Opinión

Psiquiatra

El problema de España no es político, sino psiquiátrico. Las desavenencias políticas e ideológicas cuentan con muchos espacios para ser aliviadas o sanadas temporalmente. Pero un problema psiquiátrico sólo se arregla si el psicópata o el mochales se apercibe de sus desarreglos anímicos y acude a la consulta de un buen psiquiatra, después de pasar por un psicólogo. Y mucho me temo que el psicópata o el mochales no está por la labor. Normalmente, el transtornado es el último en saber de su transtorno. He conocido a muchos, y algunos familiares. Domadores de peces, entre otras cosas.

El locoide o loco, lleva siempre sobre sus espaldas un saco de osadía. Consigue lo que quiere, porque sólo le importa él. Un conocido –la amistad con él es imposible–, fue enviado por sus padres a un internado de antigua y reconocida dureza. El navarro de Lecároz. No había viajado jamás en tren, y le gustó. Los padres recibieron alarmados la noticia de que su hijo no se había presentado en el colegio. Veinte días estuvo viajando de Pamplona a Madrid y de Madrid a Pamplona burlando a revisores y andenes. Prueben a imitarlo, y serán descubiertos en el primer trayecto sin pasar por taquilla.

Si el mochales está casado con una mujer, que en lugar de cuidarlo y tratarlo con respeto y resignación buscando su mejoría, es una compañera ambiciosa, arrogante y pretenciosa, el psicópata se crece. Se cree dueño del mundo, de su vida y los futuros ajenos. El caso que nos ocupa y preocupa a millones de españoles es el de una psicopatía creciente que puede terminar con la convivencia, la libertad y la unidad de una nación admirable, el primer Estado que como tal, se estableció en Europa. Para este locatis, para este zumbado por el poder, su Patria es su ego, que sumado al de su señora esposa, mezclados en el vaso del resentimiento, dan como resultado un jarabe explosivo que sólo afecta a los demás. Lo curioso es que millones de ciudadanos que no leen y sólo se dejan influir por las tertulias de las cadenas de televisión, hayan encontrado en esta pareja de frenéticos faltosos, ilusión y esperanza.

El psicópata puede alcanzar altos niveles de violencia para mantenerse en el poder. Se salta las leyes, se salta las normas y se salta lo que se le ponga por delante con tal de no renunciar a los placeres del dominio. Y la violencia se contagia. En un país de sangre caliente la violencia siempre está llamando a la puerta. Por unos años creímos que se había distanciado de nuestras vidas y nuestros futuros, pero un imbécil amoral nos puso a la violencia, de la mano y con empeño, de nuevo a las puertas de nuestra casa. El psicópata es la consecuencia del anterior imbécil, porque entre uno y otro, con pleno poder y apoyo parlamentario, nos gobernó un cobarde vago y resignado que trasladó el poder que le habíamos concedido los españoles a una gran trabajadora sin principios, valores ni escrúpulos.

Hoy, en algunas partes de España, la violencia ha estallado. Tenemos a un gobernante en el nordeste que alienta el fuego y presume de tener unos hijos que pertenecen a la banda de los forajidos que impiden la libertad de sus conciudadanos. Tenemos a un terrorista que apoya los planes del malogrado. Tenemos una ultraderecha racista establecida, y al fín mostrada sin tapujos, en el nordeste y el norte. Y tenemos mucha culpa de lo que tenemos, lo cual es desalentador.

Si explosionara la convivencia en España, nadie está libre de pecado. Unos por odio, otros por silencios cobardes, y muchos por mantener sus privilegios económicos, hemos conseguido que la maravilla de España esté en manos de un psicópata que sólo quiere seguir mandando, y de unos violentos que lo apoyan para alcanzar la independencia. Sucede que normalmente, ese proceso es largo, triste y no siempre pacífico. En ese proceso estamos inmersos, mientras unos ganan dinero soslayando la realidad, y otros pagan dinero con unos impuestos demenciales para que los chulos sigan viviendo de nuestro trabajo. Y para colmo, se ha negado a acudir al psiquiatra.