Opinión
Quintos de Mora
Ya berrean los venados en Quintos de Mora.
El Coto Nacional de los Quintos de Mora, propiedad del Estado, se ubica en la cinegética comarca de Los Yébenes. Su extensión supera las seis mil hectáreas, y los paisajes son cambiantes y variados. Prados, brañas, dehesas, garrigas y monte cerrado, que es para los jabalíes lo que para los revolucionarios españoles La Navata de Galapagar, una urbanización de lujos y de pijos.
Los venados berrean. No manifestando su disgusto por la cuarta estancia en lo que va de año de los Sánchez para descansar de su descanso. Tampoco por temor al ruido de los motores de los helicópteros Puma –25.000 euros de gasto–, que llevarán a los Sánchez a sus vacaciones de las vacaciones. Los venados, los cochinos y los gamos de Quintos de Mora están acostumbrados a esos sonidos desde los tiempos de Aznar, que también gustaba mucho de la preciosa finca toledana del Patrimonio Nacional. A los Quintos de Mora llevó Aznar a George Bush y Condoleezza Rice, Presidente de los Estados Unidos y Secretaria de Estado, respectivamente. Quedaron encantados, y al despedirse de Aznar, Bush le agradeció la estancia en los Quintos con palabras de sincero agradecimiento: «Me ha gustado mucho tu Rancho, José María». Como para estercolarse patas abajo de la ilusión.
Los venados berrean para cumplir su obligación natural, que es la de perpetuar y mejorar su especie. Alguno de los grandes ciervos, extenuados, se echan sobre los pastos y no reaccionan si advierten que otros venados intrusos aprovechan su descanso y su asfixia para montarse a sus ciervas. La berrea es más que un espectáculo de luz y sonido, si bien la actividad se multiplica cuando cae la noche. La noche, eso tan sencillo que ignoro como se dirá en lenguaje campero. Se lo preguntaré a mi amigo Manuel de Juan que escribe con palabras muy especializadas.
En Quintos de Mora hubo linces, y en la actualidad, como en todos los campos de España, abundan los buitres, tanto negros como leonados. Curiosa su inmunidad dictada por Bruselas. Decenas de miles de buitres viven en España, y lesionar a cualquiera de ellos se castiga en nuestro país con mucha más dureza que si el lesionado es guardia civil o policía nacional en servicio de su deber.
Por ser campo de descanso y esparcimiento del Presidente del Gobierno de España –aunque sea Presidente en funciones–, la casa cuenta con todos los adelantos técnicos. Es posible –no lo ha hecho todavía–, que al llegar a Quintos de Mora, con la tranquilidad y sosiego que el campo procuran, se acuerde Sánchez de interesarse por los guardias civiles agredidos salvajemente en Ceuta por una avalancha de inmigrantes. Y es de esperar, que esos inmigrantes agresivos, armados de palos y recipientes de ácido sulfúrico, sean inmediatamente despedidos y entregados a las débiles fuerzas marroquíes. Un Presidente del Gobierno, no puede olvidarse de quienes defienden desde el respeto a la ley nuestras fronteras. Lo hará, estoy seguro de ello, si bien se ignora cuándo y cómo.
En Quintos de Mora, Sánchez y su esposa podrán, al fin, descansar de las vacaciones en Doñana, que han resultado agotadoras. Para rizar el rizo de la injusticia, y obligados por imperativos protocolarios, han retrasado unas horas su vuelo a los Quintos de Mora para rendir una visita al Rey Padre en la clínica Quirón de Pozuelo, que cae un poco a trasmano. Se adivinaba en los rostros pálidos y afligidos de Sánchez y su esposa la secuela de sus fatigas y penurias padecidas en el Palacio de Las Marismillas del Coto Doñana. Y todo, por culpa de la preocupación por la situación del barco negrero del «Open Arms», que algunos atribuyen su propiedad a su íntimo amigo Soros, el millonario que quiere cambiar el mundo para quedarse con él.
En las palabras pronunciadas en los momentos culminantes se distingue la grandeza de la paupérrima vulgaridad. He leído con pasmo el retrato escrito que firmó el pasado viernes José María Zavala en «La Razón». El Diario de Miguel Primo de Rivera en el que narra su visita de despedida a su hermano José Antonio: «El día 20, a las seis de la mañana, me concedieron cinco minutos para despedirme de José Antonio. Entré en su celda a las seis y veinticinco. Estaba tirado en el suelo, porque no había allí ni un colchón siquiera. Hacía un frío de muerte. El grupo de milicianos nos rodeaba armados con pistolas. José Antonio me dijo en inglés, para que yo solo lo entendiera: «Help me to die bravely». (Ayúdame a morir como un valiente). Hoy no habría usado el inglés porque Pablo Iglesias lo domina a la perfección.
Pero no hay que desmerecer la frase de Begoña antes de embarcar en el helicóptero Puma: «Pedro, jolín, que a este paso no llegamos a Quintos ni a cenar».
Berrean los venados en los Quintos de Mora.
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