Opinión
Auroras boreales
Los medios de comunicación entregados a las mentiras y auroras boreales, dicen ahora que durante el franquismo se prohibió la enseñanza y desarrollo del catalán y el vascuence. Escribo vascuence, el idioma de los vascos en español, porque ni Sabino Arana terminó de averiguar cómo se denominaba en la dialéctica vasca. «Euskara», «Euskaro» o «Euskera».
Tuve la suerte de tener un padre enamorado de la filología vasca. Hablaba un perfecto guipuzcoano, como otros dominaban el vizcaíno, el alavés, el roncalés, el benavarro, el suletino y el laburtano. Tuve la suerte de pasar muchos y maravillosos años de mi vida en San Sebastián. De los diez hermanos, siete nacimos en Madrid y tres en la capital donostiarra. No me refiero a los espacios rurales, donde los pastores y «casheros» usaban el vascuence para comunicarse sin problemas ni prohibiciones. Me refiero a San Sebastián, donde convivían con naturalidad el idioma de todos y el de menos españoles. En el muelle de pescadores, el vascuence era el idioma que prevalecía y nadie era advertido por tan hermosa prevalencia. Acudíamos con mis padres, los domingos, a la Misa de las 10 a la Parroquia del Antiguo, Misa oficiada y cantada en vascuence. Y años más tarde, cuando tuve el honor de navegar en «El Giralda» de Don Juan De Borbón, sus marineros, exceptuando a José que era gallego, fueron todos de Bermeo, y se hablaban en vascuence a bordo del pequeño barco del que fue, durante su exilio de más de 41 años, el Rey de España de Derecho. Juan, Basi, Emilio… todos bermeanos.
En Cataluña era diferente el problema. Se hablaba catalán con plena normalidad en la clase intelectual cercana al nacionalismo y en los estamentos menos favorecidos económicamente. Los despreciados «charnegos» se afanaron en aprender el idioma local, y lo dominaban con orgullo. Pero el catalán como idioma, jamás contó con el apoyo de la media y alta burguesía barcelonesa. Los burgueses catalanes, aún con simpatías románticas nacionalistas, no hablaban en catalán porque era considerado de payeses y de paletos. El mayor enemigo del idioma catalán no fue Franco, ni su sistema. Fue el burgués, medio y alto, de una Barcelona que repudiaba su idioma local por temor al aldeanismo. En Valencia siempre se compaginó el español con el valenciano, y así hasta hoy. Creo que fueron los despreciados charnegos, esos centenares de miles de catalanes apellidados García, López, Pérez,Sánchez, Martinés, Rodríguez, y Rufián, los que dejaron en evidencia por su dominio del catalán a los catalanes que se avergonzaban desde sus privilegios económicos y sociales de una lengua que consideraban paleta, en los mimos años en los que un gran escritor gaditano, don José María Pemán y Pemartín, reivindicó el catalán por su belleza «de agua clara». Nadie prohibió el vascuence y el catalán. En los decenios de los cuarenta y los cincuenta, sin ningún tipo de cortapisas, surgieron numerosas academias locales y escuelas especializadas para ensanchar la vigencia y el uso de los idiomas provinciales, el vascuence y el catalán con el apoyo y las ayudas del Régimen. Y a partir de los años ochenta, los hijos de la nobleza, y alta y media burguesías catalanas, aprendieron a hablar el idioma que sus padres aborrecían, por ser lengua de paletos, de tenderos, de agricultores y de bajos comerciantes. El vascuence tuvo a su gran enemigo, no en el franquismo, sino en la dificultad de dominarlo en cualquiera de sus siete dialectos. Pero nadie, en las provincias catalanas o vascas, tuvo problema alguno para comunicarse con otros vascos y catalanes, el idioma local. Y el español, que algunos llaman castellano –el castellano es el bellísimo español que se habla en Castilla, según don Camilo José–, se impuso en España no por capricho, sino por su natural expansión cultural, espiritual y comercial. Un idioma que hablan 600 millones de habitantes de nuestro planeta, no encuentra murallas políticas que impidan su triunfo, a pesar de ser el único idioma del mundo, el segundo hablado y estudiado, que sólo se prohíbe en España por los paletos de los nacionalismos.
Tengo para mí que esa batalla la tienen perdida los que pretenden poner puertas al campo y murallas en los océanos. Los empresarios catalanes y vascos con proyección al exterior, por mucho que aplaudan la prohibición del español en España, hacen sus negocios fuera de nuestras fronteras en español o en inglés, pero no en catalán o vascuence, por obvias razones de utilidad empresarial.
La literatura catalana es más notable que la vasca. Jamás se han prohibido en España libros editados en catalán o en vascuence. De unos años a estos malos tiempos, han cambiado las cosas. Pero como me dijo el gran editor sevillano afincado en Cataluña José Manuel Lara Hernández, «el problema de editar en catalán es que se pierde dinero, y ése no es mi negocio». Los idiomas son libres, no se imponen ni se exterminan. Y el que no haya aprendido sus lenguas locales, que no se queje. Por esnob o por vago.
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