Opinión

La Real

Siendo presidente de la Real Sociedad de San Sebastián José Luis Orbegozo, el Otegui de turno, Jon Idígoras, fracasado novillero, le llamó para concertar una cita en el sur de Francia. La Real tenía un gran equipo formado por futbolistas donostiarras que no se metían en políticas ni aldeanismos sangrientos, exceptuando a su defensa lateral derecho Cortabarría. Según el cuñado, ya fallecido, de Orbegozo, el bueno de José Rózpide, la entrevista tuvo lugar en un pequeño caserío de Ascain, fronterizo con el golf de Chantaco, propiedad de la familia Lacoste, a pocos kilómetros de San Juan de Luz. Así como el PNV siempre tuvo una enorme influencia en el Athletic Club de Bilbao, no gozaba de la misma fuerza de persuasión en la Real Sociedad de San Sebastián. Sabino Arana, era «bizkaitarrista», que como tal fundó al PNV, y recelaba de los guipuzcoanos, y especialmente de los donostiarras, a los que consideraba monárquicos y afrancesados, y de los alaveses, a los que les decía «burgaleses». La propuesta del jefe batasuno y representante político de los terroristas de la ETA, más que una propuesta fue una coacción. «Es urgente e imprescindible cambiar la denominación del club, eliminar su condición de Real y que se llame a partir de la próxima temporada «Guipúzkoa Fútbol Grupo». Orbegozo no sabía donde mirar. Y se defendió: «Tú mismo te acabas de referir al club como la Real. Todos los donostiarras y guipuzcoanos son partidarios de la Real, y siempre será la Real». «Pues atente a las consecuencias».

Fue Alfonso XIII, en el segundo decenio del siglo XX el que concedió a la Sociedad de Fútbol de San Sebastián el nombramiento de Real Sociedad.

Y Orbegozo acertó resistiendo a la coacción de los asesinos y sus representantes. La Real conquistó dos campeonatos de Liga y muchos de sus jugadores, Zamora, Satrústegui, Alonso, Arconada y López Ufarte, vistieron orgullosos la camiseta de la Selección Española. En Guipúzcoa existía otro Real Club de fútbol, el Real Unión de Irún, fundador de la Liga española y campeón de España en 1918. Allí jugó el que fuera el mejor futbolista de la Historia, según Santiago Bernabéu, René Petit. Hace años, una concejal muy burra –no podía esperarse otra condición en ella que la puramente asnal–, propuso en un pleno del Ayuntamiento de San Sebastián que fueran derruidas o eliminadas todas las huellas monárquicas de la capital donostiarra. Es decir, el Palacio Real de Miramar, el monumento a la Reina Cristina en Ondarreta, el Hotel María Cristina, el Teatro Victoria Eugenia, la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, el Real Club de Tenis, el Real Club Náutico, las calles del Príncipe de Asturias y los Infantes Don Juan, Doña Cristina, Doña Beatriz, Don Jaime y Don Gonzalo en Ondarreta y la Real Sociedad de San Sebastián. Demasiados kilogramos de Goma-2 se precisaban para ello. Y todo quedó en el fallido rebuzno de la pollina.

Será efímero, por desgracia. Pero hoy veo que la Real ocupa junto al Barcelona y el Real Madrid el primer puesto de la clasificación. El Barcelona padece la enfermedad del deterioro, y el Real Madrid la metástasis de la inacción y la prepotencia. Con un equipo así no se llena un nuevo estadio, señor Pérez. Lo inteligente sería reducirlo para que se llenara de público, después de expulsar a la grada sosa de animación, mansa y subvencionada. Y me pregunto si, como en la década de los ochenta, un club vasco y español como la Real es capaz de soportar la presión de los poderosos –en dinero, que no en su juego–, y conquistar por tercera vez el campeonato de Liga. Según la costumbre, al menos en el viejo Atocha, los marineros y pescadores que faenaban en la bahía o las primeras millas de la mar abierta,

La Zurriola y Galezteno, eran informados por cohetes de los goles que marcaba la Real o de los que recibía. Sería muy bueno para el fútbol español que se oyeran mucho y bien los cohetes favorables a la Real, y descansáramos de los prepotentes, los soberbios, los que se han dejado vencer por sus fracasos, su nefasta planificación y su resistencia a reconocer los errores cometidos. ¡Aúpa Real!