
Opinión
Las "personas-basura" de El Cairo
Los Zabbaleen o personas-basura de El Cairo reciclan un 80% de los residuos recogidos en la ciudad, mientras que las empresas internacionales apenas reciclan un 20%. Unas 30.000 personas se dedican a ello, el 90% de las cuales son cristianos coptos. Para ellos trabajar con la basura no debe suponer vivir en vertederos
En algún momento de la mañana, el Doctor Maged deja colgada la bata blanca y se dispone a tomar el aire. Rápidamente cierra la puerta a sus espaldas, para evitar que el denso olor a podredumbre invada su pequeña clínica. Trabaja en Mokattam, el conocido “barrio de la basura” de El Cairo, un lugar que le fascina por su falta de trama; calles-vertederos, estampas de Vírgenes pulcrísimas en cada puerta, figuras del Niño Jesús descansando entre los residuos, la oración constante, y el olor a flores frescas adornando el pelo de las niñas. Alrededor de unas 30.000 personas, de las cuales un 90% son cristianos coptos, residen en este barrio y se dedican a la recogida y reciclado de gran parte de la basura de la capital de Egipto.
Cuando la basura es futuro
Los Zabbaleen, que en árabe egipcio significa “personas basura”, llevan dedicándose a este oficio desde finales de la década de los cuarenta del siglo pasado. Este colectivo no ha cesado de acumular hazañas reinventando y desarrollando sistemas de reciclaje altamente eficientes y productivos. A pesar de su éxito, siguen sufriendo las consecuencias de la segregación social y espacial, de la connotación negativa asociada a la basura y, en su mayoría, de la discriminación religiosa al ser cristianos coptos en un país musulmán.
El Doctor Maged se dirige a un centro de reciclaje que hace las veces de escuela y taller; toca revisión. -Los niños de este barrio se dedican al negocio familiar, muchos de ellos no están escolarizados, y entre los que lo están hay un alto índice de absentismo -explica.
Por el camino, se para a saludar a una niña de diez años sentada a las puertas de un garaje que es hogar y basurero. Despega las etiquetas de cientos de botes de champú apilados a su lado. Nos enseña, orgullosa, lo rápido que desempeña su tarea.
-Cuando sea mayor seré la conductora del camión de basura -asegura la pequeña, llamada Demiana. -Y también cantante.
Demiana es una de las niñas que forman parte del proyecto “The Learning and Earning in Cairo’s Garbage City” impulsado por la UNESCO, cuyo programa va dirigido a los jóvenes de la comunidad zabbal. El objetivo es el de integrar educación y trabajo, empoderar y ofrecer un modelo de aprendizaje realista y flexible; de este modo niños y adolescentes pueden estudiar sin tener que renunciar a apoyar económicamente a su familia.
-El modelo tradicional de ONG jamás ha logrado prosperar en Mokattam -aclara el Doctor Maged. -Ofrecer escolarizar a los jóvenes zabbal supone una pérdida importantísima de mano de obra que las familias no pueden permitirse, por lo tanto los niños dejan de acudir a la escuela al cabo de una o dos semanas.
Los talleres ofrecen clases de lectoescritura, ciencias y tecnología. Integran también aspectos prácticos relacionados con su oficio: técnicas de reciclaje, emprendimiento, o seguridad y prevención de accidentes. De este modo dotan a los jóvenes de las herramientas necesarias para encarar su futuro con dignidad y conocimiento.
-Es necesario crear una sociedad capaz de identificar el valor de su trabajo y el potencial que la gestión de residuos tiene actualmente -afirma Maged. -Necesitamos una sociedad que luche por abolir el término “Zabbaleen”, y que imponga la idea de que la basura es futuro, no identidad.
El triunfo de lo tradicional frente a las grandes multinacionales
El Cairo acoge a más de 20 millones de personas, lo que se traduce en una producción abrumadora de basura. El 60% de estos residuos, que supone aproximadamente unas 17.000 toneladas diarias, son gestionados por los Zabbaleen. Del 40% restante se encargan tres multinacionales contratadas por el gobierno en 2003, dos de ellas españolas. El intento de formalizar la recogida de basura fue en vano: los egipcios prefirieron el servicio puerta a puerta de los Zabbaleen, a tener que depositar los desechos en los contenedores colocados en puntos concretos de los barrios.
Los métodos tradicionales de reciclaje, considerados obsoletos, probaron entonces ser altamente eficientes y rentables; y es que los Zabbaleen reciclan un 80% de los residuos recogidos, mientras que las empresas internacionales apenas reciclan un 20%.
