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Opinión

Sabia rectificación

Rectificar es de sabios. Lo dice el Refranero Español, que es compendio dividido entre la sabiduría y la majadería. Rectifico. La Diada fue un éxito. Son muchos independentistas 600.000, si bien fueron más los catalanes que no acudieron. Entre los que han leído y saben de Historia, los decepcionados, y los que se sienten hartos de la murga, 7.500.000 ciudadanos de Cataluña pasaron olímpicamente de la gran fiesta de la derrota. En dos años, han dimitido de la ordinariez tractorista y autobusera 1.400.000 soñadores de la inexistente República. Entre 600.000 y 7.500.000, si mi asesor de aritmética no me falla, la diferencia se establece en 6.900.000 catalanes hartos de celebrar la derrota de los españoles monárquicos partidarios del Archiduque Carlos y la victoria de los españoles monárquicos seguidores de Felipe V, fundador de los Mozos de Escuadra. Éxito arrollador.

Gran escándalo. Entonaban «Els Segadors» Torra y los suyos –muy mal por cierto–, cuando de un Hotel NH se expandió hermoso y rutilante el Himno Nacional de España. Confusión. Un cliente, desde su habitación previamente abonada, representó a la verdad histórica hasta que los responsables del Hotel cortaron la luz para impedir la prolongación de la Marcha Real. Torra no sabía donde meterse. Al fin y al cabo, aquello se ajustó al lógico protocolo. Si Torra es el representante del Rey en Cataluña, no puede considerarse provocación que suenen en su honor las notas y compases del Himno Nacional. «Ha sido una provocación», comentó uno de sus acompañantes. Es sabido que para los independentistas silbar al Rey y quemar Banderas de España es un derecho que concede la libertad de expresión, y hacer oír el Himno Nacional de España en homenaje a Rafael Casanova, aquel gran monárquico y patriota español, es una provocación.

Llegaron en autobuses de Gerona, Lérida y Tarragona. Con sus mochilas. Se queja Sostres de la tacañería de los autobuseros, que acuden a la gran ciudad sin intención de gastar ni un euro. El autobús es gratuito, y en la mochila llevan los bocadillos de mortadela, las butifarras, las botellas de agua mineral, y el recambio de compresas, con alas o sin alas, por si a la nena le viene inesperadamente, por causas de la emoción, la visita del tío de América. Y como llegaron se fueron, sin dejar ni un euro en los establecimientos de la gran ciudad conquistada, entre otros, por don Blas de Lezo, que se dejó un brazo en la contienda.

Tiene razón Toni Bolaño, cuando escribe que 600.000 independentistas son menos que los 2.000.000 de dos años atrás, pero no son pocos. De acuerdo sin grietas. Pero si comparamos esa preocupante cifra con los 7.500.000 de catalanes que no acudieron a festejar su contratiempo histórico, la preocupación disminuye. Al paso descendente que llevan los secesionistas, en unos pocos años la Diada será como la Tomatina de Buñol, los Gigantes y Cabezudos de tantas localidades de España o la concentración carlista en Montejurra, de la que dijo un importante dirigente tradicionalista que se había convertido en una romería. La del Rocío, por poner un ejemplo, reúne a más de dos millones de romeros, y aumenta el número cada Pentecostés.

El éxito o el fracaso de una convocatoria tradicional se mide por su coherencia. En aquella trifulca monárquica, las tropas de Felipe V vencieron a las del Archiduque Carlos de Austria. Lógico es que los catalanes celebren con su ausencia de 7.500.000 la victoria ante los 600.000 que festejan su derrota. A nadie le gusta perder. El masoquismo ha perdido fuerza, entre otros motivos, porque se ha sentido marginado y decepcionado por unos políticos que sólo orientan su independentismo a la facilidad que España les concede para seguir metiendo mano en la caja. El «Prusás» es sólo eso. Negocio. Éxito total. Ya he rectificado.

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