Opinión
Toponimia para cursis
La toponimia autonómica es una cursilería si se habla y escribe en español. Cuando el gran erudito don Sebastián de Covarrubias sacó a la luz en 1611 su monumental obra «Tesoro de la Lengua Castellana o Española», cuerpo fundamental de nuestro actual Diccionario de la RAE y del María Moliner, ignoraba que esa dualidad, castellana y española, sería motivo de debate siglos más tarde. Nadie dice «I spike castiglian» y sí «spanish». Nuestro Nobel de Literatura, Camilo José Cela, zanjó la discusión con autoridad. «El castellano es el bellísimo español que se habla en Castilla». Los hay que confunden la riqueza semántica con los acentos, y ahí se siente perjudicada la maravilla verbal andaluza. En Andalucía se comen letras y se sisea y cecea, pero nadie habla el español o escribe en español como los andaluces, y no me refiero a la Andalucía culta y sabia, sino a la Andalucía popular, que ha sabido encontrar la voz a cada situación o circunstancia.
Con los idiomas autonómicos, la cursilería de los políticos y los medios de comunicación está devastando la naturalidad del español, la segunda lengua más hablada y estudiada del mundo. Todas las localidades de España tienen su nombre en español, y si se habla y escribe en español, los topónimos deben pronunciarse y escribirse en español. «Mañana me voy a London», no es oración admisible. Lérida en español, Lleida en catalán, Gasteiz en vascuence, Vitoria en español, como San Sebastián y Donostia o Fuenterrabía y Hondarribia. En TVE se impone la cursilería desde años atrás, y Finisterre es Fisterra, La Coruña es A Coruña –gran cursilería de PP de Fraga–, y Gerona es Girona. Con motivo de las terribles inundaciones en el Reino de Valencia de los últimos días, la corresponsal de Antena-3 se refirió repetidas veces al desbordamiento del río Clariano a su paso por «Ontinyent». Informaba en español y se refería a Ontinyent, cuando en nuestro viejo y rico idioma común, Ontinyent tiene un nombre precioso. Onteniente.
Lo lamento, pero ayer amanecí disgustado cuando en la portada de mi periódico «La Razón», que se escribe y edita en español, ocupa a cuatro columnas una fotografía del Clariano a su paso por Onteniente, y el pie de foto reza de esta manera: «Vista del río Clariano que se desbordó a su paso por Ontinyent, a causa de las fuertes lluvias de 297 litros por metro cuadrado». Que otros medios caigan en la toponimia de los cursis autonómicos me hiere, pero al fin y al cabo, paso de la herida. Que lo haga mi periódico me sulfura, porque Onteniente en español sobrevuela al Ontinyent en valenciano. En español, el apellido del terrorista preferido de Zapatero, Sánchez e Iglesias se escribe Otegui, y no Otegi, pues en el segundo caso tendríamos que leerlo como «Oteji». Es más que una cursilería generalizada, es una bofetada permanente y cotidiana al idioma español, que repito, lo hablan, lo leen y lo estudian más de 500.000.000 de habitantes del planeta.
Me figuro similar fotografía ilustrando una terrible inundación en Londres con el Támesis desbordado. El cursi autonómico escribiría: «Vista del río Thames a su paso por London». Qué internacionales.
Si los medios de comunicación no escapan de su común cursilería, el daño a medio plazo al idioma puede ser tan irreversible como majadero. Quinientos millones de hispanohablantes no representan a un ombligo. El ombligo se agranda en los idiomas de menor expansión que merecen todo el respeto siempre que no intenten apoderarse de la gran lengua universal. Todo mi cariño a Onteniente y a otras zonas masacradas por el temporal del Reino de Valencia, al que quiero profundamente. Pero como escribo mi lamento en español, lo hago recordando a Onteniente, no a Ontinyent, como lo escribiría de hacerlo en valenciano.
Y las susceptibilidades, al cajón.
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