La estructura de trabajo de los Zabbaleen consiste en la separación de tareas: Los hombres se dedican a la recogida de basura en la capital, las mujeres y los niños clasifican los residuos con escrupulosa precisión, y los adolescentes se encargan de las prensas de reciclaje y de transformar la basura en materia prima.
Desde los centros educativos apuestan por animar a los jóvenes a aplicar su aprendizaje de forma creativa, a ser críticos, flexibles y a encontrar un equilibrio entre la tradición y las nuevas tecnologías. Todo ello origina propuestas innovadoras, sostenibles y adaptadas al medio.
-Mi clínica está decorada por objetos reciclados que compro directamente de mis pacientes -cuenta Maged. -La basura es la causante de muchas enfermedades en esta zona, cuando un paciente no tiene dinero para pagar la consulta o el tratamiento, me ofrece algo relacionado con su trabajo. Si son niños me traen sus buenas notas; no hay mejor moneda.
La miseria que subyace
Y es que el optimismo y la voluntad de futuro no pueden esconder la presencia densa de la miseria: aquellos que se benefician del negocio de la basura no viven en Mokattam. -En muchas ocasiones es el marido el que gestiona el dinero, pero son los hijos y la mujer los que trabajan aquí -declara Maged. -A veces incluso traen a sus primos o familiares lejanos desde el Alto Egipto para que trabajen para ellos en condiciones de esclavitud.
George tenía ocho años cuando llegó a Mokattam con su madre, sus hermanos y sus primos. Su padre vivía en El Cairo y supervisaba el negocio familiar, pero eran ellos los que trabajaban y vivían entre basura de forma ininterrumpida. George empezó a ir a una de las escuelas-taller de Mokattam donde pronto hizo gala de una gran habilidad emprendedora. Enseguida comprendió que la ignorancia era un negocio rentable y que a su propio padre le convenía mantenerles en la pobreza. Empezó a ahorrar en secreto; al cumplir los dieciséis años se mudó con su madre al cementerio de El Cairo, en el que algunas tumbas habían sido convertidas en pequeñas habitaciones. Comenzaron un negocio de limpieza de vehículos, y en cuestión de tres meses se encontraron en posición de dar trabajo a jóvenes en su misma situación. También pudieron invertir en su propia prensa de reciclaje y abrieron un pequeño centro de formación para jóvenes. -Mi objetivo no es solo crear empleo, sino que este sea justo y no sea incompatible con la formación -aclara George. -Me preocupa el conformismo y la ignorancia de los propios derechos. Quiero que los jóvenes sepan que si su oficio es la basura pueden ser excelentes en lo que hacen, pueden ser sus propios jefes, pueden ser dueños de sus vidas.
Y es que George sabe que el trabajo ha de ir acompañado del potencial de cambiar la realidad a mejor.
Su madre, Marian, creó una asociación de mujeres que se reunían los domingos después de misa. La religión, omnipresente en la cultura copta, sirve de refugio y consuelo para muchas familias. Es común que se haya aceptado la vida como sacrificio. Marian quiere que la fe no se base en la servidumbre, sino en el empoderamiento. Que sea refugio; la Iglesia como lugar donde coger aliento para crecer y luchar por una vida mejor. -Se ha confundido la fe con el conformismo -denuncia Marian. -Aquellos con poder nos acusan de pecadoras por tener ambición.
Marian sabe que la religión es un arma de doble filo y que la virtud nunca reside en el extremismo. Entiende el peligro que supone hacer de la pobreza una forma de santidad. Por ello, su lucha consiste en transmitir que su Dios les ha creado libres: para crecer, para aprender, para ser. Muchos hombres se refieren a ella como “la divorciada”, tratando de quitarle validez a su discurso y de impedir que sus mujeres piensen como ella. -Pero somos “Zabbaleen” -explica riendo -estamos acostumbradas a sobrevivir el insulto y llevarlo con orgullo.
El Auge de la ambición
Dentro de la vasta tradición del silencio, el diálogo se va abriendo camino. Mujeres y jóvenes exigen que trabajar con la basura no suponga vivir en vertederos. Piden un saneamiento adecuado, condiciones sanitarias básicas. Piden que El Cairo no les mire con vergüenza, que se reconozca su valor, que se derriben las fronteras internas fruto de la segregación religiosa. -No quieren marcharse, no quieren otro oficio -afirma Maged. -Pero ha de dignificarse su labor. Ha de aplaudirse ese 80% de basura reciclada, hemos de promover la ambición como bien común.
Los jóvenes Zabbaleen lo tienen claro: la basura es un oficio, no un exilio. Son un ejemplo de que la sostenibilidad es posible, y están dispuestos a compartir su éxito con el mundo.
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