Opinión

La bailarina

Me informan mis expertos en baile que la presidenta del Congreso, Marichel Batet, destacó en su juventud como una consumada bailarina. Dominaba todas las especialidades. El ballet clásico, los ritmos folclóricos y las danzas festivas. Se deslizaba con elegancia exquisita. Y alcanzó un hito histórico. Fue la primera mujer del mundo que se divirtió bailando la sardana. Lo hacía mientras sonreía jubilosa, y con especial frenesí cuando sonaban las primeras notas de «Vía Layetana», que es la sardana más cachonda. En una visita a Cataluña, vióla danzar un reputado intelectual cántabro del PP, José María Lasalle, y quedó prendido de la juvenil artista, la Greta Thunberg de la sardana, pero con mejor carácter que la navegante en catamarán, que al fin, ha anunciado una decisión personal inteligente. Que le ha gustado tanto Lisboa que permanecerá allí un par de días antes de viajar a Madrid. Lisboa es una ciudad portentosa, cálida y educada. Los portugueses son serenos y acogedores, y no hay separatistas. Años atrás, un Primer Ministro Socialista, Guterres, convocó un refrendo para copiar el sistema autonómico de España. Los portugueses acudieron a las urnas y fulminaron la ideíta. No querían un Portugal troceado y regionalista, y se mantuvieron en su sitio, con su paraíso y su Metrópoli, la maravillosa Lisboa. Por otra parte, se trata de una nación culta y bien instruída. El noventa por ciento de los portugueses entiende y habla el español, y en España nadie se esfuerza en dominar el portugués, quizá porque nuestra inteligencia no nos lo permite, porque da más de no que de sí. Pero intuyo que me estoy desviando y hay que retomar los iniciales argumentos, si es que los tengo, que mucho lo dudo.

No entro en intimidades. Marichel y Lasalle, después de su agonía matrimonial, se devolvieron los regalos, ella volvió a Cataluña y él, sorayista a tiempo completo y destacado miembro de la derechuela acomplejada, restó en Cantabria, donde aburre hasta a las vacas. Es muy complicado aburrir a las vacas, ya de por sí aburridas y de muy limitada capacidad de expresión, pero Lasalle las aburre y es logro científicamente demostrado. Léase el opúsculo del profesor de la Sorbona, Jean Marie de Fresánge-Pipet sobre el aburrimiento de las vacas, y aunque no mencionado, la sombra de Lasalle vuela sobre muchos de sus párrafos. Pero insisto en el desvarío. Cuando principié el presente texto, mi intención no era otra que comentar las fórmulas de juramento o promesa a la Constitución que admite doña Marichel en el Congreso de los Diputados, y me he dejado llevar por Gretita, Guterres, Lisboa, Lasalle, Soraya, Jean Marie de Fresánge-Pipet y las vacas. Hoy ventea el noroeste en Cantabria, viento que procura y anima al desconcierto.

Doña Marichel ha convertido el Congreso de los Diputados en una payasada. Reunión de payasos con poca gracia. De payasos listos que son menos listos y graciosos que los payasos tontos. Ha autorizado que se jure lealtad a la Constitución a lo gamberro. Ya lo hizo en la anterior y nada fértil Legislatura. Pero en ésta, se ha sumado y unido a los mequetrefes un mamarracho importado por Ada Colau de Argentina, un tontoché apellidado Pissarello que ha rizado el rizo de la estupidez durante su juramento o promesa. Es el mismo que humilló y vejó a la Bandera de España, la nación que le ha sacado de la miseria, en el balcón principal del Ayuntamiento de Barcelona. Bueno, pues Pisarello, ha prometido lealtad a la Constitución “en nombre de las 13 Rosas”. Tengo para mí, que en una sociedad culta, el Parlamento es una institución digna del mayor respeto, y que doña Marichel se ha pasado ese respeto por los blondos rizos ovinos que adornan su frondosidad pilosa, es decir, los pelos de la cabeza. Las 13 Rosas no eran tan rosas ni trece. Conformaban un grupo terrorista financiado por el comunismo internacional. Jurar en nombre de ellas lealtad a la Constitución es tan inválido como hacerlo en nombre del Real Madrid de las Cinco Copas de Europa, aunque esto último revista una dignidad histórica incontestable. Pissarello es un indocumentado y un resuelto fantoche, un argentino pelotudo al que hemos permitido vivir entre nosotros a cambio de que nos respete.

Si doña Marichel tuviera vergüenza, tendría que revocar los juramentos o promesas a la Constitución de los que se han saltado las normas establecidas para tal fin. Es decir, obligar a los camiseteros y chancletas de los separatismos y la izquierdas estalinistas, a jurar o prometer de nuevo esa lealtad que no conocen ni por asomo. En sus manos está. Sucede que no hará nada, porque doña Marichel forma parte del Circo Sánchez, donde no crecen los enanos, sino los traidores y los sinvergüenzas.