Opinión
Jueces de la honra
Asumo y comprendo que la llegada a la vida de un tercer hijo – en el presente caso, una niña a la que deseo lo mejor del mundo-, perjudique el equilibrio económico de una pareja modesta, obligada por las circunstancias a vivir a cincuenta kilómetros de Madrid, ciudad en la que supuestamente trabajan el padre y la madre de la neófita. Todos los días, la pareja de jóvenes padres, se ven obligados a dejar a sus hijos al cuidado de una «Salus», porque en el trabajo de él y ella, o de ella y él, no permiten la presencia de bebés, aunque es justo recordar que una antigua amiga de los afortunados padres de marras, con más posibilidades económicas, llevó a su recién nacido a una sesión plenaria del Congreso. Porque los referidos padres trabajan en el Congreso de los Diputados, donde existe una guardería gratuita para los niños, si bien es cierto que los pequeños y los bebés donde están mejor es en casa.
Cuando una pareja calcula al límite de sus posibilidades los gastos económicos destinados a la manutención y cuidado de dos niños, y de golpe y porrazo la cigüeña aparece con un tercer bebé en el pico procedente de París, el «cash flow» familiar sufre de imprevistos altibajos. Lo entiendo, por cuanto tengo tres hijos y he pasado por esas bellas vicisitudes. Pero jamás pretendí que la llegada de mi hijo menor me la sufragara Federico Jiménez Losantos. Seguro estoy que, de haberle pedido a Federico ayuda económica para mis hijos, la respuesta habría sido generosa y afirmativa. Pero no me atreví. Consideré que mi obligación como padre era la de trabajar un poco más para cubrir las nuevas obligaciones.
Pero hay personas, muy conocidas todas ellas, que se dedican a buscar la financiación de sus hogares con la ayuda de jueces de la honra ajena. La madre de esos tres niños, a los que deseo –repito-, lo mejor de la vida, amenazó al Rey Felipe VI con aplicarle la receta de la guillotina, pero los jueces de la honra estaban reunidos y no se enteraron. A mí, modesto escritor que vive gracias a su actividad literaria en La Razón porque no hay televisión, ni radio que me soporte – será por mi culpa-, los jueces de la honra me han condenado a ingresar en la cuenta corriente de Roures 3.000 euros por escribir del elegante productor catalán que ayudó de forma tan altruista como voluntaria el proceso independentista de Cataluña, y que consideraba de discutible buen gusto que el presidente del Real Madrid le concediera la explotación de la televisión madridista a un independentista catalán y para colmo, barcelonista hasta las cachas. Ignoro qué habrá hecho Roures con ese dinero, pero me temo que no lo habrá gastado en biberones para los inmigrantes del Open Arms. En España, los jueces de la honra sólo dejan de estar reunidos y prestos a castigar a los disidentes del sistema, cuando los suyos –podemitas, independentistas, terroristas en paro y demás ralea- se sienten ofendidos. Escribir o decir que la madre de esos tres niños, además de analfabeta es una matona, como parece que escribió o dijo Federico Jiménez Losantos, es menos grave que llamar «puta» a Cayetana Álvarez de Toledo o Cristina Seguí. Pero cuando Cayetana y Consuelo fueron definidas como «putas» los jueces de la honra se hallaban reunidos, y al contrario, cuando Federico dijo de la madre y pareja del padre que era una analfabeta matona, los jueces de la honra estaban oyendo la radio. No hay que olvidar que el hombre de esa mujer, manifestó su gozo al ver abiertas las cabezas de los agentes de las FSE en las manifestaciones, deseó azotar a Mariló Montero hasta hacerla sangrar, y defendió la existencia del terrorismo etarra con justificaciones políticas. Pero los jueces de la honra se habían vuelto a reunir. También se reunieron cuando el alcalde de Puerto Real manifestó que el Rey de España era un ladrón hijoputa, y en aquella ocasión los jueces de la honra lo absolvieron amparando su generosidad en el respeto por la libertad de expresión, respeto del que no ha sido merecedor Federico Jiménez Losantos por llamar analfabeta y matona a quien ha demostrado con creces que es, al menos, analfabeta.
No creo que sea buena idea que las calamidades económicas de los hogares necesitados, de las parejas que se han visto obligadas por la penuria a vivir a cincuenta kilómetros de sus puestos de trabajo, las tenga que reparar Federico Jiménez Losantos por decisión de los jueces de la honra, y que esa honra de la analfabeta sobrevuele las honras de Cayetana y Cristina, porque una cosa es la ignorancia supina y otra muy diferente la prostitución. Claro, que una juez de la honra fue alcaldesa de Madrid y mantuvo en su puesto a quien se había reído del cuerpo mutilado por los sicarios de Otegui de Irene Villa, y de los huesos de tres niñas asesinadas en Alcácer. Aquel día, los jueces de la honra tenían un Congreso y tampoco se enteraron.
En fin, Federico, poco te puedo ayudar, pero en cualquier caso, cuenta conmigo.
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