Opinión

El futuro

Más que educación. Las dos intervenciones públicas de la Princesa de Asturias han recomendado enmudecer a muchos, entre ellos a Rufián, que pronuncia el catalán con un acento infinitamente peor que el de la Princesa. Los tiempos han cambiado, y el catalán ha dejado de ser el idioma de los payeses y los tenderos, y el vascuence el de los pastores, los pescadores y los «casheros». Para un barcelonés de la alta o media burguesía, el idioma catalán ya no es el lenguaje cateto que tanto avergonzó a sus mayores. El vascuence es diferente, un idioma ágrafo hasta el siglo XVIII, compuesto por la unión de siete dialectos y centenares de subdialectos repartidos entre todos los valles de las tres provincias vascas, el «Iparralde» francés y el triángulo vascófono de Navarra. Los vascos que no dominaban el vascuence no lo hacían por falsos pudores o vergüenzas aldeanas. Todos lo hablaron un poco y si no lo dominaron con naturalidad, fue por pereza. Pero nadie puede discutir que el vascuence es un idioma diferente, sin raíces latinas, desarrollado verbalmente en un pequeño territorio comprendido entre el norte España y el sur de Francia.

Los idiomas locales se desarrollaban a su manera, pero al carecer de la condición de oficiales junto al español, no eran asignaturas de Reyes. Los Reyes de España siempre educaron a sus hijos en el inglés, el francés y el alemán. Por motivos del destierro que padeció Don Juan durante el régimen anterior, el Rey Don Juan Carlos y sus hermanos también dominan el portugués, y se defienden en italiano. Pero no fueron formados en el catalán y el vascuence como hoy lo hacen la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía.

Los Windsor hablan el inglés, y algunos el alemán. El apellido Battenberg de la Reina Victoria Eugenia, lo sustituyeron por Mountbatten por exigencias bélicas. El significado es el mismo, el Monte Batten. La princesa austriaca de Metternich, hablaba a la perfección once idiomas.

En un viaje oficial a Austria, el General De Gaulle se lo peguntó: –¿Es cierto que habla usted once idiomas?–; y la Metternich, que era una mujer inteligentísima le respondió: –No, Excelencia. Lo que yo sé es callarme en once idiomas–.

Nuestra futura Reina sabrá callarse y ser oportuna en muchos idiomas. Además del español, el francés, el inglés y quizá el alemán o el ruso, hablará y sabrá callarse en catalán y vascuence. Dicen que también estudia árabe, me pregunto si no están abusando de su capacidad. La Princesa de Asturias tendrá una formación, aún más que completa que la de su padre, el Rey Felipe VI. Además de los idiomas, aprenderá Derecho, Economía, Humanidades, Tecnología, y por primera vez en nuestra Historia, ingresará en las Academias Militares, tan vinculadas al ánimo, el carácter y los servicios de sus antepasados. Los Reyes han programado una formación estricta y fundamental para la Heredera al trono de España. Pero yo les pediría que no abandonaran su presencia pública. Después de Oviedo y Barcelona, la Princesa de Asturias ha multiplicado por mil su popularidad. Creo que, entre sus formadores, sus profesores en la vida de una Heredera de la Corona, no pueden faltar las experiencias de sus abuelos, los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía. No hurtarla a la opinión pública, resueltamente favorable después de sus difíciles compromisos aprobados con un sobresaliente. Si hay que prescindir del árabe, que sea en beneficio del mundo sefardí, esos españoles que han mantenido su amor secular a la España que los expulsó durante siglos. Pero lo importante, lo básico, es que los españoles, esa mezcla de poetas y miuras, de santos y resentidos, aprendan a conocer a su futura Reina, que ha dejado bien claro el límite de sus cualidades.

El Rey reina y la Reina educa. En una nación tan áspera e inculta como España, gobernada por ceporros, la figura de la Princesa de Asturias es una acuarela de esperanzas. No la oculten.

Administren sus presencias, pero aprovechen su figura.