Opinión

Depilación en las gateras

Cuando uno era joven, las mujeres se depilaban las piernas y los predios bajo los brazos con cera. Se aplicaban cera casi hirviente sobre las zonas a podar, tiraban con fuerza de ella cuando la cera se enfriaba, y soltaban angustiosos alaridos de dolor. En el patio interior de la casa de mi infancia, en Velázquez 57, teníamos enfrentada la parte trasera de los inmuebles de la calle Lagasca, y en uno de esos pisos se depilaba cada quince días una mujer que conocíamos en el barrio como Almudenita la Osa, por su exhuberancia selvática peluda. Los gritos de la Osa eran estremecedores. Al cabo de los años, se estableció el gran avance científico en la lucha con los pelos, la depilación con rayos láser, que es la que hoy impera, menos dolorosa y mucho más efectiva para mantener los páramos y las oquedades sin arbustos durante una prolongada temporada, sin excluir la posibilidad de la depilación definitiva hasta el fallecimiento de la depilada.

Se disputaban los Juegos Olímpicos de Sidney, y la señal de televisión nos ofrecía a los espectadores las series de clasificación de salto de altura femenino. Una especialidad que posteriormente nos colmaría a los españoles de orgullo gracias a la montañesa y extraordinaria Ruth Beitia. Saltó una rusa, el listón tembló, y finalmente se precipitó sobre la mullida colchoneta. Y el encargado de la retransmisión nos adelantó un detalle del salto que nadie había percibido. «No ha conseguido superar el listón por los pelos». A mi modo de ver, como poco, una indiscreción.

La socialista Idoya Mendía, la simpática amiga del terrorista Otegui con el que se fotografía cenando, nos ha explicado la causa del cambio de criterio de Sánchez en lo que respecta a la convocatoria de refrendos ilegales. Con anterioridad a las elecciones, Sánchez prometió incluir como delito en el Código Penal la convocatoria de refrendos destinados a culminar los separatismos, pero al precisar ahora de los votos de los terroristas que cenan con Idoya Mendía, ha cambiado de opinión. Cambio por otra parte tan innecesario como su propósito inicial, porque la Constitución Española de 1978 prohíbe terminantemente ese tipo de refrendos. Y siendo Idoya una mujer con desparpajo, simpática y de muy probable compañía placentera en las charlitas, ha justificado a su amado jefe de esta guisa: «En toda negociación hay que dejarse algún pelo en las gateras». Las gateras son los habitáculos para los gatos o los desvanes. Ignoraba que Idoya Mendía, en representación de su adorado líder, se hubiera visto obligada a negociar con el PNV y Bildu en una gatera. Podría ser aceptable la excusa de la discreción, pero la señora Mendía y la discreción caminan por sendas alejadas. Cenar con un terrorista, reir sus gracias y colgar en las redes la fotografía más sonriente del ágape, nada tiene que ver con la discreción. Si la señora Mendía ha negociado en una gatera o un desván con los nacionalistas del PNV y el terrorista de Bildu, habrá sido por gusto, que no por ocultar a la opinión pública sus reuniones. Se trata de una rareza.

Lo recitaba mi, cada día que pasa, más añorado amigo Antonio Mingote. «El Conde Don Garcés/ tenía un lavamanos de tres pies./ Pero tres pies tan altos,/ que el pobre Conde se lavaba a saltos./ En cambio, Casimiro,/ se lava en el estanque de El Retiro./ La humanidad es rara,/ hasta para el aseo de la cara».

Negociar en una gatera, se puede considerar una rareza respetable, como lavarse la cara en un lavamanos alto o en el estanque del gran parque madrileño. «Subamos al desván y negociemos». Nada que oponer a semejante afición.

Pero se me antoja sucio y poco higiénico, que después de negociar dejen la gatera o el desván lleno de pelos. Una porquería de negociación, y séame permitida la sinceridad. Si hay próxima ocasión para negociar –con el Frente Popular dudo que se mantengan las urnas y el derecho a la soberanía del voto–, la señora Mendía haría bien en acudir depilada. Moverse por el mundo dejándose pelos de todas partes y por todas ellas, más que un descuido se me antoja una guarradita. Al láser, y a toda pastilla, doña Idoya.