Opinión
Dolor de madre
Para que una madre responda con sinceridad hay que sorprenderla desprevenida. En tal caso, sus respuestas pueden entrar en los anales de la Historia de la Humanidad. Reincido en caer en la tentación de homenajear a la madre del ex Presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, por sus palabras el día de su elección como tal. El mundo de la madre de Carter tenía, como únicos habitantes aprovechables en la superficie de la tierra, a los cacahuetes. Los Carter eran ricos gracias a los cacahuetes, y la señora Carter jamás puso en duda la honorabilidad de los frutos oleaginosos nacidos en sus extensas plantaciones de papilionáceas. Con los hijos era más crítica, y cuando un periodista acompañado de un cámara de televisión se interesó por sus sensaciones al saberse la madre del nuevo Presidente de los Estados Unidos, la señora Carter se sinceró: «Me siento confusa y asombrada, porque Jimmy es, sin duda alguna, el más tonto de mis hijos». Eso es una madre.
Otra madre, algo más brusca y sintética, la de una famosilla española de fulgurante ascenso en el decenio de los años setenta de la pasada centuria. Omito su identidad porque aún se halla en este mundo conflictivo. Cena en el peor restaurante de Madrid, «Cal y Canto», cuyo propietario era el bueno de Julián Cortés-Cavanillas. La madre de la actriz llegó acompañada por Emilio Romero, el «Director», bruida y acerado, que comprendió en sus últimos años que las veinteañeras ya no estaban a su alcance. Y Juan Antonio Vallejo-Nágera, también presente, le preguntó a la madre de la famosa por las cualidades de su hija: -Encantadora y con mucho tesón, pero muy puta. No eran tiempos favorables los de mediados del pasado siglo para salir de los armarios. La Marquesa de Predios Jerónimos tenía un hijo, al que adoraba, que perdía queroseno en abundancia. Los jueves merendaba con ella y sus amigas en «Embassy». «Tu hijo es maravilloso –comentó una de ellas-, aunque un poco afeminado». -« Sí, es marica, pero no practica». Aseveró orgullosísima la madre, no del todo satisfecha con el elogio de su amiga.
Me pregunto, y no me contesto, qué responderían, ante la formulación de una curiosidad o pesquisa imprevista, las madres de Sánchez, Iglesias, Montero, Echenique, Lastra, Garzón, Iceta o Colau. Renuncio a figurarme la respuesta de la madre de Otegui, por motivos obvios y pesarosos para ella. Pero estoy seguro de que ninguna se pondría a la altura de la madre de Jimmy Carter, universalmente ejemplar. La maternidad no implica la invidencia de la realidad, como demostró la gran dama de los cacahuetes de Georgia. Mi propia madre, Asunción Muñoz-Seca, comentó en determinada ocasión: «El único que me preocupa de mis diez hijos, es Alfonso». Y tenía toda la razón.
El amor de una madre por sus hijos es aún más profundo cuando no permite que su mirada se someta a la niebla de lo evidente. El amor nublado por la pasión maternal, no ayuda a los hijos. El comentario –me han dicho que soy maravilloso-, la pregunta-¿quién te lo ha dicho?-, y la respuesta –Mamá-, no garantizan el acierto en la opinión. Si yo fuera la madre de Sánchez, Iglesias, Montero, Echenique, Lastra, Garzón, Iceta y Colau, además de haber procedido a trocear en cien pedazos el carné de Familia Numerosa, me habría llevado a superar el límite de la desesperación. Y seguro estoy, que de ser su madre, habría dicho la verdad tan llana y sincera, que ni mi Pedrito, mi Pablín, mi Irenita, mi pabloché, mi Adri, mi Garzonete, mi Icetilla y mi Ada, me habrían visitado el Día de la Madre con sus respectivos regalos.
Y llegado a este punto, debo reconocer que me ha vencido la pena y la melancolía. Porque el Día de la Madre sirve para olvidar las afrentas, y yo hubiera estado encantadora con todos ellos. De lo que se deduce, que ninguno de los ocho me merece como madre, y la tensión ha alcanzado tan alto nivel, que renuncio a mi maternidad y sigo adelante con orgullo y empaque, aunque madre sólo hay una, aquí y en Estocolmo, como dijo Greta Thunberg en su día, que no recuerdo fielmente qué día fue.
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