sapitos. Precioso ciclo vital que emociona narrarlo.

No obstante, si los animales se ven obligados a comer exclusivamente lo alimentos generados por sus cuerpos, los animalistas y feministas van a verse obligados a extremar su vigilancia. La anchoa o bocarte es sistemáticamente devorada por los bonitos, los atunes, las gaviotas, los cormoranes y los pelícanos. Sean obligados los leones a comerse su propio rabo y dejar en paz a los impalas, las cebras y los búfalos recién nacidos. Degustado el rabo, éste no vuelve a crecer y los leones fallecerán de hambre. Lo tienen merecido porque los leones violan a las leonas, y cuando están morcillones, son incansables. Los que se sienten encantados con las ideas de las animalistas feminazis son los esturiones, pues sólo a ellos se les autorizará el consumo de caviar. Pero me preocupa lo de los huevos. El ser humano puede sobrevivir sin comer cebras, impalas, patos, y anchoas, aunque sean de Santoña, que son las mejores sin género de dudas. Pero no es justo que sea condenado a renunciar a los huevos. Se lo ordenó una madre de forma imperativa a su pequeño hijo Manolín. –Manolín, acércate a la los ultramarinos del señor Arturo y le dices de mi parte que si tiene huevos te dé veinte euros, y los apunte en la cuenta–. La tienda estaba abarrotada, pero Manolín no se amilanó. –Señor Arturo, de parte de mi madre que si tiene usted huevos me dé veinte euros y los apunte en la cuenta-. El señor Arturo, gran persona, sacó un billete de veinte euros y se los dio a Manolín. –Toma, niño, pero le dices a tu madre que ésta no es manera de pedir las cosas-.

¿Se figuran una vida sin tortillas de patatas, con o sin cebolla? No. ¿Son capaces de asimilar una existencia sin huevos revueltos con gambas, perrechicos o criadillas de tierra? No. ¿Y sin huevos encapotados o carlistas, y tortilla francesa o huevos fritos con bacon para desayunar? ¿Sin huevos a la cubana con arroz blanco, tomate, y platanito frito? ¿Sin huevos escalfados o rellenos de atún o «foie gras»? ¿O sin huevos cocidos, huevos duros con granitos de sal sobre su yema? La vida sin huevos sería peor que una tortura. ¿Podrían resistir Marta Rovira o Puigdemont un exilio de fuga sin recibir de Roures las maravillosas butifarras de huevo? Este mundo se está poniendo muy peligroso con tantísimo idiota sobre su superficie.

Anteayer, navegando en el barco de unos amigos a la altura de Llanes, fui testigo de un espectáculo estremecedor. Un cardumen de pequeños pececillos, todos ellos con padre y madre, todos ellos inocentes e inexpertos, todos ellos de gran sensibilidad, ascendieron hasta la superficie de la mar para disfrutar del paisaje. Centenares de albatros y malvadas gaviotas se lanzaron sobre ellos llevándose en sus picos asesinos a más de la mitad del cardumen. ¿Hay derecho a ello? ¿Han protestado los animalistas? Ninguno ha dicho ni mú. Entre todos y con la mejor voluntad tenemos que poner las cosas en su sitio, aunque para ello sean necesarios los huevos. No podemos permitir que otro cardumen de graciosos y alegres pececillos sufra una nueva agresión gaviotera. Y me parece bien que se prohíban las feminazis animalistas la consumición de huevos. Como apunté inteligentemente a principios del texto, tocaremos a más huevos, sin segundas intenciones, que con los huevos siempre hay que tener mucho cuidado y exactitud en el uso del lenguaje.