Opinión

Masako, la emperatriz deprimida

La

historia de la monarquía más antigua del mundo, la japonesa, está

más próxima a nosotros de lo que más de uno podría imaginar.

Primero, porque tanto a Naruhito como a Felipe VI, se les estaba

pasando el arroz cuando encontraron a sus actuales mujeres. Ambas

plebeyas y como diríamos plebeyamente, con “taras” para que su

sangre mutara en azul. Igual que Letizia, Masako, además de plebeya,

también contaba con varios novios en su haber, aunque no se hubiera

casado con ninguno y además, era más alta que Naruhito, hecho

importante para alguien que tiene que ir por delante y en un plano

más alto. Tanto el Emperador de Japón como el rey de España, han

vivido en sus carnes la misma presión matrimonial. También, ambos

ocupan sus puestos por abdicación de sus progenitores y el tercer

punto que nos acerca es que fue la visita oficial que hizo la infanta

Elena a Japón la que propició el encuentro de los ahora Emperadores

de Japón. Sí, se conocieron gracias a la infanta Elena, no porque

ella les presentase, sino porque al acto en honor de su visita

oficial se invitó a Masako, como miembro del servicio exterior

japonés. Después de esperar siete años, a que la que es hoy

emperatriz, superase sus dudas y miedos, finalmente aceptó contraer

matrimonio con Naruhito. Aunque su suegra, Michiko, ya había abierto

el proceloso camino a las plebeyas, ella misma lo era, Masako aún

tuvo que aguantar las críticas de los sectores más tradicionales.

Ahora, juntos tocan música y componen “wakas” que es un tipo de poesía ancestral. Es muy aclamado el waka que compone la pareja imperial para celebrar el Año Nuevo. Por separado, Naruhito, planta arroz y Masako, cuida gusanos de seda. El palacio imperial es una ciudad en sí misma y hay sitio para tener un campo de arroz y el afamado Momijiyama Imperial Cocconery. Un espacio para que los gusanos reales coman hojas de morera fresca y vivan tranquilos y felices para crear sus hilos de seda con los que luego se tejen piezas que se regalan. Por ejemplo, doña Letizia, tiene un ovillo de tan delicado material, que ahora está al cuidado de Masako. Ella, que lo que quería era ejercer la diplomacia, es la cuarta emperatriz encargada de gestionar la granja de sericultura y sin tener que salir de casa. Masako, cuando se apellidaba Owada, era un diplomática japonesa, que había nacido el 9 de diciembre de 1963 en el hospital Toranomon de Tokio con un futuro abierto, para entonces, Naruhito ya tenía tres años y tenía su futuro marcado. Cuando Masako se licencia en 1985 en económicas en la Universidad de Harvard en Estados Unidos, Naruhito ya llevaba tres años graduado en Historia por la universidad Gakushuin de Japón y cuando Masako entra en el ministerio de Asuntos Exteriores japonés, como diplomática, Naruhito aún sigue formándose con un doctorado. Desde diciembre de 1963 al 9 de junio de 1993, es la señorita Masako Owada, desde entonces y hasta mayo de 2019 pasa a ser Su Alteza Imperial la princesa heredera del Japón y desde ahora es Su Majestad la Emperatriz de Japón. Una emperatriz poco expuesta ya que se ha pasado la mayor parte desde que ingresara en la Familia Imperial japonesa, apartada de la vida pública y con una escasa agenda oficial. Desde 2004 sufre oficialmente “depresión”. Esa mujer sobradamente preparada, habla cinco idiomas; japonés, ruso, inglés, francés y alemán y con un curriculum vitae extraordinario entró en una depresión profunda coincidiendo con el abandono de su prometedora carrera para casarse en 1993 con el príncipe heredero del trono del Crisantemo. Que fuera más alta que su marido, plebeya o con experiencia sentimental, no fue nada con lo que se le avecinó porque no se quedaba embarazada. Desde su matrimonio su misión en la vida consistía en asegurar la sucesión al trono pariendo un varón. La presión palaciega debía de ser tremenda porque si Masako estaba deprimida, a su suegra, Michiko, no le iba mejor, ya que tuvo una época en la que se quedó muda. Finalmente, en 1999, cuando parecía que Masako se había quedado embarazada, sufría un aborto. No desistieron y en 2001, nacía la única hija de la pareja, Aiko. Eso no sirvió para calmar las ansias porque no era el deseado varón. Menos mal que en 2006 nacía el príncipe Hisahito, hijo del hermano pequeño de su marido, Naruhito, eso garantizaba la sucesión al trono para al menos otra generación de la familia. Liberar a su hija Aiko de los rigores palaciegos y poder vivir en un mundo, como el que ella conoció y disfrutó cuando era plebeya, seguramente le hace feliz. Hasta ahora, a Masako se la conoce más por su depresión, por el estrés y el trastorno de adaptación que por cualquier otro logro más allá de los wakas navideños. Quién sabe si ahora que es Emperatriz y por tanto, se supone que ejerce el poder dentro de su casa, puede liberarse de la pena que la oprime y como dijo su marido, al cumplir sus 59 años cuando se refirió a su “querida esposa” con la esperanza de que "pudiera aprovechar sus experiencias en el extranjero antes del matrimonio para involucrarse más en las actividades internacionales”. Se refería a la Masako de antes de 1993, cuando era independiente, moderna, sobradamente preparada y con éxito social y no a la mujer triste, sumisa y descolocada en la que había mutado cuando entró a vivir en la morada de los Dioses. Hasta su suegro, el hoy emperador emérito, Akihito, el emperador era sagrado y venerado como descendiente de la diosa del Sol y sacerdote supremo de la religión sintoísta. Un Dios con aspecto humano, ahí es nada como para no deprimirse.