Opinión
¿Está en crisis el putinismo?
Alerta naranja en el Kremlin. El adverso resultado de las elecciones municipales y regionales celebradas el pasado 8 de septiembre por toda Rusia ha disparado la lógica preocupación entre las filas del partido gubernamental. Por primera vez en más de 15 años, los candidatos de Rusia Unida han perdido posiciones en municipios y regiones en favor de representantes de la oposición, especialmente políticos comunistas y ultranacionalistas. Esta tendencia refleja a la perfección la ‘fatiga de combate’ que padece el presidente Vladimir Putin, instalado en el poder desde hace casi dos décadas tras la renuncia de Boris Yeltsin en 1999
¿Significa eso que el putinismo está acabado? Ni mucho menos, pero estos datos electorales sí constatan un momento de crisis. Representan las primeras fisuras en una estructura que era hasta ahora bastante sólida. El test de fuerza no salió como querían. Tendrán que tomar medidas correctoras para que las grietas no vayan a más y se conviertan en fracturas difíciles de controlar.
El revés sufrido por el Kremlin es un éxito en toda regla de la astuta estrategia elaborada y ejecutada por Alexéi Navalny, el líder opositor ruso más mediático. Navalny decidió que era mejor apoyar a cualquier pretendiente que no fuera en la lista de Rusia Unida, el partido oficialista, que boicotear las elecciones. Puso en marcha el llamado “voto inteligente”.
¿Quién es Navalny? ‘Enfant terrible’ del régimen, ya está acostumbrado a pasar por los calabozos por organizar protestas no autorizadas. Es un abogado de 40 años reconvertido en activista y bloguero, cuya fundación anticorrupción investiga desde 2011 el patrimonio del círculo íntimo de Putin. Tiene muy complicado poder presentarse a las próximas elecciones presidenciales porque se lo impide una sentencia suspendida de cinco años de cárcel por malversación cuando trabajaba en 2009 en la región de Kirov. Él asegura que los cargos fueron fabricados.
La prueba más clara de que las cosas no iban bien para los partidarios de Putin en las municipales se materializó cuando no se hicieron públicos los sondeos oficiales a pie de urna previstos para las seis de la tarde del día 8. Antes de los comicios locales, Rusia Unida poseía una cómoda mayoría en el Ayuntamiento moscovita. Nada menos que 40 de los 45 escaños. Cuando terminó el escrutinio y se desveló la voluntad de los votantes, esa cifra se había reducido hasta casi la mitad, con sólo 25 representantes, reflejando así el creciente descontento ciudadano hacia las políticas del jefe del Estado.
El Partido Comunista, una formación ya tradicional, heredera del otrora súper poderoso PCUS y que ahora ejerce una oposición light al Kremlin, obtuvo 13 concejales, ocho más que en 2014, mientras que Yabloko (manzana en idioma ruso), una verdadera fuerza opositora de centro, consiguió colocar, por primera vez, a sus cuatro candidatos. Un cuarto grupo llamado Sólo Rusia, de ideología socialdemócrata, se quedó con tres actas.
De poco sirvió que todos los
candidatos de Rusia Unida se hicieran pasar por “independientes” para así no
quedar ligados al cada vez más desacreditado partido gubernamental. Tampoco
tuvieron mucho efecto las ya tradicionales irregularidades electorales como
introducir papeletas en las urnas o forzar a los soldados a votar por una
opción determinada.
La participación en Moscú de tan sólo el 21,7% subraya el escaso interés ciudadano que despertó esta cita electoral, pero eso no resta significado a los resultados. Al contrario, los potencia.
Aunque el oficialismo conservará el control del consistorio capitalino o Mosgorduma, porque retiene la mayoría absoluta, el nuevo escenario municipal que dibujan las urnas presenta detalles extremadamente interesantes que pueden extrapolarse a nivel nacional, dado que una docena de candidatos vinculados a Navalny no pudieron competir en los comicios, lo que desató un inédito movimiento de protestas por las calles de Moscú que se prolongó este verano durante varias semanas. La comisión electoral local alegó defectos formales para vetar la inscripción de los aliados de Navalny. El Kremlin les prohibió participar porque temía que ganaran al menos nueve escaños municipales, lo que había supuesto un magnífico trampolín político para concurrir a las elecciones a la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento ruso) que deben celebrarse en 2021. Pero ese paso se volvió en contra de Putin, al convertir la elección en un referéndum simbólico sobre su gestión. De ahí su importancia.
La jugada casi maestra de Navalny
tuvo efectos extraños, porque aquellos rusos liberales que aplaudieron la
desintegración de la Unión Soviética en diciembre de 1991 apretaron los dientes
y votaron a políticos comunistas, algunos de ellos abiertos simpatizantes de
Stalin.
Además del voto en Moscú, se renovaron los gobernadores de 16 regiones y los diputados de 13 parlamentos regionales. El rechazo no sólo se produjo en la capital federal sino también en regiones muy lejanas de la metrópoli como Irkutsk o Jabárovsk, situadas ambas en Siberia. En Jabárovsk, el oficialismo pasará increíblemente a la oposición después de la clara victoria del Partido Liberal Democrático del ultranacionalista Vladímir Zhirinovski.
La alerta no es roja sino naranja pues el putinismo mantiene sus plazas en la gran mayoría de las gobernadurías. Sin embargo, algo está cambiando lentamente en el seno de la Federación Rusa. De forma pausada, casi silenciosa, nada revolucionaria. Ciertos hechos confirman esta ligera transformación social. Por ejemplo, hace unos días, los manifestantes pro-Navalny rodearon a un atribulado periodista de la televisión pública rusa al grito de “¡Propaganda! ¡Propaganda!”. Es decir, evidenciaron en público el control casi total del Kremlin sobre los medios de comunicación audiovisuales para modelar a su gusto la opinión pública nacional. El suceso, recogido por las redes sociales, demuestra a las claras que algunos de los sectores más jóvenes de la población rusa ya han perdido el miedo a denunciar los serios defectos que sufre el sistema. La desaceleración económica sumada al impacto de las sanciones internacionales y a la adopción de medidas impopulares como la subida de la edad de jubilación está pasando factura al reinado de Putin. Se advierte cierto cansancio en la sociedad. ¿Es hora de pensar en el sucesor? Suena prematuro. Putin, que cumplirá 66 años el mes que viene, muestra una energía que parece inagotable. Pero no cabe duda de que habrá tomado buena nota del mensaje de aviso que le han enviado los electores moscovitas.
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