Opinión
La tirana
Titulo de drama modernista. La Tirana de Galapagar, la Déspota de La Navata, la Caprichosa de la Sierra. «Nunca sirvas a quien sirvió», de Churchill, seguramente. En la demanda ante el Juzgado no se puede leer el nombre y apellidos de la demandante, me figuro que por censura podemita. Todo se remonta al 26 de septiembre de 2017, con los robles aún frondosos y los álamos presumiendo de hojas. La piscina admitiendo los últimos baños y la barbacoa a la espera de la llegada de Echenique. Con los calores, los guardias civiles enviados por Marlaska achicharrándose en la caseta sin inodoro y lavabo. Ese día, sumándose al servicio doméstico estable del chalé, principiaba su trabajo a las órdenes de los marqueses una mujer escolta contratada por Podemos para velar por la seguridad de la señora marquesa.
«Amamos a la gente», «Luchamos por la gente», «la gente es lo primero». La escolta se presentó a la marquesa para ofrecerse a su servicio, servicio regulado y contratado por unas horas concretas. Días atrás, la marquesa se llevó un disgusto al saber que la mujer escolta le había demandado por «trato laboral discriminatorio». Ella estaba ahí para custodiar y ofrecerle seguridad a doña Irene, la marquesa. Pero ésta, un tanto despistada – a pesar de lo que quiere a la gente y lucha por ella-, no tuvo reparos en exigirle que le sirviera habitualmente la cena a ella y su marido, Pablo el marqués, y que posteriormente le llevara la comida a los tres perros. Insiste en que «de manera recurrente y fuera de horario» hacía de recadera –choferesa para don CJC-, llevando y trayendo amigos de Galapagar a Madrid y viceversa. En lugar de custodiarla, que ya lo estaba por los guardias civiles cuando no se movía de casa, le encomendaba a su escolta la compra de productos de Parafarmacia y droguería para sus hijos, y si era necesario, que acercara a Madrid a la empleada doméstica y a la niñera en sus días libres. Porque los marqueses tienen empleada doméstica y niñera, como toda la gente. Si la marquesa advertía que su escolta miraba al cielo para ver pasar las nubes, le encomendaba gestionar los problemas de sus propiedades y el buen estado de sus coches particulares. Los marqueses tienen propiedades y coches particulares, como toda la gente. Y en las mañanas frías, otoñales e invernales, en las que la marquesa Irene acudía al Congreso de los Diputados o a la sede de Podemos, o a visitar al director del Banco, la escolta tenía la orden de calentar el coche durante diez minutos para que la señora marquesa se encontrara en el habitáculo móvil con una temperatura de su agrado y el ambiente tibio, dulce y libre de temblores matutinos. Todo esto, con horas extraordinarias y exceso de servicio que jamás le fueron abonados ni por Podemos ni por los señores marqueses. No es necesario que se añada a este multiservicio despótico, la compra en Mercadona, el súper preferido de la señora. La escolta denunció su situación, por no definirla de esclavitud, ante Podemos, y en la formación política que quiere tanto a la gente trabajadora y humilde, le dijeron que bien, que aguantara un poco y que la iban a cambiar. Y así ha sucedido.
Conozco a muchos duques, marqueses, condes, vizcondes, barones y señores de verdad. Y siempre he percibido en ellos lo que es una norma. El respeto y el cariño que le deben los que mandan a los que obedecen, los servidos a los que sirven. Hay empleados que pasan la vida con sus empleadores, que permanecen en las casas más de 50 años, y que son plenamente considerados como miembros de la familia. Pero tan sencilla normalidad no sucede cuando los marqueses son falsos, nuevos ricos, mentirosos, despóticos y con menos clase que un ornitorrinco de zoo cutre.
No obstante, tampoco hay que exigirle a esta pareja de nuevos ricos que no maltrate a la gente que trabaja para ellos, porque les falta entrenamiento, cultura, tolerancia y sentido de la responsabilidad. Unos marqueses que dicen «jolín» o «váter», pues ya está dicho. Ni marqueses ni nada. Simplemente, déspotas con su gente.
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