Opinión

Jane

Pasadas las elecciones, y después de comprobar que toda España está patas arriba, me apresuro a escribir de Jane. La primera Jane de mi vida fue la de Tarzán. Muy pesada. Tarzán estaba como un grillo y Jane era un tostón de mujer, de las que en la soledad de la selva plantean problemas sentimentales y domésticos. «Hoy no me miras como otros días» le amonestó a Tarzán segundos después de que éste, por llegar pronto a casa y precipitarse en el vuelo de la liana, se hizo daño en un ojo por culpa de una rama inoportuna. Aquella Jane no me interesa.

Sí, y mucho, la heroína del cambio climático, que no es Greta Thunberg, sino Jane Fonda, la hija de Henry. Desde joven he seguido con agobio sus pasos, pero aún así, hay que admirarla por su bondad, su carácter y su lucha. Ahora ha anunciado al mundo que no comprará más ropa. Se trata de una decisión que impresiona y enmudece al más gélido de los seres humanos. En los últimos días, Jane Fonda, poco solicitada por los productores – como actriz no pasó de ser una Penélope Cruz en más rubia y menos de Alcobendas–,

Se ha dedicado a manifestarse. Y fue detenida por violenta octogenaria en los alrededores del Capitolio de Washington. Llevaba un gorrillo con pompón, un jersey negro y un abrigo rojo. Según ella, se manifestaba para «arremeter contra el consumismo textil». Otra que no traga a Amancio Ortega. Y en rueda de prensa, ante dos o tres periodistas, anunció su medida para luchar contra el consumismo textil. «Este abrigo rojo que llevo, será la última prenda que compraré». Es decir, que lo llevaba puesto sin haberlo comprado todavía, detalle que, con toda sinceridad, se me antoja alejado de la corrección. No soy Jane Fonda, pero desde niño, que me los compraban mis padres hasta hoy, que los compro o me los hago a medida, siempre he llevado abrigos de mi propiedad. Manifestarse con un abrigo rojo sin haberlo adquirido previamente, no es una forma educada de luchar contra el consumismo textil. Es una frescura.

Pero admiro su coherencia. Los Fonda son muy suyos, pero coherentes. Creo recordar que intervino en una película protagonizada por Marlon Brando y un jovencísimo Robert Redford, «La Jauría Humana», que estaba muy bien. Jane aparece muy poco en la película, pero es la que arma todo el barullo, que termina con Marlon Brando apaleado y Robert Redford muerto por un disparo. Guardo un buen recuerdo de aquella película que vi agarrado de la mano de una novia de San Sebastián, que al advertir que pretendía darle un beso en plena proyección, me rechazó con un argumento contundente: –No y no, que luego me quedo embarazada y menudo lío–.

A partir de ahora, ya con el abrigo rojo comprado como manda el honor del cambio climático, Jane Fonda no renovará su vestuario. Resulta admirable encontrarse con mujeres tan ejemplares.

A esas edades – a las que me acerco con pausa y sin prisa–, se engorda y se adelgaza según lo determina el organismo. Jane se acuesta con el trasero escurrido y se levanta con un pandero descomunal sin que el cuerpo ofrezca explicación alguna por la mutación del diámetro cular. Por ello, le recomiendo a Jane que se nutra de prendas de diferentes tallas, para mantener lo que definió Walter Fosbury como «el encanto elegante de las actrices inmersas en el otoño». Me gusta la frase desde que la leí en el «Ryder Digest» de mis tiempos púberes.

La ministra del Clima está obligada a invitar, además de a Greta Thunberg a la cita de Madrid, a Jane Fonda con su abrigo rojo. No la conozco personalmente, pero me han dicho que es encantadora, suave y agradecida. Y muy combativa con el consumismo textil, que es lo más importante.

Yo, simultáneamente, me comprometo a no comprar ningún sombrero tirolés con pluma de faisan sujeta por la cinta, hasta mi fallecimiento. Tengo una docena de ellos, y no considero conveniente adquirir uno nuevo. También me considero un combatiente contra el consumismo textil y el agujero de la capa de ozono.