Opinión

El tramposo de Zamora

Por primera vez en nuestra democracia, la Junta Electoral Central ha abierto expediente a un gobernante por vulnerar el principio de neutralidad. Se trata de una gravísima acusación que no tendrá consecuencias. No es necesario que me detenga en la identidad del tramposo, que es por todos conocida. Se llama Pedro Sánchez, ha utilizado La Moncloa en beneficio de sus fines electorales y la Junta Electoral Central le ha dicho, sin descender a las voces de la Real Calle, que es un sablista, un estafador y un fullero. Nada nuevo. Es un doctor fraudulento que ha estafado, un escritor que contrata libros que no escribe – su enchufada mayor del Reino, Irene Lozano, es la autora-, y un desalmado en su idolatría. Nadie en el mundo amó tanto como Pedro Sánchez se ama a sí mismo. Que le saquen a relucir sus desvergüenzas le importa un bledo. Vuela por encima del bien y del mal, y nos llevará a todos los españoles al enfrentamiento y el desastre en su propio beneficio.

Lo único que salva a Pedro Sánchez es su honda y rebosada cultura. Nos hacía falta un presidente instruido y cultivado. Decretó que Soria es la cuna de Antonio Machado, y nos sacó del error – error en el que también cayó en su día el bueno de don Antonio-, de creer que Machado nació en Sevilla, en las dependencias del Palacio de las Dueñas, en el patio del rincón de la alberca. Qué manera de equivocarse: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero». No contento con su grave error, insiste años más tarde en la primera estrofa de un soneto: «Esta luz de Sevilla… Es el palacio/ donde nací, con su rumor de fuente./ Mi padre en su despacho, la alta frente,/ la breve mosca, y el bigote lacio». Claro, que la cultura profunda en ocasiones ofrece el despiste geográfico. Siendo ministra de Cultura del simpar Zapatero, Carmen Calvo, nuestra vicepresidenta en funciones y futura directora de una empresa de mudanzas de huesos, confundió el Mediterráneo con el Atlántico en una visita a Huelva. Sería injusto que a un individuo que copia en sus tesis, que no escribe sus libros, que vulnera el principio de neutralidad, que gobierna con independentistas violentos y herederos de la ETA, se le reproche la habitual confusión, error generalizado, de equivocar a Soria con Sevilla. El que escribe, sin ir más lejos, en un reciente viaje a Soria, a la vista de un Duero impetuoso, exclamó maravillado: «¡Qué bien baja el Guadalquivir!», y aquí sigo, escribiendo. Y si paseo por Sevilla, a mediados de mayo, no puedo reprimir el júbilo y el pasmo cuando contemplo lo bien que crecen y florecen los jacarandas azules, las buganvillas rojas, las lantanas amarillas y los naranjos ya estallados de azahar en la Alta Castilla. Todos estamos expuestos al error geográfico.

Muy pocos días atrás, y con anterioridad de visitar Santander para agradecerle a Miguel Ángel Revilla su último envió de anchoas de Santoña a La Moncloa, Pedro Sánchez pasó por Zamora. Zamora, qué casualidad, allí donde se ensancha para irrumpir caudaloso en Portugal el río sevillano del Duero. Y Sánchez, el expedientado por la Junta Electoral Central, que es persona sensible donde las haya, quedó impresionado por los pueblos zamoranos de la España vacía. Y se lamentó de ello, porque no hay sensibilidad que soporte la ausencia de paisajes que andan y se mueven, es decir, los hombres y las mujeres que antaño poblaron la Zamora andaluza.

Creo recordar que fue Atahualpa Yupanqui, el poeta salteño hijo de indio y vasca, roble y ombú, el que escribió que el hombre es el único paisaje que anda, que va y que viene, y que forma parte de lo que contempla. Y Sánchez quedó perplejo ante la soledad de los pueblos zamoranos. Nadie escribe en España de la melancolía de su infancia en los altos sorianos como Abel Hernández, que fue privado de conseguir el Premio Jaime de Foxá del Real Club de Monteros porque escribe en La Razón y no en el ABC del presidente del jurado. Que hasta ése punto alcanzan las monsergas de la mediocridad.

De Zamora viajó – está a un paso-, Sánchez hasta Santander. Durante el trayecto, y para no volver a caer en el error de confundir una ciudad con otra, Sánchez fue asesorado convenientemente. -¿Santander es Asturias?-, preguntó; -no, señor Presidente, es la capital de Cantabria, que limita al norte con el mar Cantábrico, al sur con las provincias de Burgos y Palencia, al este con Vizcaya y al Oeste con el Principado de Asturias, si bien también establece límites con León-. Y llegó a Santander, y habló, habló y no dejó de hablar de la España vacía que se había encontrado en Zamora. Y los que asistían a su acto pre-electoral, oían sus palabras con incontenible emoción. –Aquí, Zamora tan cerca y tan vacía-.

Hasta que le dijeron que no había estado en Zamora, sino en Palencia. Pero eso nos puede pasar a todos.