Opinión
Noviembre
A un paso estamos de alcanzar noviembre, el mes de la caída de la hoja, el que los antiguos vascos denominaban de tres maneras, según el filólogo durangués Pablo Pedro de Astarloa, que era, como casi todos los estudiosos del vascuence en los siglos XVIII y XIX, presbítero. Escribe Astarloa en su «Apología de la Lengua Bascongada» (sic), que noviembre era para los vascos «cemendillá», el monte desmenuzado, «Acillá», el mes o la luna de las simientes, o «Azaruá», el tiempo para sembrar. Noviembre es un mes de tristezas y melancolías, puerta de diciembre, luna de la detención de la vida, del bosque detenido, del gris marengo parado sobre la mar, de la nieve quieta en las cumbres de España.
Hace 83 años, aunque no se incluyan los hechos en la Ley de la Memoria Histórica, con plena participación y conocimiento de Santiago Carrillo Solares, los socialistas, comunistas y anarquistas detuvieron la vida de 6.000 inocentes en Paracuellos del Jarama. Entre los inocentes, más de dos centenares de menores de edad, niños de trece años encarcelados y asesinados junto a sus padres, oficiales de la Armada y del Ejército de Tierra. De cuando en cuando, los mártires de Paracuellos tenían la fortuna de ser rematados por oficiales convalecientes y en retaguardia de las Brigadas Internacionales, pero la costumbre era dejar a los fusilados que no caían en sus tandas de ejecución, malheridos sobre la tierra hasta que el fin aliviaba sus dolores. Se trata de un mes que a muchos españoles, descendientes de los 6.000 asesinados, nos recuerda que perdonar es de cristianos, pero que el perdón nada tiene que ver con el olvido.
Hay en la España de hoy un empresario, aborrecido por muchos descendientes de los que dispararon en Paracuellos a los mártires indefensos, que además de crear decenas de miles de puestos de trabajo y exportar al mundo una marca establecida en el prestigio, con locales en las más importantes ciudades de Europa y América, un empresario, repito, que lleva donados a hospitales públicos y privados más de 1.000 millones de euros para adquirir la tecnología más avanzada en la lucha contra el cáncer y otras enfermedades. Se llama Amancio Ortega, es gallego y las izquierdas no le perdonan su altruismo.
En Dos Hermanas, provincia de Sevilla, hay una calle dedicada al genocida de Paracuellos del Jarama, Santiago Carrillo. Centenares de pacientes andaluces se han beneficiado de la generosidad de Amancio Ortega. Y el representante municipal, democráticamente elegido de Vox, que no tiene complejitos, pavores ni colitis crónica, ha propuesto cambiar el nombre de esa calle, sustituyendo a un genocida por un benefactor. Como era de esperar, los concejales socialistas y podemitas se han opuesto con contundencia. Para ellos, el asesino de 6.000 inocentes conceptuados de derechas no es un crimen, sino una acción progresista, según Garzón el tonto, que no es el juez prevaricador, que de tonto no tiene un pelo. Grito en el cielo. ¿Cómo vamos a quitarle la calle a nuestro Santiago Carrillo y cambiar su nombre por el de un multimillonario que empezó a trabajar en una camioneta de reparto? Me figuro que aquellos que propusieron el cambio conocían la reacción negativa de socialistas y podemitas, faltaría más. Lo que no se figuraban era la abstención de los concejales del Partido Popular y de Ciudadanos en Dos Hermanas. Abstenerse en casos como éste equivale a votar en contra de Amancio Ortega y a favor de Santiago Carrillo, y eso lo tendría que haber controlado el presidente de la Junta de Andalucía, el señor Moreno, que no se sabe muy bien donde se halla, donde su ubica y donde le cuentan esas cosas que le hacen reír tanto. No obstante, para el nieto de un gran dramaturgo del Puerto de Santa María, andaluz de los Puertos, padre de nueve hijos y abuelo de muchos nietos, entre los que me honro formar parte, asesinado por ser valiente y honestamente desde su verdad crítico con la República, reconocer sus simpatías por la Monarquía, creer en Dios, educar a sus hijos en el seno de la Iglesia Católica, trabajar sin descanso, hacer el bien, y ser suscriptor del ABC, esa abstención a favor del asesino se me antoja un asco, un escupitajo en la cara que no deseo que reciban ni Casado, ni Rivera, ni los dirigentes andaluces de esos partidos, ni los indeseables concejales del PP y Ciudadanos del Ayuntamiento de Dos Hermanas. Indeseables, es decir, no deseables ni deseados, que es el significado correcto.
Esos detallitos cobardes, esas filigranas caponas, serviles y caguetas del PP y Ciudadanos, pueden pasar desapercibidas, pero no indultadas. Excepto en los primeros años de la libertad, que fui votante de UCD, y en el último tramo del PP de Rajoy, al que no pude votar ni con las narices tapadas, he sido un español más o menos integrado en el liberalismo conservador. Mi voto lo han perdido. Es sólo un voto, poca cosa, pero que entrará en la urna con dignidad y sin asco.
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