Opinión

Copa Davis

España ha ganado su sexta Copa Davis de Tenis. Nuevo formato. La Caja Mágica de Madrid. Un Nadal maravilloso, generoso y patriota ha resumido el gran triunfo en la entereza y valor de Roberto Bautista. El Rey Felipe tan pendiente del desarrollo del partido de Nadal y el canadiense ruso, como Piqué de Sakira. He interpretado, con yerro por mi parte, que una imagen sonriente de Piqué junto al Rey puede erosionar su imagen en Cataluña. Pero nadie podrá negarle su acierto en esta empresa. Espectacular triunfo de España, con un equipo compacto, dirigido por Bruguera y divinizado por el incomparable Rafa Nadal.

Tiempo atrás, hacia la nostalgia, que no es un error sino una memoria en blanco y negro. España juega con Manolo Santana, Juan Gisbert, José Luis Arilla y Juan Manuel Couder. El capitán, Bartrolí. Casi siempre en el Real Club de Tenis de Barcelona, en el corazón de Pedralbes. En Santana, todas las esperanzas, casi siempre cumplidas. Narra los partidos en TVE Juan José Castillo. Su grito, cuando la bola de un español, tocaba las líneas –¡Entró, entró!–, se popularizó hasta extremos increíbles. Pocos años más tarde, en el bar-marisquería «El Aguilucho» de la calle Claudio Coello esquina con Hermosilla, tomábamos el aperitivo Juan Fernández Durán –Juancho Tolosa–, Clemente –Tito– Tassara, Antón Martiarena y el arriba firmante. A través de la cristalera, en la esquina enfrentada al «Aguilucho», la espectacular Rosana Yanni, un prodigio de actriz por su despampanante belleza. Todos pendientes de sus movimientos. Al fin se decidió por tomar una copa en el «Aguilucho». Cuando accedió al local, Juancho Tolosa, entusiasmado, emitió el alarido de la Copa Davis: –¡Entró, entró!–.

En el Real Club de Tenis Barcelona se disputaba también el que fuera el más prestigioso campeonato en España, el Conde de Godó, hoy devaluado, como el título. Es un magnífico club que dio cobijo al gran equipo español de la Copa Davis que disputó dos finales en Australia. En aquel tiempo, el campeón sólo jugaba la final y en su casa. El equipo australiano – Laver era profesional–, el de Roy Emerson, Fred Stolle, Roche y Newcombe. En el de Estados Unidos jugaban Ralston y Arthur Ashe, en el de Italia el gran Pietrángeli, en el de la URSS, Metreveli, en el indio, Krisnah, y en el susafricano, Drysdale. En una semifinal en Johanesburgo, España venció a Sudáfrica. Tiempos del «apartheid». Las tribunas abarrotadas de blancos, y en una esquina, sobre un tejadillo, una decena de negros animando a los que les apartaban.

Santana era Nadal, si bien Manolo no duda en afirmar que Nadal le supera en todas las facetas. Bernabéu, sabiendo que Santana era madridista hasta las cachas, creó la sección de tenis del Real Madrid, y Manolo conquistó –primer español en individuales masculinos–, el torneo de Wimbledon, con el escudo del Real Madrid sobre su tetilla izquierda. Conquistado Wimbledon, se disputó una eliminatoria de la Davis contra Yugoslavia en el Real Club de Tenis Barcelona, y Santana fue silbado por los padres y los abuelos de los que hoy militan en los CDR de Torra. Su última jugada ante Nicola Pilic, fue un prodigio. Le hizo a Pilic una dejada que botó en el lado del yugoslavo para volver, con un efecto portentoso, a la otra mitad de la cancha. Pilic se arrodilló celebrando la jugada de su adversario, y el público consideró que aquello fue una tontería. Me remito a la década de los sesenta, y ya se respiraba bastante aldea en aquellos lares.

Sin Santana, y con todo el respeto a Orantes, Corretja, Bruguera, Gimeno, Moyá, Juan Carlos Ferrero… todos ellos formidables tenistas, la corona no tuvo dueño hasta que apareció Rafa Nadal, el campeón humilde, el mejor deportista de nuestra historia. Puede llegar a los veinte «Grand Slam», ha superado los treinta «Máster mil», ha ganado cinco de las seis Copas Davis, Medalla de Oro olímpica, y aglutinador del cariño de todos los españoles de bien, sean o no, aficionados al tenis. El pasado domingo, dio al mundo una nueva lección de grandeza y señorío. –¡Entró, entró!–.