Opinión
Malvado provocador
La provocación sistemática puede alcanzar los límites del delito. Por esa mala senda del hostigamiento, la irritación y el azuzamiento camina Amancio Ortega. Reta y desafía con el sólo objetivo de aguijonear a los justos. Comenzó al volante de una camioneta de reparto, y en la actualidad es uno de los empresarios más ricos del mundo. Vació las colas de las oficinas de empleo y creó miles de puestos de trabajo. Lógicamente, esa disposición a producir riqueza y colaborar con la disminución del paro obrero, le granjeó la enemistad y el odio de comunistas y podemitas, sus principales provocados, las víctimas de su insufrible vanidad. En la actualidad, las tiendas de Zara están establecidas y repartidas por todas las grandes ciudades del mundo, y su éxito es arrollador. Ese triunfo internacional de una empresa española, solivianta a los legítimos propietarios del paro laboral, los abusos sindicales y la quiebra del tejido empresarial de españa. No se puede provocar remando contra la corriente, como hace un día sí y el otro también este capitalista fascista y multimllonario cuya obligación social, por su origen obrero, era la de no aspirar a más que a conducir su camioneta de repartos, con su carné de afiliado a Comisiones Obreras o a UGT. Porque ahí está la madre del cordero. Mientras los sindicatos viven del dinero público y no de las cuotas de sus afiliados, que experimentan un sostenido descenso, el provocador gallego, en lugar de donar parte de sus beneficios a mantener el inútil tinglado sindical, se dedica a donar a los hospitales públicos y privados carísimas instalaciones y máquinas para combatir el cáncer. Y hasta ahí podíamos llegar.
Irene Montero, una de las Serra, Echenique, Monedero, Iglesias y demás defensores a ultranza de la normalidad obrera, están que trinan con el arrogante provocador, que para colmo, para disfrazar su vanidad, jamás aparece en público, detesta los elogios, rehúye los homenajes e incumpliendo con irrazonable chulería las normas laborales, el tío sigue trabajando. No quiero escribir –para que no haya confusiones al respecto-, que aquel que sigue trabajando es el tío de Amancio Ortega. Cuando me refiero al tío, a ese pedazo de tío, a menudo tío, es a Amancio Ortega, el provocador nato y siempre insatisfecho de sus provocaciones.
Ahora riza el rizo. Después de repartir por los hospitales de España más de mil millones de euros para luchar contra el cáncer y otras enfermedades, su Fundación Amancio Ortega ha anunciado que financiará con noventa millones de euros la construcción de siete residencias para ancianos y jubilados con 900 plazas para la red pública de Galicia. Y ese último paso se me antoja intolerable. En lugar de donar esos millones a residencias de musulmanes inadaptados, saltadores de vallas fronterizas y Menas de justificada violencia, provoca a la sociedad española creando novecientas plazas para españoles de la tercera edad y jubilados sin recursos. Semejante afán de notoriedad carece de antecedentes, y en mi opinión, harían muy bien los creadores del paro y los expertos en repartir entre los necesitados pisos en el barrio de Salamanca, chalés en la sierra, caballos de doma, sillas de gorra y centenares de miles de euros provenientes de Venezuela sin declarar, en denunciarlo en el Juzgado de un juez o una juez de su confianza para que , al fin, el provocador insensible, el empresario que sólo piensa en él y sus hijas, el acumulador de riquezas desde que se ganaba la vida conduciendo una camioneta, sea procesado, juzgado y condenado por un Jurado elegido en la sede de Podemos o en la de Garzón, que tantito montita la una, como montita tantito la otra.
Considero de urgencia máxima y prioritaria, impedir las provocaciones de Amancio Ortega. Esos miles de millones donados hasta la fecha, son consecuencia de su trabajo, de su talento empresarial, y de la especialización de decenas de miles de trabajadores que vuelven a sus casas todos los días con el salario asegurado. Y no podemos seguir así. Me siento profundamente indignado con este provocador incansable.
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