Opinión

Mejor no preguntar

Su Santidad el Papa Francisco está en Bangkok. Visitará a Su Majestad el Rey Don Maha Vajiralonkorn Bodindhorndevarangkul, si bien los tailandeses, para evitar oclusiones salivares se conforman con llamarlo Rama X. Se trata de un Rey sencillo y de familia acomodada, como diría Tip. Y de Tailandia volará a Japón. Su próximo viaje será a su querida Argentina, ahora que los suyos han recuperado el poder. Con Macri, el anterior presidente, Su Santidad no hacía buenas migas. Y durante el viaje, una periodista española, Eva Fernández, corresponsal de la Cope, insistió en lo imposible al tiempo que le regalaba una cosa bastante rara. En ese sentido, entiendo a la perfección a Su Santidad. El regalo era feo. Y la insistencia, agotadora. El Santo Padre interpretó a la perfección el motivo del obsequio: «Ya, esto es para que vaya a España». La corresponsal de la Cope persistió en su empeño, loable y digno de encomio, por otra parte: «No es ninguna presión. Está hecho con cariño».

Creo que no es el camino. España no es una nación interesante para un Sucesor de Pedro. Carecemos de santos, de mártires, de templos y de devociones. Cuando su antecesor el Papa Juan Pablo II proclamó que «España era la tierra de María», exageró un poco. Como Benedicto XVI, que calificó su primer viaje a España «como el más rico y fecundo de cuantos había realizado». Pero es lógico. El Papa Juan Pablo II, polaco, se había mantenido firme contra el nazismo y el comunismo, provenía de la Iglesia perseguida, la KGB le mandó a un sicario para asesinarlo en la Plaza de San Pedro, y a un milímetro estuvo de conseguirlo. Tanto sufrimiento acumulado le llevaron a exagerar sus elogios a España. Y el Papa Benedicto, el teólogo, el místico, el artista, era muy proclive a la emoción y cuando supo que aquellos jóvenes que le aclamaban sumaban más de un millón de cristianos del futuro, no pudo evitar sumarse al clamor. Se ha exagerado mucho con la evangelización de América. América es muy sabia, y se evangelizó solita, sin dejarse influir por esos brutos españoles que llegaron hasta allí en un mal día, y para colmo, errados de rumbo. Desde el siglo XI hasta el XXI, España es la nación que ha entregado más mártires a la Iglesia, pero ese dato carece de interés. Y este Papa, que no se permite el desahogo de la emoción, ha decidido que viajar a España es un tostón. Y no le falta razón, porque España, hoy por hoy, es un rollo y un barullo, con unos dirigentes que aplauden las profanaciones y las agresiones contra las imágenes sagradas de los templos no concurridos. En los campos y ciudades de España, el prerrománico, el románico y el gótico apenas destellan en las iglesias levantadas hacia Dios. Y sí, eso hay que reconocerlo, algún santo español merece la pena, pero tampoco hay que pasarse. En España no existen fundadores de órdenes religiosas, porque se ha demostrado que Iñigo de Loyola y Teresa de Ávila, no eran ni de Loyola ni de Ávila, sino de Bangkok, y ahí está el intríngulis de este justo e interesante viaje que rinde Su Santidad a la nación que vio nacer al fundador de la Compañía de Jesús y a la fundadora del Carmelo. Que además, fue una santa tailandesa que no escribía nada mal, como el groenlandés San Juan de la Cruz, y el noruego Fray Luis de León, que son comparables en su calidad poética a Atahualpa Yupanqui, y vaya si lo son.

Recogido el regalo –muy mejorable, y la Cope tiene el deber de esmerarse en el futuro en lo que respecta a obsequios papales-, Su Santidad no adelantó intenciones de viajar a España. Y con ese desparpajo porteño que Dios le ha dado, macedonia del gallego de España y el napolitano de Italia que también fue español-, Su Santidad miró al cielo desde el cielo que surcaba el avión, y le recomendó a la corresponsal de la Cope, que para conocer la fecha de ese hipotético viaje a España el único que podría saberlo es Dios. –Pregúnteselo al Padre Eterno-. Y en esas estamos. Pero yo me abstendría de molestar al Padre Eterno preguntándole por semejante nimiedad. Este Papa nos adora a los españoles.