Opinión

El silencio de los corderos

El accionista del Banco Central, señor Gálvez Espelosín, con anterioridad a la celebración de la Junta General, reunía a un grupo de compañeros de inversión en el vestíbulo y les anunciaba con iracundia: «De este año no pasa. Voy a poner a Escámez en su sitio y decirle ante todos los accionistas y sus consejeros, que es un patán y un delincuente». Don Alfonso Escámez tenía un precioso acento murciano, y fuera de ironías, una inteligencia descomunal. Al término de su intervención, los accionistas aplaudieron con agradecido fervor las palabras y la gestión del Presidente del Banco, y el más entusiasta de todos no fue otro que Gálvez Espelosín, que acompañó su choque de palmas con jubilosos alaridos de «¡Bravo, bravo!». –Una pregunta, Gálvez. ¿Por qué no ha llamado patán y delincuente al señor Escámez como había prometido?–, le interrogó otro accionista. –Porque ha dado muy buenos dividendos. Pero el año que viene, se va a enterar–. Lo contaba divertido el propio Escámez. –Lleva diez años con lo mismo, y siempre es el accionista que me aplaude con mayor entusiasmo–. Cuando el Central se fusionó con el Hispano-Americano, el presidente de este último era Amusátegui, y la Co-Presidencia no le convencía al águila de Águilas. Para desmoralizarlo se inventó un apellido mezclando el del viejo presidente del Hispano, Anchústegui, con su nuevo competidor, Amusátegui, y le decía «Anchuátegui». –Por qué lo haces, Alfonso?–, le preguntó José María Stampa. Y Escámez le respondió: –Para molestar–.
El PSOE está saturado de líderes y mandos intermedios del estilo de Gálvez Espelosín. Exceptuando a Javier Fernández, Joaquín Leguina, Rodríguez Ibarra, Alfonso Guerra, Felipe González, Corcuera, Redondo, y un poco al toledano Page y al extremeño Vara, todos se muestran escandalizados con Sánchez y sus pactos, todos anuncian palabras y gestos de amargas y contundentes críticas, y a la hora de la verdad, todos callan. Tiene que ser algo de los dividendos, porque en caso contrario, no se entiende. El silencio de los corderos, con perdón de los corderos. Los corderos son infinitamente más ruidosos, firmes y contestatarios que los socialistas. A Sánchez le importan poco las mentiras y los desencuentros, pero algo le ayudaría a meditar –siempre que la Gómez se lo autorice–, que un grupo de socialistas notables, servidores del Estado, y con la idea de España dominando la ideología de partido, se dieran de baja y rubricaran con su decisión la sinceridad de sus críticas. Sucede que están los dividendos, el escañito, el puesto de asesor, la autonomía, la pertenencia a jurados de premios nacionales remunerados, todo eso que en un accionista se traduce por dividendos, corte de cupón y cómoda existencia asegurada.
Me he divertido mucho leyendo la brillante columna en La Razón de Abel Hernández, referida al abrazo antiestético de Sánchez con el mendigo. Mendigo de cargos, que no de situación económica, que es compacta y lozana. Escribe Abel Hernández que el abrazo de estos dos farsantes –lo de farsantes es mío–, le recuerda al abrazo de los boxeadores que se entrelazan para no caer sobre la lona, y la versión del extraño abrazo surgido del ingenio y el talento de «El Roto»: «Parecía que se abrazaban, pero era para no caerse». Como están crecidos, ya la Lastra ha prometido una mesa de negociación en pos del refrendo separatista de Cataluña a Rufián, y la Celaá adelantado el fin de los colegios concertados, sosteniendo su amenaza en que la Constitución no contempla la libertad de los padres para elegir el colegio de sus hijos. Tampoco contempla la Constitucion la libertad de adquirir bragas negras, y hay muchísimas mujeres que no las usan. Estalinismo puro. Por lo demás, la encerrona al Rey en Cuba les ha salido al revés, porque el Rey ha pronunciado unas palabras precisas y valientes defendiendo en la tiranía habanera los valores de la democracia, lo que ha obligado a la pre-momia de Raúl Castro a convocar una reunión no prevista con el Rey para intentar regañarlo, lo cual no ha conseguido.
Un infinito rebaño de corderos enmudecidos se cuchichean sus preocupaciones y vergüenzas, y callan cuando aparece el comisario pastor, el que reparte los dividendos. Y así estamos.