Opinión
Nadal y el «Mozucu»
He dormido poco más de una hora. Entre la final ganada por Nadal y la fiesta del «Mozucu» de Ruiloba, me encuentro hecho unos zorros. «El Mozucu» cumple doscientos años de vida, y todo Ruiloba y parte de Comillas peregrinan hasta la vecina Udías a la Santa Misa y posteriormente, se reúnen los pueblos en la braña de la gran fiesta. Suben por el puertecillo hasta La Hayuela, gentes y carrozas, a pie, cansadísimos. Cohetes que recomiendan a los corzos que no aparezcan por los prados y guarden su tranquilidad en los bosques. Yo lo haré en coche porque me lesioné de gravedad durante el partido de Nadal y Medveded en Nueva York. Desgarro muscular en el bíceps superior derecho, desgarro muscular en el muslo izquierdo, luxación en el hombro y un extenso hematoma en la sien izquierda como consecuencia de un golpe por caída invidente. Es decir, que tropecé con una mesa que no vi y caí al suelo cuando Medveded empató a dos «set» con Nadal.
Me pregunto si a los que se lesionan viendo los partidos de Nadal habría que recompensarlos con una parte del premio. Me respondo afirmativamente. Disputar una final de «Grand Slam» sin raqueta y a miles de kilómetros de Nueva York resulta tan duro y agotador como protagonizarla. Nadal ha dicho que se siente viejo y que toda victoria puede ser la última. Me resisto a creerlo. Viejo me siento yo, y desde la atalaya de mis años, me permito el desahogo de solicitar al mejor deportista español de todos los tiempos, que procure fumigarse al adversario en el tercer «set», y no en el quinto. Más aún, cuando a la mañana siguiente los cohetes golpean el aire y el ascenso hasta Udías se presenta rico en extenuaciones. A ver, don Rafael. El ruso es buenísimo, y a pesar de ello, usted lo despachó en menos de dos horas al principio. Cuando ganó usted la segunda manga de juegos, calculé que en menos de una hora podría encamarme en perfecto estado de salud y revista para levantarme al día siguiente –hoy para mí y mañana para ustedes–, con la fuerza suficiente para subir a pie el pequeño puerto que separa Ruiloba de Udías. No me lesioné hasta el tercer «set», que ganó el ruso, único tenista capacitado para tomar su relevo, el de Federer y el de Djokovic, porque el resto, por buenos que sean, son flojos de cabeza. El ruso no. Los rusos gustan del cansancio y la resistencia. Ahí tiene usted los ejemplos de Tolstoi y Dostoiewsky, que si no escribían dos mil páginas no consideraban que habían culminado una novela. –¿Ha leído «Guerra y Paz», sir Winston?–, le preguntaron a Churchill. –No he tenido tiempo para hacerlo, pero me parece que va de rusos-. Joé con los rusos. Este tipo espigado y joven, al alimón con usted, es el culpable de mis graves lesiones.
Sinceramente, lo que me más me apetece es peregrinar hasta el «Mozucu» en camilla, pero perdería prestigio –si es que lo tengo-, entre mis queridos vecinos de Ruiloba, donde sanaré de mis contracturas, si Dios quiere, claro está. No obstante, don Rafael, no me considero dueño de la confianza personal necesaria para exigirle a Medveded un porcentaje del segundo premio en compensación a mis lesiones y sufrimiento. Y me consta, que no me apoyan las leyes para solicitárselo a usted, por mucho que lo merezca. Que usted, don Rafael, además de robarme el sueño y el descanso, terminó ganando su decimonoveno «Grand Slam», cuarto en Nueva York, con pleno poderío y sin aparentar lesión alguna, en tanto que yo, en Ruiloba, de los saltos, volteretas, gestos y tropiezos con mesas inoportunas, he terminado el partido a las tres y media de la madrugada y con muy dolorosas y variadas lesiones. Pero en gratitud por ser usted quién es y cómo es, por mi alegría de saber que comparto con usted el amor a España, la lealtad al Rey y la emoción ante nuestra Bandera, renuncio al porcentaje previamente solicitado y me hago cargo personalmente de mis gastos médicos. Tengo sueño y me duele todo el cuerpo, pero siento una extremada felicidad.
Veo pasar las carrozas ante mi casa. Y centenares de tolanos – así les dicen a los naturales de este paraíso de Ruiloba-, y muchos comillanos con su vara, su bastón y sus vestidos de fiesta. En el «Mozucu» Ruiloba recuerda a todos los que se han ido, y en la braña, donde no cabe un alfiler, los vivos se juntan con los muertos y celebran su gran fiesta del año. Hoy ha amanecido de brumas, pero son nubes altas con escasa amenaza de Agua. Escribo vestido de escalador de puertos. Mi mujer, que lleva en su sangre muchas raíces de Ruiloba, me ha anudado al cuello un pañuelo azul celeste de vida y alegría. Y salgo para allá. Despedida melancólica del verano que se marcha, y de tantos amigos de buena ley y palabra sincera que aquí dejo. Doy el primer paso y veo las estrellas. Pero el segundo, es mejor, y el tercero no me hiere.
La gran fiesta de Ruiloba y Nadal que duerme en Nueva York con su decimonoveno «Grand Slam». Bravo por el inmenso español y cuidadito en el futuro con el ruso.
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