Opinión

Presidente húngaro

España tiene, al fin, un Presidente del Gobierno con rango de Jefe de Estado, natural de Hungría. No se trata de Orban. Nació en 1930 –única ventaja de la situación-, y se llama Georges Soros, aunque su nombre verdadero se hace más complicado de pronunciar. Schwartz György Soros, el hombre más poderoso del planeta, el desestabilizador de la normalidad, el magnate que tiene agarrado por los huevos a Sánchez, no se sabe a cambio de qué, para terminar con España; el generoso financiador del populismo comunista. No puede volver a Hungría, vive en Suiza y tiene pasaporte americano. Fue el primer visitante en la Moncloa cuando Sánchez la ocupó, y ha sido el autor del milagro. El que ha convencido a Sánchez de que se puede dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno e Iglesias en la vicepresidencia. Soros sueña con una Europa troceada en regiones, y España es la nación apropiada para el experimento.

Será el Presidente de España, György Soros, el que decida nuestro futuro, más cercano al campo de concentración que a la libertad del individualismo europeo.

Y tiene dos vicepresidentes que se abrazan después de haber manifestado su aborrecimiento mutuo sin pudor alguno. Hay un problema de estética, un descalabro gestual. Iglesias abraza como una mujer agradecida. La mujer que se funde en un abrazo de gratitud con el hombre, algo más alto que ella, que le acaba de regalar una pulsera de oro y brillantes para iniciar una relación que se presume duradera. El abrazo de Sánchez, es frío, e incluso ha elegido el plano que oculta su rostro durante el magreo. El de Iglesias es como el de la corista Elleanora Mortimer, que se fundió en un encendido abrazo con Richard Rotchild III, cuando éste bajó a su camerino para felicitarle por su actuación y le dejó sobre la mesa de los maquillajes y los pringues, un talón de 150.000 dólares. Iglesias, a punto de ser despedido por los electores, se mantiene en vida y poder gracias a la orden de Soros. –Pedro, el que más y mejor te puede ayudar para acabar y machacar a España es Pablo, y si no puedes dormir, te recomiendo un lorazepam cuando te acuestes cada día-.

La precipitación del acuerdo entre Sánchez e Iglesias sólo puede tener dos lecturas. O que Soros lo ha exigido, o que Sánchez, que es más falso que la vía del AVE a Cantabria, ha pactado con prontitud para dar tiempo a las reacciones de quienes, en verdad, no pueden dormir pensando que ese resentido comunista puede alcanzar la vicepresidencia del Gobierno de la España que aborrece. Que España tenga un vicepresidente en capa caída entre su electorado, que lamenta la caída del muro de Berlín, que azotaría a una mujer hasta hacerla sangrar, que reconoce su gozo cuando un manifestante le abre la cabeza a un agente de las Fuerzas del Orden, que ha colaborado con la tortura, el hambre y la prisión de los venezolanos, que justifica las ejecuciones en Irán de los homosexuales –hay que respetar las costumbres de otros países-, que recrimina a un ministro de Rajoy por adquirir un piso en Madrid por 600.000 euros mientras él y su chica compran un chalet millonario en la Navata de Galapagar, que se cisca en los símbolos nacionales y aventura el exilio de la Corona, que pretende subir los impuestos de los contribuyentes que más pagan y menos reciben de Europa, y que trata como amigo y «hombres de paz» a los terroristas de la ETA, situándose a favor del independentismo catalán y vasco, que eso sea vicepresidente del Gobierno de España, no tiene otro análisis ni desenlace que la esquizofrenia de Sánchez, el mandato de Soros o la jugada de farol que siempre sale mal.

Se trata de una traición a España y a los españoles. Pero no todos son traidores en las altas esferas. Hay gentes con palabra. A pesar de su pacto con el comunismo bolivariano, la esposa de Sánchez sigue sin aparecer por su trabajo y percibiendo 7.000 euros de sueldo todos los meses. La mujer de quien traiciona a España e influye en la traición. La nobleza es admirable. Con Soros o sin Soros.