Opinión

Eso sí que no, no que sí eso

Hasta aquí podíamos llegar. La secta de la Cienciología –que le pregunten a Nicole Kidman cómo las gastan esos desalmados–, ha vuelto a arremeter contra Plácido Domingo. El sistema es el mismo. Una mujer denuncia acoso y tocamientos, y diez se suman a la reclamación desde el anonimato. Todo concuerda con el enorme esfuerzo personal y económico que empleó el gran tenor español para librar de las garras de esa gentuza a una buena parte de sus familiares. La Agencia AP adelanta que en unos pocos días surgirá una nueva mediocre dando la cara con otra decena de acosadas anónimas participando en la cacería. La nueva denunciante se llama Ángela Turner Wilson y es profesora de canto. Y me pregunto: ¿Necesita uno de los mejores cantantes de la Historia una profesora de canto? Su trayectoria artística es confusa. Cuando se retiró de la ópera, se dedicó a dar clases de canto en un centro amparado por Los Discípulos de Cristo, muy cercanos a los cienciólogos de marras. Y actuó como solista en una recepción en la era Clinton interpretando el «God Bless América» durante la inauguración de la Biblioteca George W. Bush. Espectacular carrera. Un día sonó el timbre de la puerta de su estudio profesoral y se presentó un humilde Plácido Domingo. –Señorita, nada, que canto regulín y necesito que usted me imparta unas cuantas lecciones básicas–. Y gracias a esas lecciones, Plácido Domingo dejó de desafinar. Pero una tarde, según palabras de la profe, «me tocó el pecho y me dolió», lo que da a entender la fogosidad del pobre alumno.

El mundo al revés. Ángela Turner Wilson dando clases de canto a Plácido Domingo. Me figuro a Amancio Ortega acudiendo a una academia de ciencias empresariales, para solicitar el consejo de un estudiante de Dirección de Empresas. «Vengo porque necesito que alguien me enseñe a mejorar mi empresa textil». Menos mal que no coincidieron en vida, pero la figuración no supera la actual realidad. Se halla Leire Pajín en Londres. Duerme una siestecilla en la habitación de su hotel. Suena el teléfono y le informa el conserje: –Señora Pajín, que está aquí Sir Winston Churchill y desea que usted le oriente en cuestiones de Política–: Y ella que acepta. –De acuerdo, puede decirle que suba, siempre que me asegure que no me va a tocar un pecho y me haga daño–. Eso sí que no, no que sí eso.

Soy sobrino nieto, en segundo grado de parentesco, de Maureen O´Sullivan, la actriz que con tanta dignidad y decoro interpretó el papel de Jane en las películas de Tarzán con Johnny Weissmuller. En mi casa, a Weissmuller se le conoce por «tío Johnny», pero se acabó la farsa. Nos hemos puesto en contacto con la secta de la Cienciología para desvelar un secreto que guardábamos en la familia. Durante el rodaje de la segunda película, Weissmuller, vestido en semipelotas de aquella manera selvática, después de acudir mediante un vuelo de liana al árbol donde le aguardaban Jane y Chita, perdió el equilibrio y le tocó a la tía Maureen los muslos. «Me hizo daño», nos confesó en una carta. «Y también abusó de Chita, que se asustó una barbaridad». Intolerable.

De ahí mi solidaridad con Pilar Rahola, la culta tertuliana de las televisiones privadas y columnista de referencia de «La Vanguardia» de los Godó. Lo ha afirmado sin prudencia. «El Rey Juan Carlos me tocó un pecho». Eso sí que no, no que sí eso. Las próximas tocadas pectoralmente por el Rey podrían ser Elisa Beni o la Fallarás. Pero permítame la toqueteada independentista que no me lo crea del todo. Quizá sea el principio de un plan estratégico para derribar la Monarquía e implantar la Tercera República. Si, en efecto, el Rey Don Juan Carlos le hubiera acariciado un pecho a Pilar Rahola, aquí me tienen como el primer republicano de la nueva era. Traté frecuentemente a Pilar Rahola en las tertulias radiofónicas de «Protagonistas», con Luis Del Olmo, y puedo prometer y prometo, y voy aún más allá, puedo jurar y juro, que jamás se me pasó por la cabeza interesarme por los pechos de Pilar Rahola. Si fuera reclamado a declarar ante un juez y Su Señoría me preguntara –¿Tiene los pechos grandes o pequeños la señora Rahola?–, no podría responder en honor a la verdad jurada. Le ofrezco una idea. Que en su sesuda columna de «La Vanguardia» del Conde de Godó nos revele con pelos y señales la escena del tocamiento Real, lugar donde se produjo, y si, culminado el toque, hubo intercambio de números del móvil.

Para mí, que Pilar Rahola, sosegada y discreta, ha soñado con el Rey Juan Carlos. Está demostrado científicamente que, en muchas ocasiones, se sueña con lo que se desea. No considero oportuno molestar al Rey en pleno período de convalecencia. Pero cuando esté recuperado del todo, intentaré saber si Su Majestad ha soñado en alguna ocasión con Pilar Rahola. Me figuro la respuesta contundente.

Y si no advierto contundencia, me hago republicano. Y eso sí que sí.