Opinión

Manuel Fernández Álvarez

Me he valido en ocasiones de esta tribuna para mencionar cercanas efemérides relacionadas con españoles dignos de ser recordados y sobre los que temo que pesará el olvido. Siento especialmente ese deber en relación con el gran historiador que fue Manuel Fernández Álvarez. Hace ya muchos años, me cupo el inmenso honor de presentar uno de sus libros dedicados a Carlos V y digo uno porque escribió varios e incluso recopiló la mejor colección documental relacionada con el llamado César Carlos. El año que viene se cumplirán diez años del fallecimiento de Fernández Álvarez y su recuerdo resulta más oportuno que nunca. No me refiero sólo a sus magníficas biografías de los Austrias mayores, Colón o Juana la loca sino también a sus libros sobre la sociedad del siglo de Oro. Yo sé que ahora se ha puesto de moda ofrecer una visión falaz de la Historia de España en la que se pretende utilizar la mención de la denominada leyenda negra como una palabra mordaza contra los que no aceptan las falsificaciones, pero las fuentes son las que son. Yo desearía dos cosas cuando faltan sólo pocos meses para que se cumpla esa década de la pérdida de Fernández Álvarez. La primera sería que se le recordara como se merece por la gran labor que realizó como investigador, como docente y como divulgador de la Historia. La segunda que, por lo menos, la gente leyera su magnífica «Sombras y luces de la España imperial». Este es un gran libro donde Fernández Álvarez puede reconocer la gloria de las letras españolas a la vez que describir con realismo y documentación el inmenso horror de la inquisición; donde puede recrearse la gallardía española a la vez que señala lo que significó la lacra de la esclavitud; donde aparecen las castas privilegiadas y los pícaros y donde grandes figuras nacionales se muestran descritas también en destinos trágicos como la ingratitud sufrida por el soldado Cervantes o los procesos eclesiales contra Fray Luis de León – al que dedicó su muy recomendable El fraile y la inquisición – o Juan de la Cruz. A diferencia de asnos que hablan por hablar – incluso les dan premios de ensayo – Fernández Álvarez conocía muy bien las fuentes y las reproducía en sus obras con acierto y mesura. No perdamos esta ocasión de recordar a alguien que dejó un legado del que enorgullecerse nacionalmente.