Opinión
Árboles de Sánchez
El palacio de La Moncloa es feo y destartalado. Su jardines, por el contrario, espectaculares. Algunos de esos cedros, pinos y abetos se plantaron en tiempos de Eugenia de Montijo o de la duquesa Cayetana, que en sus paseos por sus alamedas acompañada por Goya levantaba los ánimos al genio de Fuendetodos. Una vez estuve y no he repetido visita. Una comida muy aburrida que Aznar nos ofreció a un reducido grupo de columnistas de ABC para pedirnos que fuéramos más condescendientes con Arzallus, al que se había metido en el bolsillo. Así era de ingenuo. Aznar es difícil de seguir en la charla, porque usa de un tono de voz muy bajo y habla como cantan las zambas salteñas «Los Chalchaleros», renunciando a la última sílaba. En lugar de «Pedazo cielo en la tierra/ orgullo de los paisanos,/ descanso del caminante,/ ombú de los tucumanos», los grandes «Chalchas» dicen «Pedazo cielo en la tié/ orgullo de los paisá/ descanso del caminán/ ombú de los tucumá», y a veces te la lían. Como en los versos capados.
Encadenando el expediente abierto por la Junta Electoral Central a Pedro Sánchez por vulnerar la obligada neutralidad y no prescindir de los espacios que pertenecen a todos los españoles para emitir sus chorradas electoralistas, Manuel Calderón ha comentado en el «Punto de Mira» de «La Razón» las imágenes de los jardines del palacio de La Moncloa adornando un vídeo del apuesto ególatra, con medida ironía y acierto. Manolo Calderón es un periodista y escritor culto y brillante, que para colmo no confunde Sevilla con Soria ni Zamora con Palencia. Con Sánchez posando ante el bosque centenario de La Moncloa, Manuel Calderón nos ayuda a observar con detenimiento la solemne altura de los árboles monclovinos y el césped cuidado con esmero como corresponde al del jardín de la residencia del Presidente del Gobierno de España. Pero discrepa de su uso y abuso por parte de nuestro inalcanzable mentiroso.
Árboles de esa belleza y rectitud también se encuentran en El Retiro, el Parque del Oeste, el Real Jardín Botánico y otros lugares privilegiados de Madrid, pero puedo prometer y prometo, y en este caso, asegurar y aseguro, que Sánchez no desciende a formar parte de la muchedumbre en los espacios públicos porque se lo ha prohibido Begoña, tan sencilla y afanosa como la infeliz Cenicienta. No; esos árboles son de, están en los jardines del palacio de La Moncloa, y «yo, mi persona, el Presidente» ha vuelto a usar lo que no le corresponde para pedir el voto a los dubitativos y los dóciles en la reflexión. Podría haber optado por retratarse ante el gran taxolio del siglo XVII que se alza en El Retiro, pero sus asesores no lo han considerado oportuno. O ante cualquiera de las joyas del Botánico, o en los espacios movidos – y cercanos a La Moncloa-, del parque del Oeste, embriagador y zarzuelero, pero nanay. «Yo, mi persona, el Presidente», el vulnerador de neutralidades, el defraudador en las tesis, el contratante de libros que no escribe, el desorientado geográfico, el gorrón de las nubes, sólo se puede retratar o grabar mensajes ante los árboles de La Moncloa, como corresponde a un ser único, de frescura intransferible y oquedades descomunales. Y de los árboles de La Moncloa a la reflexión de Orwell, tan a mano y de moda en estos tiempos: «Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima; es cómplice».
Una gran mayoría de españoles ignora que Madrid es de las ciudades con más y mejores árboles del mundo. Recurrir a lo indecente cuando existen tantas posibilidades de retratarse con honestidad prueba hasta qué límite este vendedor de aire se pasa todas las limitaciones de la prudencia por el forro de sus pantalones. Un ilustre psiquiatra de Madrid, me lo confesó días atrás cuando compartíamos, con un grupo de amigos, una copa en «Richelieu», un bar tradicional que resiste, gloria de la hostelería madrileña. «Para un psiquiatra, Sánchez es un personaje interesantísimo, un chollo. A veces parece que está como una cabra, y no es así. No parece. Está como una cabra».
Habría que preguntarle a Sánchez qué bagaje de hechos puede presentar a los electores para ser reelegido. Cuántos hospitales públicos, cuantas bibliotecas, cuantas carreteras y kilómetros de autopista, cuantas obras de interés público se han resuelto o principiado desde que es «yo, mi persona, el Presidente». Su única acción consolidada – y está por ver-, se reduce al traslado de los huesos de un fallecido hace más de cuarenta años de un sepulcro a otro. Nada más. No ha hecho absolutamente nada. Todo son farfollas y propaganda, promesas incumplidas y abusos del dinero público para sus gozos personales. Y ahora también, abusa de los árboles seculares del palacio de La Moncloa. Dios nos coja confesados.
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