Opinión

Subconsciente

Los grandes oftalmólogos del Madrid del pasado siglo fueron los doctores Poyales y Castroviejo. Una ilustre aristócrata, que sentía en su mirada un velo cada día más compacto, pidió consulta al eminente doctor Poyales, y en una cena de amigos, compartió su preocupación visual. Le brotó el subconsciente: -Pero estoy tranquila porque el martes me recibe el doctor Pichales-. Su marido, desde la otra punta de la mesa, y entre las risas de todos los presentes le preguntó: -¿En qué estarás pensando, Mari Carmen, en qué estarás pensando?-. Una cercana y queridísima tía, casada con un hermano de mi madre, visitó la aparatosa casa de una nueva rica, mujer de un gran banquero. Una mujer muy ordenada y con gran afición a los cuartos de baño. En uno todo era azul, las toallas, los jabones, los albornoces y el rollo de papel higiénico. En otro, de la misma manera, todo amarillo. En un tercero, todo verde. – Soy muy mirada con los «wáteres»-, comentó. Mi tía, quiso decir que era muy ordenada, pero le brotó el subconsciente. –Eres la persona más ordinaria que he conocido en mi vida-. El vicepresidente Ford, que era muy patoso y se tropezaba con frecuencia en las escalerillas de descenso de los aviones, fue recibido con entusiasmo en Israel. En la cena-homenaje que convocó en su honor el Presidente del Estado de Israel y su Gobierno, Ford tomó la palabra, alzó la copa y propuso un brindis. Pero le brotó el subconsciente. «Brindo por Palestina». El subconsciente es un traidor. Ante un invidente siempre hay alguien que cuenta un chiste de ciegos. Ante una gorda, un chiste de gordas. Ante un argentino, una historia de argentinos y ante un aerofágico, un cuento de pedorretas. La mujer del embajador de España en Brasil, Ana Castillo, tenía pavor a los aviones. Sufría de aerofobia. Volaba de Madrid a Río de Janeiro, y se sentó a su lado una chica joven y simpática que la reconoció. Simulaba que leía, pero toda su atención se centraba en el ruido de los reactores, dispuesto el avión al despegue en la cabecera de pista. El avión arrancó y tomó velocidad. Su compañera de viaje le informó.-¿Sabes, Anita que me he casado?-; -¿con quién?-, preguntó ella sin interés alguno. – Con un ingeniero encantador que se llama Pepe Conejos-; Y le brotó el subconsciente: -pues no te puedes figurar lo mucho que lo siento-.

¿En qué estaría pensando Iglesias durante el debate para confundir una manada con una mamada? El subconsciente, y lo repito, es un traidor, pero no un mentiroso. Cuando Luis Del Olmo me pidió que fuera el pregonero del botillo en Ponferrada, y dije en el pregón que el botillo me parecía incomible, no me falló el subconsciente. Sencillamente dije lo que pensaba, y no obtuve un éxito clamoroso, como es justo reconocer. Padecí un ataque de complicada sinceridad. ¿Le brotó el subconsciente a Iglesias o experimentó un ataque de sinceridad? Sólo él lo sabe. El «Chinchorro» Gandarias, así motejado en Guecho por su breve estatura, tomaba una copa en el desaparecido «Aguilucho» de la calle Hermosilla con vuelta a Claudio Coello, con un amigo ricachón y vasco extremadamente aficionado a los mariscos. Entró en el local una mujer maravillosa, y el ricachón le comentó a «Chinchorro»: - Te voy a confesar una cosa. Me gustan todas las mujeres menos la mía-. Y a Chinchorro le brotó el subconsciente: - A mí me pasa lo mismo. Me gustan todas, menos la tuya-. Y pidieron otra ración de percebes.

Como español, como ciudadano libre, ruego al candidato de Podemos, Pablo Iglesias, que acudió al debate más limpito que de costumbre – al César lo que es del César-, que nos explique en multitudinaria rueda de prensa, si le brotó el subconsciente al confundir manada con mamada, o simplemente se dejó vencer por un arrebato de complicada y extremada sinceridad. Sea cual sea su respuesta, tendrá que soportar de ahora en adelante que al referirse a él como «el mamón de Iglesias» su libertad para el enfado tenga unos límites muy rigurosos. Sucede frecuentemente con los mamones.