Opinión
Alto riesgo
La chusma del independentismo catalán pretende reivindicar sus mentiras ante más de setecientos millones de aficionados al fútbol repartidos por el mundo. La chusma está apoyada por el presidente y la Junta Directiva del Fútbol Club Barcelona. «Tsunami Democrático», se hace llamar, vaya cursilería. Todos los responsables del fútbol español permanecen callados. Y lo que más me extraña es el silencio del Real Madrid. Ese partido no se puede jugar en Barcelona en las condiciones que se aventuran. El Real Madrid no puede poner en riesgo a sus jugadores y al resto de los componentes de la expedición. No se van a enfrentar a otro equipo de fútbol, sino al ritual tribal de casi veinte mil histéricos que rodearán el campo que les regaló Franco con cuatro horas de antelación al comienzo del partido. Entre veinte mil fanáticos calentados un mínimo porcentaje de violentos dispuestos a todo está asegurado.
Zaragoza o Valencia, y a puerta cerrada. El espectáculo del victimismo mezclado con la violencia no puede expandirse con el permiso de las autoridades políticas y deportivas de España.
Buscan el muerto con setecientos millones de espectadores, y de hallar al muerto, no será de los provocadores. La responsabilidad que asume el Barcelona es de altísima gravedad e importancia.
Con los anuncios de bloqueo al autobús del Real Madrid, de posible invasión del terreno de juego antes de que un atemorizado –con sobrados motivos– árbitro se atreva a dar comienzo el partido, hay razones suficientes para que el Real Madrid no acuda a Barcelona. Mejor perder tres puntos que colaborar con el espectáculo que tanto daño va a producir a España en general y a Cataluña en particular. No es creíble la buena voluntad de la directiva azulgrana. Nada es creíble ya en una Cataluña atribulada y en manos de una minoría atosigante y violenta. Lógicamente, el club sancionado habría de ser el anfitrión, pero es conocido que ni el reglamento ni las leyes deportivas afectan a los intocables azulgranas.
Ese partido, para disputarse, exige la normalidad del ambiente, y éste Barcelona-Real Madrid está incendiado con semanas de preparación, programación y estrategia independentista.
No estoy seguro, porque nada me aburre más que consultar el aburrido Reglamento de la Real Federación Española de Fútbol en lo que se refiere a casos extremos. El que nos ocupa es un caso extremo de riesgo y peligrosidad social. Por mucho menos se han clausurado estadios y se ha sancionado a los responsables de acciones políticas aprovechando un espectáculo deportivo. No solicito como espectador que me dejen ver el partido en paz. Solicito que no me obliguen a asistir a una batalla de idiotas enfurecidos contra un club que no les ha hecho nada, excepto ganarles con elegante frecuencia a lo largo de más de un siglo. El Real Madrid parece estar obligado a desplazarse, y obligado también a saltar al terreno de juego, ya con riesgo para sus jugadores. Y si la violencia se impone, tanto la física como la pancartera, y si España es insultada, y si nuestro sistema democrático es tildado de fascista, y si la reivindicación fundamental no es otra que la exigencia de libertad de quienes han sido condenados por sedición como organizadores de un golpe de Estado, el Real Madrid estará obligado no sólo a abandonar el terreno de juego, sino a exigir que el resultado del partido no iniciado o inconcluso, sea favorable a los pacíficos y no a los deportistas –muy respetables todos ellos–, que han sido amparados por los violentos. Los que menos culpa tienen son los jugadores del Barcelona y el Real Madrid.
Prevenir es mucho más inteligente y sensato que lamentar lo que es muy posible que suceda. Una catástrofe deportiva, un espectáculo de odio, un derroche de falsedad retransmitido a todo el mundo. Ese partido tiene que disputarse. Pero a puerta cerrada y en otro estadio. Barcelona ha dejado de ser lo que era y ya no es fiable ni merecedora de confianza en el caso que nos ocupa y nos preocupa, aunque Marlaska siga en lo suyo, es decir, en nada.
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