Opinión
Bolivia, a la deriva y sin timonel
Bolivia se encuentra en
una situación extremadamente delicada: sin presidente ni líderes de
las dos cámaras legislativas. Este peligroso vacío de poder es
consecuencia directa de la renuncia forzada del jefe del Estado, Evo
Morales, que llevaba casi 14 años en el poder.
Evo Morales había hecho
historia al convertirse en el primer presidente indígena boliviano
gracias a su victoria en las elecciones celebradas en diciembre de
2005. De origen aimara, y sindicalista de vocación, Evo puso en
marcha una política revolucionaria que transformó el país, dando
voz y plata a un colectivo hasta entonces discriminado por las elites
blancas. Acometió la nacionalización de los recursos derivados del
petróleo y una reforma agraria beneficiosa para los campesinos más
pobres. Fomentó la formación de una Asamblea Constituyente, cuyos
diputados redactaron una Constitución que creó un Estado
Plurinacional, tras ser promulgada en 2009. En materia de política
exterior el ya expresidente se posicionó claramente dentro del eje
bolivariano que entonces agrupaba a los países vecinos de Venezuela
y Ecuador. Fue reelegido en 2009 y nuevamente en 2014.
La Constitución de 2009
sólo permite una reelección por lo que Morales tenía vedada esa
ruta. No obstante, su partido —el Movimiento al Socialismo (MAS)—,
bien situado en las bancadas del Parlamento, maniobró arteramente y
promovió un referéndum vinculante convocado en febrero de 2016 para
que pudiera presentarse de nuevo. El pueblo rechazó la propuesta
gubernamental. Sin embargo, el Tribunal Supremo de Justicia de
Bolivia, citando la Convención Americana de Derechos Humanos,
dictaminó un año después que todos los cargos públicos tenían
garantizado el derecho a volver a ser elegidos. Morales vio despejado
el camino, pero esa interpretación legal sentó muy mal a muchos
bolivianos, que vieron cómo se ignoraba la voluntad popular. Evo se
presentó, por tanto, a los comicios del pasado 20 de octubre, con la
meta de perpetuarse hasta el año 2025. El aire social que se
respiraba estaba cada vez más enrarecido. Eso fue lo que le costó
más caro y terminó por derribarle del pedestal.
Las elecciones
transcurrieron sin mayores problemas. El problema surgió cuando el
Tribunal Supremo Electoral publicó unos recuentos previos que daban
a Morales la victoria pero por menos de 10 puntos porcentuales con
respecto a su principal competidor, Carlos Mesa, lo que obligaba a
una segunda vuelta entre ambos, de acuerdo con las leyes locales.
De pronto, la transmisión
de datos se suspendió de repente, lo que desató la lógica
preocupación de la oposición, temerosa de que se manipularan los
resultados y que estos beneficiaran al candidato del oficialismo.
Cuando volvieron a
ofrecerse las cifras, la diferencia de votos había aumentado
considerablemente. Evo se proclamó ganador. Eso abrió la caja de
Pandora de las protestas populares dirigidas principalmente por el
líder derechista Luis Fernando Camacho, a quien ya apodan el
“Bolsonaro boliviano” por manejar un discurso combativo y
religioso cristiano, similar al que practica el presidente de Brasil.
Este empresario de
familia acomodada, también conocido como “El Macho Camacho” por
su actitud poco feminista, dirige el Comité Cívico Pro Santa Cruz,
una organización oligárquica que agrupa a dos decenas de entidades
empresariales y sociales vertebradoras de la sociedad civil de la
ciudad de Santa Cruz de la Sierra, la más poblada de Bolivia e
histórico bastión opositor a Morales. Camacho denunció un “fraude
gigantesco” y consiguió movilizar a grupos descontentos de la
población bastante distintos entre sí pero unidos por el mismo
objetivo: al presidente.
La Organización de
Estados Americanos (OEA) elaboró un comunicado donde advertía de
las “irregularidades electorales” detectadas, tras haber
realizado una auditoría internacional para verificar el alcance de
las denuncias. Morales había accedido a la investigación e incluso
aceptó que se repitieran los comicios como solicitó la OEA. Pero ya
era demasiado tarde. En el transcurso de unas horas, el presidente
perdió el apoyo de un aliado clave: la Central Obrera Boliviana
(COB), el principal sindicato del país. Pero mucho más importante
fue el pronunciamiento de los militares. El jefe de las Fuerzas
Armadas, el general Williams Kaliman, le pidió públicamente que
renunciara a su mandato presidencial, “permitiendo la pacificación
y el mantenimiento de la estabilidad por el bien de nuestra Bolivia”.
Más claro que el agua.
La oposición,
concentrada en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, le tenía muchas
ganas a Morales, y ya favoreció el referéndum revocatorio
vinculante de 2008 que el líder indígena superó sin demasiados
problemas, ratificando así su mandato.
Las preocupantes noticias
procedentes de Bolivia indican que la ingobernabilidad estaba dando
paso a una creciente inseguridad ciudadana, con actos de vandalismo
en las localidades de La Paz y El Alto, y en sus suburbios. La casa
de Morales en la ciudad de Cochabamba fue asaltada y saqueada y éste
tuvo que buscar refugio en la ciudad de Chimoré, en el departamento
de Cochabamba, su principal bastión electoral, para evitar los
excesos de la turba. Luego, temiendo por su integridad física,
solicitó asilo político a México y tomó un avión rumbo a aquel
Estado.
A la renuncia de Morales,
quien calificó los sucesos de “golpe de Estado”, le sucedieron
la de su vicepresidente, Álvaro García Linera, y la de los dos
máximos representantes del Senado y de la Cámara de Diputados,
Adriana Salvatierra y Víctor Borda, respectivamente, ambos miembros
del partido del Gobierno. También renunciaron numerosos gobernadores
y alcaldes. Eso desencadenó un vacío de poder muy alarmante.
Finalmente, debía asumir las funciones interinas del jefe del Estado
la segunda vicepresidenta del Senado, la opositora Jeanine Áñez,
cuya principal misión consistirá en convocar unas nuevas elecciones
presidenciales en el plazo máximo de tres meses, permitiendo una
transición pacífica y reglada.
Ahora
es esencial que la Asamblea Legislativa Plurinacional asegure el
funcionamiento institucional del país garantizando un nuevo proceso
electoral libre y transparente. También debería tomar las medidas
precisas para que Bolivia recupere la calma y el orden público pues
la violencia no se ha detenido en un país que parece fracturado en
dos.
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