Opinión

De Alsasua

Recuerdo Alsasua con mucha pereza. No es localidad amable. He pasado junto a ella en muchas ocasiones. Bastante fea. Se sitúa en una esquina de Navarra, que atravesaba la Nacional 1. Paisaje de tránsito. Muy cerca, el puerto de Echegárate, el de los mareos infantiles, que en lo alto anunciaba la entrada en la provincia de Guipúzcoa. En Echegárate estallan los verdes norteños, los bosques y los prados guipuzcoanos, como los montañeses en el descenso del Escudo, Palombera o Reinosa, y en Asturias, Pajares. En Echegárate estableció el gran restaurador navarro Jesús Oyarbide su primer «Príncipe de Viana». Cuando se opuso a pagar el chantaje etarra a cambio de su vida, trasladó el «Príncipe de Viana» a Madrid y creó «Zalacain». Ni el parentesco le salvó de las cercanas amenazas etarras. Su mujer, Consuelo Apalategui, una mujer maravillosa, era prima hermana del hijoputa de Miguel Ángel Apalategui Ayerbe, «Apala», jefe de la ETA con decenas de inocentes asesinados a sus espaldas, y junto a «Paquito», el responsable de ordenar «la ejecución» del jefe de los «Polimilis» Eduardo Moreno Bergareche, «Pertur», partidario de dormir durante un tiempo el terrorismo e intentar un acuerdo con el Estado. Jesús y Chelo Oyarbide se instalaron en Madrid, y con la ayuda de sus hijos Iñaki y Javier, crearon y mantuvieron los dos grandes restaurantes navarros de la Capital de España, el familiar «Príncipe de Viana» y el mundialmente conocido «Zalacain».

De Alsasua recuerdo la torre de una iglesia y una plaza fea y destartalada. Sus naturales son más vascos que navarros, por la inmediata Guipúzcoa, y no puedo decir más porque no conozco a nadie de Alsasua, y es menester –como diría don Enrique Tierno Galván–, no caer en la injusticia. Hace algo más de un año Alsasua volvió a mi memoria por el ataque violento y brutal que padecieron unos guardias civiles y sus mujeres y novias en sus horas de libranza. Algunos de los autores están en la cárcel y otros se fueron de rositas.

No creo cometer delito afirmando que Alsasua, a mi modesto sentido de interpretar la belleza arquitectónica, es un pueblo feo. Feo de continente y más feo de contenido. El pasado sábado, 31 de agosto, con la oposición de la Fiscalía, un juez de la Audiencia Nacional de Madrid autorizó la celebración del día del insulto, la calumnia, la humillación y la injuria a la Guardia Civil. Extraña autorización, por no escribir que sorprendente, por cuanto el juez generoso con los alsasuarras violentos y bilduetarras, agresores de agentes de la Benemérita, don Ismael Moreno, fue un valiente y eficaz cumplidor de la Ley contra el terrorismo de la ETA. Mi lugar de trabajo se hallaba a veinte pasos de la Audiencia Nacional, y desayuné más de diez veces con don Ismael. Hablábamos de fútbol y esas cosas, hasta que un día apareció en la cafetería Riofrío de la calle marqués de la Ensenada acompañado por Baltasar Garzón y experimenté recelos de cercanía. Al cabo de los años, he comprobado que mis recelos fueron justos y razonables.

Su Señoría ha claudicado ante los proetarras de Alsasua porque en su opinión «no puede actuar el Derecho Penal con carácter preventivo» y porque todo buen juez que se precie de serlo actúa «ex post», es decir, después de que se haya cometido el delito. Amenazar de muerte es delito, y se trata de delito grave «ex pre». Convocar un refrendo ilegal que lleva al Golpe de Estado, es un delito «ex pre». La mera convocatoria es delictiva. La organización de este día del adiós, de la humillación a la Guardia Civil y exaltación de la violencia y el cachondeo contra las Fuerzas de Seguridad del Estado y de España, es un delito «ex pre», y posteriormente «ex post». Comprendo hasta cierto punto las diversas interpretaciones de las leyes que los jueces llevan a cabo para amodorrar sus complejos o satisfacer sus inclinaciones ideológicas. No todos son Marchena, Llarena o Lamela por desgracia. En mis comparecencias judiciales siempre he sabido, nada más entrar en el despacho del juez si iba a ser respetada mi libertad de expresión y el uso clásico del «animus iocandi», o empapelado inmediatamente. Juez con toga con lamparones, barba de tres días y receloso en el saludo, que es especie común, es muy complicado que me trate con equilibrio. Pero don Ismael es un magistrado limpio, aseado, culto y bien educado, y no entiendo bien sus «ex post» y sus distancias con los «ex pre». Después hablan los sinvergüenzas que nuestra Justicia no es independiente. Es tan independiente que en ocasiones lo es de la Justicia en sí.

En fin, que el día del odio ya ha pasado y de nada sirven los lamentos. Pero séame permitirme el desahogo de repetir –memorias infantiles–, que Alsasua es localidad bastante fea de continente y por culpa de muchos de sus habitantes, más fea aún en su contenido.

Vale.